---Un poco
de historia---
“El ciudadano”
fue de las más significativas conquistas de la democracia, en su versión
moderna y liberal. Al principio quedaron segregados de porciones de
derechos algunos grupos humanos como, por ejemplo, los no propietarios
y las mujeres, de “elegir y ser elegidos”. Pero, eso fue momentáneo.
La rueda de la historia estaba en movimiento. La evolución de la democracia
fue la ampliación del universo de “ciudadanos” y la inclusión,
cada vez, de nuevos “derechos”. Así, de derechos individuales
y políticos pasamos a derechos sociales, derechos colectivos, derechos
difusos, y el proceso continúa. La democracia liberal, en su momento,
enarboló principios verdaderamente revolucionarios: todos los seres
humanos “nacen libres”, “todos los ciudadanos son iguales ante
la ley”; “la soberanía descansa en el pueblo”. En este último
punto surgió la cuestión de cómo administrar el ejercicio de la “soberanía
ciudadana”. Al principio se agrupaban los “partidarios” de una
causa, y luego éstos se convirtieron en estructuras permanentes bajo
la denominación de “partidos”. Los partidos han terminando siendo
los “regentes” de la democracia y de nuestra soberanía. Los partidos,
al igual que otrora la nobleza y los cortesanos, son los proveedores
de representantes en los poderes del Estado y del funcionariado, en
los distintos ministerios.
---La Transmutación---
El paso de
los partidos por el Estado, en la mayoría de los casos, produce que
sus cúpulas dirigenciales cultiven intereses propios y privilegios
que sólo pueden mantener si conservan el control del poder político
o parte de él. En este momento, los intereses de esas cúpulas se superponen
a cualquier programa o principio originario del partido. Éste pierde
todo interés en profundizar la democracia o ampliar las esferas de
la soberanía ciudadana y de derechos. Es el punto en que los partidos
dejan de promover el cambio social y se convierten en sustentadores
del status quo. Es entonces cuando se transmutan en “partidos
tradicionales”.
---Democracia
entrampada---
Los partidos
tradicionales han “entrampado” la democracia. Han logrado crearse
sistemas de privilegios, acumular recursos, influencias y conexiones
que les permiten reproducirse en las funciones públicas como si fueran
de su propiedad. Muchos de sus dirigentes se lucran con los negocios
e inversiones del Estado. Benefician allegados o leales para acumular,
en “manos de terceros”, recursos que estarán a su disposición
para el momento oportuno. Han creado un sistema de impunidad atrofiando
cualquier amago de independencia del Ministerio Público, junto a un
Poder Judicial sin voluntad para sancionarles. Los planes “sociales”
del Estado son programas para comprar lealtades políticas. Desprecian
la carrera administrativa y prefieren desarrollar un sistema clientelar
de designación en las funciones públicas, junto a “nominillas”
de zánganos políticos que reciben un cheque mensual sin trabajar.
Las instituciones democráticas han devenido sometidas a ese juego de
los partidos tradicionales. Ellos son los dueños del Ejecutivo, del
Congreso, de la Justicia y de los Ayuntamientos. Ellos deciden los titulares
de los distintos ministerios, de la Junta Central Electoral y de la
Cámara de Cuentas. Finalmente, la soberanía no descansa en el pueblo,
sino en el partido que se hace del control del Estado, o más aún,
de su comité político o de su caudillo. Las élites económicas y
los banqueros, que hace muchas décadas entendieron esta lógica de
funcionamiento de la democracia liberal, no se preocupan por postularse
ellos mismos a los cargos públicos. Prefieren invertir en las campañas
electorales de esos partidos y por esa vía cooptar sus candidatos,
quienes eventualmente se convierten en presidentes, senadores, diputados,
síndicos y regidores. Esta “mancuerna” de ciertas élites económicas
y directivas partidarias corruptas desguaza cada cuatro años el Estado
y el patrimonio público. Si llegamos a este punto es porque ni hemos
tenido un liderazgo con verdadero compromiso social ni autoridades con
el carácter para haber frenado el proceso creciente de corrupción
e impunidad que ha copado la dirección del Estado, gobierno tras gobierno.
Consolidada la situación, no es posible esperar que ellos mismos vayan
a prohijar instituciones que les pongan límites o los frenen. Sin institucionalidad
y con un precario Estado de Derecho, la ciudadanía está a merced de
lo que estos políticos profesionales y negociantes de la política
hagan con nuestras vidas y nuestro futuro. Estos partidos tradicionales
han entrampado de tal forma el juego democrático que al ciudadano le
es muy difícil, respetando las reglas que ellos han diseñado, poder
desplazarlos. Es por todo esto que tenemos que rebelarnos.
---El puente
roto---
La acción
de esos partidos tradicionales ha tenido como efecto que la ciudadanía
que aspira a un cambio termine creyendo que éste no se puede producir
en el país. Nuestra rebeldía es para reconstruir “los puentes
rotos” que permitan a la ciudadanía asumir que el “cambio”
necesario es también un cambio “posible”.
---Los negociantes
de la política---
Los negociantes
de la política, materia prima de los partidos tradicionales, los podemos
identificar, no tanto por lo que dicen sino por lo que hacen. Ellos
no defienden principios, ni valores, ni ideas. Su único fin es
ganar elecciones y mantenerse en el control del poder. Carecen de escrúpulos,
se valen de la demagogia, la mentira y dicen siempre lo que su interlocutor
quiere oír. Ellos no tienen respeto por el ciudadano.
Para ellos, todo el mundo tiene un precio: o es un empleo, o una promesa,
o un “bono gas”, o una tarjeta “solidaridad”, o una caja de
muerto, o un salami, o un pollo descuartizado, o una receta médica,
o una botella de ron, o trescientos pesos. Ellos han descubierto
el poder del dinero en países con nuestros niveles de pobreza y
de analfabetismo, y por eso lo usan profusamente. Llenan el país de
vallas, afiches, comerciales en la radio y la televisión. Nadie nunca
sabe quién o quiénes les financian sus campañas. Solo después que
ganan las elecciones, siguiendo el sentido de algunas de sus políticas,
los destinatarios de las contratas y de los negocios del Estado, vamos
descubriendo a los “inversionistas”. Contra estos negociantes de
la política y sus financiadores es que tenemos que rebelarnos porque
ellos han hecho de la soberanía ciudadana una mercancía.
---De nuevo,
la farsa---
Los partidos
tradicionales y los negociantes de la política de nuevo hacen aprestos
para montar su farsa. Preparan el escenario para propagar sus falsas
promesas. Ellos, los mismos actores responsables de todo lo que ha sucedido
y ha dejado de hacerse en los últimos cuarenta y cinco años, ahora
pretenden hacernos morder su manzana envenenada. De nuevo, copan los
medios de comunicación con sus mensajes, llenan el país de sus vallas
y afiches, regalan dinero, prometen empleos y hacen encuentros en lujosos
salones de hotel. Ha llegado el momento de rebelarnos contra todo esto.
---Salir
del cascarón---
A los negociantes
de la política nos les importa si nos quedamos en nuestras casas, si
nos resignamos a nuestra zona de confort o si nos abstenemos de participar
y los ignoramos. En su laborantismo, ellos lograrán accionar los medios
que les permitirán acceder legalmente a las distintas funciones publicas,
darle visos de legitimidad, mantenerse en el control del poder
y seguir decidiendo nuestras vidas y nuestro destino. Es necesario salir
del cascarón. Tenemos que romper y hacer que muchos otros rompan la
tutela que sobre la ciudadanía tienen esos partidos tradicionales.
Cambiar el miedo y la inercia por la actitud de “sí
se puede” y emprender “acciones colectivas”.
---Un movimiento
ciudadano---
Llegó la hora
de ponernos en movimiento; de estimular la rebeldía ciudadana, pacífica
y sustentada en ideas y altos propósitos; de emprender acciones colectivas;
de contagiar a muchos y muchas; de construir auditorios ciudadanos.
Es el momento de rebelarnos por todas las causas olvidadas o que la
“democracia de mercado” ha pretendido aplastar.
---Nos mueven
ideas, principios y valores---
Comencemos
por sentirnos orgullosos de defender ideas, principios y valores que
orienten nuestras vidas. Nos rebelamos por la libertad y la solidaridad.
Nos rebelamos para que haya igualdad de oportunidades para todos sin
que el disfrute de los derechos pueda ser condicionado por el origen
social, el color de la piel o el género. Nos rebelamos contra toda
forma de inequidad social. Nos rebelamos por una justa distribución
de las riquezas. Nos rebelamos por una democracia real donde además
del derecho a hablar haya la obligación de que se nos escuche y se
nos responda. Nos rebelamos por una democracia participativa en la que
además de votar podamos revocar los malos representantes. Nos rebelamos
por la igualdad de todos ante la ley. Nos rebelamos contra toda forma
de privilegios e impunidad. Nos rebelamos por la transparencia y pulcritud
en el uso de los recursos públicos. Nos rebelamos por el retorno de
nuestros impuestos en servicios públicos de calidad. Nos rebelamos
por el respeto y preservación del medio ambiente. Nos rebelamos por
la equidad de género. Nos rebelamos por el derecho de todo niño, niña,
adolescente y joven a una educación de calidad. Nos rebelamos por el
derecho a la salud y a la seguridad social. Nos rebelamos para
refundar la política como una actividad ciudadana, democrática, honesta
y al servicio del bien colectivo. Nos rebelamos por la paz y la cooperación
entre los pueblos y en contra de la guerra, la violencia y toda forma
de dominio en las relaciones internacionales. En fin, nos rebelamos
por un mejor país y una mejor humanidad.
---Recuperar
la soberanía ciudadana---
Vamos a hacer
añicos la demagogia y las mentiras de los partidos tradicionales y
los negociantes de la política. Definitivamente, ellos no nos representan.
Los ciudadanos tenemos que recuperar nuestra soberanía. Decidirnos
a hablar por nosotros mismos. La ciudadanía tiene que entrar en un
estado de movilización permanente. Dejemos que voten por ellos sus
banqueros corruptos, sus grupos de poder, sus élites.
---Un contagio
convertido en epidemia---
Nuestra rebeldía
es ciudadana, es voluntaria y es pacífica. Nuestra rebeldía tiene
que promover acciones colectivas. Apropiarnos de las calles, las esquinas,
los barrios, las paredes, los parques, las plazas, y todas ellas hacerlas
nuestras. Tiene que divulgarse por los medios digitales, ir de boca
en boca. Cada uno/a tiene que incorporar a sus seres más cercanos.
Y que éstos involucren a otros/as. Nuestra rebeldía tiene que producir
un inmenso contagio ciudadano y tener el cielo como techo. (25.05.2011).
(Reproducido del periódico ¨Hoy¨, edición del domingo 5 de junio de 2011)