Estamos viviendo momentos coyunturales. No solo el sistema global enfrenta una crisis estructural, sino que los pueblos se alzan en todas partes reclamando cambios. El Magreb y el Medio Oriente, España, Inglaterra, Grecia, otras regiones de Europa y el Chile de nuestra Latinoamérica, se ven hoy conmovidos por las protestas masivas, progresivas y espontáneas de sus gentes (y sobre todo de sus jóvenes).
Visto en el panorama
general, pareciera entonces que un inmenso tsunami social está
conmoviendo el corazón del sistema occidental, aparentemente en rebeldía
hacia un sistema que ha llegado a sus límites. Sin embargo, cuando
acercamos el lente a cada país en particular, descubrimos que en cada
caso, no solo los hechos que parecen constituir los detonantes de estas
explosiones sociales, sino hasta los reclamos que sus gentes realizan,
parecen ser muy específicos. Una muestra más de que los procesos sociales
son sistemas complejos no lineales, difícilmente explicables por el
mero juego de la causa y el efecto. La interrelación y la interacción
de múltiples variables complejas dan a cada proceso social no sólo
un perfil propio, sino hasta diferentes orientaciones y resultados en
cada caso.
En un momento histórico
en algunos aspectos similar, allá a fines de la década de los 60 del
siglo pasado, la explosión social mundial originada en el movimiento
estudiantil tuvo estas mismas características. Un movimiento global
(por lo menos en Occidente) que sin embargo en cada caso explotaba por
razones aparentemente diferentes. Recordamos por ejemplo (sin
hacer la investigación histórica) que en el caso de Francia (uno de
los lugares donde el movimiento llegó a ser más fuerte) la chispa
fue un conflicto en el comedor de la Universidad de Nanterre. En los
Estados Unidos comenzó con un conflicto interno sobre reglamentaciones
a los estudiantes en la Universidad de Berkeley y en Uruguay a
partir de protestas por el pasaje estudiantil. Así se fue dando en
los distintos lugares donde se prendía el conflicto, que en casi todos
los casos comenzó con manifestaciones estudiantiles, y en muchos de
ellos logró la adhesión de movimientos sindicales y sociales.
A grandes rasgos hoy
parece suceder igualmente. La explosión en Túnez parece haberse originado
con la autoinmolación de un joven, En Inglaterra a partir de la muerte
de un joven negro en manos de la policía, en España frente a las medidas
económicas fondomonetaristas tomadas por el gobierno socialdemócrata
(causa similar parece haber sido antes la de Grecia).
La transmisión del conflicto
que comenzara en Túnez, tal como se ha dado a Egipto, Yemen, Barehim,
Marruecos y hasta en la misma Siria, no aparenta haber sido fiel a la
teoría del dominó que estableciera al principio de la guerra fría
John Foster Dulles y que sirviera unos años después a Henry Kissinger
para apoyar la teoría de la “seguridad nacional” en Latinoamérica.
Más que una acción directa (un dominó que empuja a otro) lo que parece
suceder es una influencia más indirecta (característica también de
los sistemas no lineales). Un efecto del tipo de “explosiones por
armonía o por sintonía” tal como sucede cuando las ondas expansivas
producidas por una explosión vibran en armonía con sitios lejanos
y los llevan también a explotar.
Una mirada más cercana:
el caso de Chile
Queremos mostrar como
parece ser casi imprevisible establecer cuál será el detonante de
un sistema social con presiones internas que termina generando una explosión
social. Por ejemplo en el caso de Venezuela, el Caracazo se produjo
a menos de quince días de haber tomado el gobierno de Carlos Andrés
Pérez una serie de medidas neoliberales que iban a traer graves consecuencias
para la población, cuando aún estas consecuencias no gravitaban en
la vida cotidiana de la gente. El detonante del Caracazo fue la protesta
que comenzó en la ciudad satélite de Guarenas, por el aumento del
pasaje del transporte público.
Para profundizar el análisis
basta con ver más de cerca el caso de Chile. La avalancha neoliberal
llegó temprano a este país en manos de la dictadura de Augusto
Pinochet. Todo el sistema de progresivo desmontaje del Estado y las
consiguientes privatizaciones comenzaron en los 80, al mismo tiempo
que los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher impulsaban con
todas sus fuerzas la implantación del sistema en todo el mundo utilizando
no sólo la presión económica y política sino el control de las “instituciones
económicas internacionales”, el FMI y el Banco Mundial. Esta avalancha
continuó en Chile con el advenimiento de la democracia, sobre todo
a través de los gobiernos de la “Concertación” y brilla hoy en
todo su esplendor bajo la conducción de uno de los grandes multimillonarios
mundiales y adalid del sistema neoliberal, el presidente Sebastián
Piñera.
Chile ha sido publicitado
como el “ejemplo exitoso” de ese modelo neoliberal, sobre todo a
través del sistema corporativo de medios de comunicación global. Su
caballito de batalla han sido siempre las cifras de crecimiento del
PIB. Nunca se menciona (no es conveniente) cuál ha sido la distribución
de ese crecimiento económico entre su población. Como en el resto
del mundo, este modelo ha privilegiado la acumulación del capital en
muy pocas manos (las oligarquías, las corporaciones nacionales e internacionales)
y ha producido y sigue produciendo la reducción de ingresos y el empobrecimiento
de la calidad de vida de sectores cada vez mayores de su población.
La privatización feroz
comenzó con el sistema de salud: “Entre 1952 y 1981, el sistema
nacional de salud contaba [en Chile] con cobertura universal, gratuidad, y era
completamente financiado por el Estado. En la madrugada de la década
de los 80, en plena dictadura militar y promovido por José
Piñera, hermano de Sebastián
[el actual presidente], Pinochet fragmentó
el sistema sanitario, contrajo brutalmente la inversión pública en
salud y creo los Institutos de Salud Previsional (Isapres).”*
Desde ese comienzo a la fecha la privatización de la salud ha
llegado a extremos tales como que más de la mitad de la atención que
se brinda en los “hospitales públicos” es de régimen privado,
la inversión estatal en salud pública se ha reducido a un mínimo
progresivamente menor y la mayor parte de la población solo puede tener
atención médica si está en capacidad de pagarla.
Más o menos en la misma
época comenzó la privatización de la seguridad social con la
creación del régimen de las Administradoras Privadas de Pensiones
(AFP). Paulatinamente el Estado fue desmontando su régimen de pensiones
y dejando en manos del propio trabajador el “ahorro personal” que
consistirá en su jubilación. Un régimen que hace a las empresas descontar
a los trabajadores un obligatorio 10% de su salario (sin que la patronal
tenga que aportar nada). Régimen que comenzó siendo obligatorio solo
para los trabajadores contratados, siendo en principio opcional para
los independientes, pero que hoy es obligatorio para todos los trabajadores
chilenos. La cuestión es que no sólo el Estado deja de hacerse cargo
de la seguridad de los trabajadores, sino que éstos quedaron en manos
de las AFP, reducidas hoy a seis que manejan cifras equivalentes
a los 2/3 del PIB chileno, que invierten esos inmensos recursos en especulación
de bolsa para su propio beneficio y que constituyen uno de los oligopolios
más poderosos del país, sin dar a los trabajadores los “beneficios
económicos” prometidos.
Finalmente, también
en esa misma temprana fecha comenzó el proceso de privatización
de la educación en Chile. No vamos aquí a contar su historia
**, pero sí podemos mencionar algunas de sus disparatadas consecuencias.
La más importante es que no queda hoy prácticamente educación gratuita
en el país. La educación pública, desde la escolar (a base de concesiones
a instituciones privadas) hasta la universitaria, cuyas matrículas
y cuotas son tan altas como las de las universidades privadas, se regula
con el mismo código: para estudiar hay que pagar. Ni que hablar
de las instituciones de elite a todo nivel educativo, solamente accesibles
a los hijos de la clase alta. Un cálculo conservador establece una
media de U$ 40.000,00 como costo de la carrera profesional de un estudiante
cualquiera. Claro que el sistema es muy creativo, permite la educación
a crédito, de esta manera un recién graduado puede tener sus ingresos
como profesional comprometidos durante varias décadas para pagar su
deuda por educarse.
La pregunta entonces
es ¿Porqué ha sido precisamente
el problema educativo el detonante de la explosión social en Chile?
Ya que si bien es cierto que la reacción inmediata a las protestas
por parte del poder establecido, desde las llanas y hasta ingenuas declaraciones
del presidente Piñera, tales como que “la ecuación es un producto
de consumo”, o que “si bien a todos nos gustaría que fuera
gratis, alguien tiene que pagar por la educación”, hasta la feroz
represión de las policías o las declaraciones de los voceros del gobierno
intentando asustar a la población al amenazar con volver a poner a
las Fuerzas Armadas en las calles al mejor estilo de la dictadura; sólo
han logrado echar leña al fuego de las protestas, las gravísimas consecuencias
para el grueso de la población de la privatización educativa, parecen
estar al mismo nivel de las de la privatización de la salud o la de
la seguridad social.
Por alguna (o múltiples)
causas, el problema de la educación ha sido no sólo el detonante de
la explosión social en Chile, sino que sigue constituyendo su principal
motor.
Algunas conclusiones
El análisis de este
tipo de procesos y sus resultados, nos lleva a afirmarnos en la convicción
que la complejidad de los procesos sociales y sus características de
pertenencia a los sistemas caóticos, hace inviable la generación de
modelos teórico-prácticos capaces de preverlos. Está agonizando la
percepción nacida en la ciencia positivista del siglo XIX de que el
Universo es una gran maquinaria y que conociendo sus engranajes sería
posible pronosticar su comportamiento.
Por supuesto esto no
quiere decir que no podamos hacer ni conocer nada al respecto y quedarnos
inermes ante un Universo cuya complejidad no es reductible a los modelos
de lógica aristotélica y acciones de causa-efecto. Deberemos hacer
lo que ya hoy hacen con absoluta normalidad y regularidad los meteorólogos,
si no podemos prever el tiempo, sigámoslo de cerca para
poder reaccionar ante sus efectos.
Fueron los meteorólogos
en la búsqueda de encontrar sistemas para prever el clima, quienes
desarrollaron principalmente el modelo de la Teoría del Caos. Descubrieron
que el sistema climático es un sistema que entra y sale de la condición
caótica, dentro de la cual no es posible hacer predicciones. La meteorología
desarrolló entonces un sistema de seguimiento cercano de las variaciones
climáticas apoyado en los más recientes adelantos tecnológicos (seguimiento
por redes satelitales, informática, etc).
Cuando la TV informa
sobre un huracán, no está prediciendo que rumbo tomará, está
registrando lo más cercanamente posible su curso. Claro que esto no
se le informa correctamente al gran público, que sigue convencido que
está viendo todos los días un sistema capaz de predecir el clima.
Es que este encubrimiento es parte de la compleja matriz de realidad
virtual que generan diariamente los medios de comunicación, para mantener
en las grandes masas de población bajo el sistema de persuasión y
engaño (que cada vez funciona menos) que permite su dominación.
En definitiva, que para
“entender” como funcionan los sistemas sociales y poder enfrentarnos
a la realidad socio-política que vivimos, será necesario seguir creando,
afinando y puliendo metodologías de análisis que nos mantengan cada
vez más próximos al desarrollo de los acontecimientos. Sistemas de
“observación cercana” que nos ayuden a incidir y colaborar con
los cambios, para poder construir un mundo mejor.
* “La crisis de la salud en Chile: La privatización a la orden del día”, Andrés Figueroa Cornejo, publicado en la Web el 25 junio 2010
** Ver La privatización de la Educación en Chile, estudio realizado por la Oficina Regional para América Latina de la Internacional de la Educación, disponible en la Web.