11 de septiembre, reflexiones después de una década

Escribo estas palabras en pleno 11 de septiembre de 2011, diez años después del llamado mayor atentado terrorista de la historia de la humanidad. Es difícil formular cualquier análisis de tipo retrospectivo una vez que casi todo ya fue dicho de dos maneras. Los enunciados públicos, verdaderas piezas propagandísticas de la guerra imperial contra Afganistán y el Irak, ya fueron mil veces reproducidos por los llamados medios empresariales corporativos, en la época muy insuflada por grupos económicos como la News Corp, del hoy parcialmente sin máscaras Rupert Murdoch. Los enunciados no públicos, se hicieron misión en contra de aquellos que se oponen a la tesis de guerras y choques de civilización y rechazan reproducir el imperialismo occidental bajo la forma de “democracia”. Mucho del periodismo y de los análisis políticos de la Internet en escala mundial toman ese partido, al cual este escritor modestamente se vincula, afilia y aporta un grano de arena más.


Todos los que pronunciamos públicamente análisis, impresiones, opiniones y conflictos de opiniones, ya hablamos, y mucho, a lo largo de los últimos diez años, acerca de la década donde la Guerra contra el Terror impuso para el mundo su conflicto sin límite de terrenos y escenarios de operaciones móviles. Esta debe ser nuestra primera reflexión. En una escala de operaciones por encima de la media, los Estados Unidos asumen su vocación imperial y promueven un conflicto en escala planetaria, más allá de los escenarios complejos del Irak (un pantano sin salida alguna) y el escenario conjunto de Afganistán-Pakistán. La “Guerra contra el Terror” es una coordenada para un Estado-Mayor conjunto, este de tipo combatiente, llamado United Special Operations Command (Mando de Operaciones Especiales, equivalente a un Estado-Mayor de Operaciones Especiales, USSOCOM). A través de esta articulación de Grandes Unidades, y el brazo extendido del Joint Special Operations Command (JSOC), el Pentágono incluye una ideología de tipo “Seguridad Nacional” dentro del territorio de los 50 estados que componen el país, construido por el pacto oligárquico de las 13 colonias originarias. Así, la “Guerra contra el Terror” se aplica en escenarios diversos, en escala planetaria, incluyendo el escenario doméstico.


Evaluar los efectos post11 de septiembre para la democracia americana, cuando la avanzada de los neo-conservadores y el estímulo del combate al terror integrista suman fuerzas y atropellan barreras legales y políticas, será objeto de un próximo artículo. El punto obligatorio aquí es citar, sólo para demarcar su relevancia, que la creación del Department of Homeland Security (DHS, equivalente al Ministerio del Interior) reorganiza una serie de agencias federales de los EUA (como el Servicio Secreto, la Inmigración, la Guardia Costera, Patrulla de Fronteras y Aduanas, entre otros) y estas así como el FBI (DEA, ATF, y US Marshals, entre otros), tienen prerrogativas sobre las fuerzas de seguridad de estados, condados y municipios. Esto implica, como mínimo, una tensión permanente entre la disidencia interna, las oposiciones civiles y contestatarias y los macro-designios del complejo industrial-militar y del poderío de los lobbies, como el del petróleo.

Pero, como dije más arriba, el análisis de la política estadounidense post11 de septiembre, ya está destinado a otro texto. El momento es atenernos a otro reflejo después de los atentados y a las guerras de invasión recurrentes provocadas por estos. En escala global, el mundo cambió, es posible que nos estemos aproximándonos a un sistema descentrado –aunque tenga el mando militar directo de un Imperio tipo superpotencia– y cuyas oposiciones a la Globalización Transnacional Capitalista se ven atrapadas, ofuscadas más allá del Occidente, en función de la presencia integrista de un lado (el correcto sería afirmar de los integristas, de los jihadistas) y de la avanzada de la China y el nuevo bloque en formación (donde el Brasil se incluye y avanza), por otro. Y, como una pista interpretativa, esa puede ser una de las grandes modificaciones que vivimos hoy en el planeta en términos de opciones y alternativas.


La tesis del choque de civilizaciones y de las visiones totales del uso de recursos y formas de acumulación en la Tierra no es algo exclusivo del momento en que vivimos. La exacerbación de ese combate, sí lo es. George W. Bush asume un gobierno a través de elecciones como mínimo sospechosas (fraudulentas para algunos críticos, donde me incluyo) y aplica la venganza como lema de su gobierno, garantizando que a pesar de su desastrosa administración fuera reelecto en una victoria arrasadora en 2004. Ya en la carrera electoral de 2008, dos proyectos, uno de tono levemente neo-keynesiano (el de Obama con Joe Biden y la bendición de Hillary y del lobby sionista de la AIPAC), compitiendo con un belicista y héroe de guerra, John Mccain y su impagable candidata la vice, Sarah Palin, apuntó a la necesidad de salida del modelo ya agotado de los EUA. Faltó avisar esa suspensión de pagos de proyecto a los poderes fácticos del Imperio, que hicieron del gobierno de Obama un infierno desastroso, y cuyo gran mérito en la política internacional fue eliminar a Osama Bin Laden.


Retrocediendo el tiempo de la lucha Antiglobalización para comprender

En 11 de septiembre de 2001, cuando los ataques contra las Torres Gemelas, el occidente volvía a respirar a través de una nueva izquierda que resucitaba con discursos renovados o rememorados (como el fortalecimiento de ideas-fuerza libertarias), buscando soluciones para el neoliberalismo arrasador. La China era ya una potencia, pero no tenía la proyección de hoy, aunque ya operara como Chimérica, siendo uno de los mayores compradores de títulos de la deuda estadounidense. Aquel año, al menos en términos de ideario, se forjaban un conjunto de ideas de modo a superar la democracia realmente existente, y se cicatrizaban las heridas de los pocos que aún eran “viudas” del horror societario (distribuctivista sí, pero totalitario), que fuera el “socialismo real”. Hasta la invasión de los EUA a Afganistán, iniciada en octubre de 2001, este país era gobernado –al menos sus centros de poder– por la facción victoriosa de la guerra civil post-derrota y retirada de la antigua Unión Soviética, en 1989 (entonces con largos diez años de penuria en las montañas desérticas en aquel Estado ficticio, siendo de hecho un territorio aún tribal), por un partido de estudiantes (Taleban), cuyos líderes fueron educados en escuelas religiosas (madrastas), con el apoyo financiero de las mismas redes comandadas por sauditas wahabitas (como el Sheik Osama Bin Laden), apoyadas por la CIA durante los años ’80 del siglo XX.


El debate político en el mundo se hace, de nuevo, simplificado, pues de un lado estaría el conjunto de valores occidentales, concomitante con la apología demente al fundamentalismo de mercado y al Estado gendarme. Del otro, la igualmente bestial afirmación de la Umma y de la Avanzada Verde, esta vez bajo la interpretación integrista de la lucha justa en escala global. Hoy, en términos de proyectos globales, tenemos tres opciones fallidas y muchas veces no concurrentes, pero sí complementarias. El fundamentalismo de mercado, cuyo peor de los ejemplos es el fraude con nombre de crisis a partir de la operación de la burbuja inmobiliaria de los EUA; ese neo-bismarckismo (incompleto, es cierto), donde el Estado promueve empresas campeonas nacionales y recibe capitales transnacionales (desde que gestionan empleo directo) y financia el crecimiento a la base de venta de productos primarios, superexplotación de mano de obra o el conjunto de éstas (cómo es la base transversal de los BRICs); o entonces la propuesta aún beligerante y con cierta ascendencia en algunos territorios (como en Somalia, otra derrota estadounidense más), de una interpretación más o menos cerrada del integrismo (ahí se localiza una disputa entre Arabia Saudí e Irán, y la tentativa de influencia de estos Estados sobre las redes jihadistas), en que tampoco se toman en cuenta las libertades individuales y los derechos colectivos no hegemónicos.


En ese promedio del último decenio, vivimos experiencias muy interesantes, como la de Oaxaca (México 2006), y el soplo de esperanza con la Primavera Árabe (“revolución de los jazmines” es un bello neologismo también aplicable), donde se cae la mascara de la falsa oposición entre gobiernos dictatoriales y un Occidente en guerra contra el terror integrista. La guerra clandestina, además de secuestrar (potencialmente a cualquiera y en cualquier parte del planeta), detener sin ninguna legalidad (como en Guantánamo, una aberración jurídica, un enclave imperial en Cuba), y a veces soltar sin juzgar, antes entregaba prisioneros para ser torturados en mazmorras árabes, en países como la Libia de Khadafi, la Siria de Assad y el Egipto de Mubarak. En este intervalo de tiempo el capitalismo desarrolló una solución esencial para las perspectivas neoliberales, cuando el problema de la acumulación económica es muy superior al problema de la libertad política. En este sentido, China apunta hacia los herederos de la Sociedad Mont-Pèlerin y los entusiastas del pacto neo-conservador (como el Tea Party de los EUA, insuflado por la Fox News de Murdoch y cia.), como una salida pinochetista en escala mil veces superior.

La herencia del 11 de septiembre es para el Occidente que se opone a la Globalización Transnacional Capitalista, colocada como un problema a ser superado. No hay como negar el horror integrista; ni tampoco el terror de Estado de la acción imperial en Oriente Medio, en el Magreb y en la Asia Central; ni tampoco la opción de desarrollo capitalista a toda costa, agotando los recursos naturales y profundizando las fusiones y concentraciones de capital (como los proyectos del Plan IIRSA en América Latina y la acción de China en la África). Demarcar un campo de trabajo más allá de estas opciones totales (siendo también, bajo algunos ángulos, totalitarias), es un obstáculo a la política internacional de los movimientos populares y de contestación contra la Globalización Capitalista (hegemonizada por la Mundialización Financiera). El afirmar tal proyecto político, en el que se incluiría la base de la Justicia Social y Libertades Políticas y Derechos Individuales y Colectivos, teniendo como base del desarrollo el respeto por las culturas originarias y el equilibrio en el uso de los recursos naturales; está presente en todos los discursos más o menos legítimos. y a la vez ausente del horizonte de posibilidades a corto plazo.


El 11 de septiembre y la Guerra contra el Terror, como que dieron carta blanca a lo peor de las fuerzas del capitalismo para hegemonizar a la ya pobre cultura política de los EUA. Esto sobre-dimensiona las fuerzas del fundamentalismo de mercado, que arremeten con todo e imponen la inconsecuencia total de sus actos. Un ejemplo de esta demencia fue que sobreviniera, generando desde el centro del sistema el mayor fraude financiero (y fiscal, y societario, y tal vez político) de la humanidad. Un día como hoy, además de respetar la memoria de las víctimas del ataque inhumano y absurdo (¡no hay causa que justifique el ataque contra inocentes!), debería servir para superar la manipulación mediática y la pobreza de los argumentos de liberales estériles, defensores del sistema de mercado y de las instituciones de la democracia representativa (delegativos y superficiales) realmente existentes. Este dibujo de poder fáctico y producción de sentido no genera nada además de un consenso fabricado en industrias de bienes simbólicos, y desarman así lo mejor del espíritu rebelde del Occidente. En estos diez años después de los ataques promovidos por el ex-aliado de los EUA, ya se hace hora de superar esta mentira sistémica alimentada por la desinformación estructural.

www.estrategiaeanalise.com.br / blimarocha@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1245 veces.



Bruno Lima Rocha

Politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales

 blimarocha@gmail.com      @blimarocha

Visite el perfil de Bruno Lima Rocha para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: