La casi totalidad de los grandes conquistadores son andaluces y extremeños. Andaluza es nuestra rumbosidad y ostentación. Nuestra generosidad e imprevisión. Nuestra sangre ardiente y a flor de piel. Andalucía fue la parte de España que se desgajó de su sorna para darnos vida.
Andalucía es, en nuestros
días, la región de España que mayor saldo de criminalidad y delincuencia
contiene.
La “Madre
Patria” tomó a las colonias como vertedero de indeseables. Para 1800,
casi todos los asesinatos ocurridos en Venezuela eran obra de españoles
europeos; los siniestros acontecimientos criminales que conmovían a
los venezolanos, comenzaron a registrarse desde 1778, cuando se autorizó
el libre comercio de Venezuela con todos los puertos de España, razón
por la cual comenzaron a llegar numerosos indeseables. La Metrópoli
ha visto por mucho tiempo a sus colonias como alcantarillas donde había
de tirar todo lo impuro; se han visto juicios que conmutaban penas aflictivas
por deportación a las colonias de América.
Si pensamos que los grupos sociales que sustituyeron a los Conquistadores como clases dirigentes, tenían constitucionalmente, por razones de castas, su misma estructura biológica, y que mantuvieron hasta nuestros días la tradición de serrallo que impusieron los Viajeros de Indias, comprenderemos que en la medida que pasaron los siglos, lejos de reducirse, la proyección constitucional de los Conquistadores sobre el pueblo venezolano tuvo tendencia al alza. Si a esto añadimos asimismo otros hechos, como el enclaustramiento genético de la clase dirigente, por las razones de casta señaladas, y la estrecha consanguinidad en que incurrieron, caeremos en cuenta de que la sobrecarga psicopática de la clase dirigente, lejos de mitigarse con el paso del tiempo, tuvo que acentuarse.
Si se piensa que el
mismo fenómeno es extensible a las clases populares mestizas, no podemos
menos que afirmar que la sobrecarga psicopática de los Conquistadores
persiste en la Venezuela de nuestros días.
La Historia está
detenida por dentro, es decir, que los sucesos exteriores de gran movilidad
—guerras civiles, guerrillas, montoneras, golpes de estado, derrocamientos
y entronizamientos de nuevos caudillos, entre el 1º de enero de
1830 y el 31 de diciembre de 1998, por lo menos, 180 revoluciones, alzamientos,
cuartelazos, asonadas, invasiones y motines— en nada alteran el fondo
y las estructuras psicológicas y sociales determinadas por los Conquistadores,
vueltos después encomendaderos. Nada se mueve en lo referente a modificar
de un modo fundamental arquetipos, valores y motivaciones. El pasaje
de una Venezuela silvestre a la Venezuela distorsionada de las urbes
actuales, no significa un cambio real, de modo que: “Sesenta y cinco
años después de Gómez, Venezuela en la era puntofijista, sin dejar
de ser un país atrasado, se ha tornado en un país ansioso. De subdesarrollado,
pero coherente, ha continuado siendo retrasado y, encima de eso, torcido.
De ignorante lucido pasó a ignorante confuso; del letargo al insomnio,
de la quietud silvestre a un malestar atenazante. De una Historia detenida
pasó bruscamente a una sociología de angustia”. Y el hogar sigue
siendo el legado de los Viajeros de Indias, donde los cónyuges “permanecen
mudos y abstraídos el uno frente al otro, como si pensaran mutuamente
en la libertad perdida”, o bien el fruto irracional “de una actividad
genésica descomunal” que tiende “a establecer la ilegitimidad como
sistema social aceptado”. Desencuentro o libertinaje. Ya en 1798,
el número de madres solteras, cabeza de familia, era la matricula del
párroco de Catedral, en Caracas de 23,6%. En 1935, el 75% de los individuos
son hijos naturales o ilegítimos: “Estas comprobaciones nos han llevado
a una conclusión: la presencia de una heterogeneidad cultural que hace
siglos ha debido superarse. Si a la diferencia cultural sentada por
el Conquistador, a través del hogar, se añadían diferencias económicas,
jurídicas y sociales insuperables como las que estableció el régimen
de castas que privó en lo teórico, hasta 1810, y en la práctica hasta
1998, quizás comprenderemos por qué el venezolano como el neurótico
está detenido en su historia”.
No es necesario recurrir
a estadísticas para afirmar que la delincuencia y la criminalidad (de
todas las clases sociales) en Venezuela es una de las más elevadas
del hemisferio. La página roja de los medios de comunicación es insuficiente
para dar noticias de los innumerables atropellos, crímenes monstruosos
y homicidios pasionales que a diario se suceden. La delincuencia trasladada
desde la Colombiagranadina: Tráfico de drogas, abigeato, sicariato,
trata de blancas, conspiración. Todo eso aumentó: El robo desmedido
a mano armada, el cohecho, la estafa en pequeña y gran escala florecen
en todos los ambientes; las ciudades, de noche, parecen ciudades en
estado de sitio; los campos, escenarios de guerra civil.
Si en los países evolucionados,
delitos menores se acompañan casi siempre de la correspondiente denuncia
ante las autoridades, en Venezuela, por las razones que señalamos,
buena parte de las víctimas se abstienen de hacerlo; incluso en circunstancias
graves, como es el caso de atracos a mano armada, arrebatones o de agresiones
contra las personas. No obstante tan significativa sustracción, las
estadísticas delictivas de Venezuela son de siete a catorce veces mayores
que en las referidas entidades.
Si el robo, la estafa,
los arrebatones y la agresión a mano armada suelen sustraerse de las
estadísticas criminales, no sucede lo mismo con el homicidio y el suicidio.
Es muy difícil que hechos de esta naturaleza puedan evadirse del conocimiento
público y, por ende, de su expresión estadística.
Numerosos y variados
factores han sido invocados para explicar nuestra elevada y creciente
criminalidad; desde la tentadora y sobada explicación económico-social,
la deficiente educación hasta los problemas psicológicos que determina
en los hogares venezolanos la ausencia del padre. Se habla de
analfabetismo, de éxodo rural, de consumo de drogas, de ingesta de
alcohol, de inmigración interna y externa, de incremento violento de
la población en las áreas urbanas, de transculturización, de la crisis
ideológica que vive el mundo occidental, de la quiebra de los valores,
del clima, de la raza, de la ilegitimidad, del sistema IV republicano
y del código penal. Si analizamos con objetividad los pretendidos factores
causales, nos vamos a encontrar con una serie de sorpresas, como lo
es, por ejemplo, la influencia que en el aumento de la delincuencia
ha tenido la televisión, la riqueza, y la alfabetización. El nivel
de instrucción de la población penal de Venezuela, lo mismo que el
rango social de los penitenciarios, está un poco por encima del nivel
medio de la población. Estudios psicológicos verificados demuestran
que las cifras de delitos contra la propiedad aumentan no en los periodos
de pobreza, sino en los de auge económico.
Por todo lo expuesto,
tenemos derecho a inferir que ninguna de las circunstancias ambientales
invocadas hasta ahora es suficiente por sí sola, ni todas juntas,
para explicar nuestra desmesurada tasa de hechos sangrientos.
Nos llama la atención,
como a numerosos observadores, la elevada incidencia de crímenes monstruosos
y la bien sabida correlación que existe entre estos hechos y la perturbación
mental. Como podrá verse, la incidencia de crímenes monstruosos sucedidos
en Venezuela es demasiado alta. Al analizar las tasas de psicosis en
la población penal, nos encontramos con que estas triplican en Venezuela
las tasas dadas para otros países, así como se encuentran igualmente
triplicadas las proporciones de oligofrenia y epilepsia.
Ante estos hechos comenzamos
a preguntarnos seriamente: ¿Hasta qué punto la sobre carga de
homicidios que encontramos en Venezuela es consecuencia de una sobrecarga
de enfermedades mentales heredadas de los Conquistadores?
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre y Patria Socialista.
¡Venceremos!