La guerra de las drogas de EEUU contra Rusia: a partir de su enclave en Asia

Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona
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Las agencias de inteligencia norteamericanas lanzaron sus primeros ataques de estupefacientes contra Rusia a comienzos de la década de los 90, época en que las drásticas reformas desangraban a las instituciones del orden público en Rusia y las fronteras del anteriormente aislado país se tornaron fáciles de cruzar por los enviados de los carteles narcotraficantes occidentales. Las aduanas rusas y los servicios fronterizos heredaron de la época soviética muy poca experiencia para lidiar con la amenaza del narcotráfico, carecían completamente de preparación para enfrentar este desafío y los envíos de cocaína y heroína comenzaron a introducirse fácilmente en Rusia desde un lejano continente. Debilitar al país considerado enemigo potencial mediante el fomento de la drogadicción en su población –la juventud, los militares, los intelectuales—es una prioridad para el Imperio que busca reducir el potencial humano de Rusia.


La mayoría de las drogas que se distribuyen en Rusia vienen de Colombia donde la historia de las sospechosamente estériles actividades norteamericanas antinarcotráfico es de vieja data. El régimen de libre tránsito entre Rusia y Colombia patrocinado por Estados Unidos –notoriamente uno de los primeros acuerdos de este tipo firmados por Moscú—con certeza ayudó a los capos narcotraficantes y a sus oscuros patrones a poner en operación la nueva línea de narcotráfico. En ese tiempo los informes de prensa con frecuencia mostraban cargamentos disfrazados de bananas, pescado enlatado o souvenirs. En breve lapso, las drogas comenzaron a fluir hacia Rusia desde México, la República Dominicana y Bolivia. Para muchos funcionarios públicos rusos la tentación de obtener un buen ingreso al costo de un breve riesgo resultó irresistible.


Los servicios de inteligencia norteamericanos asistieron permanentemente a los carteles de la droga, en parte estimulando la cooperación de rusos que se tornaron decisivos en la distribución de drogas a través de Rusia y para enviarlas a Europa.


La “guerra contra el terrorismo” de Estados Unidos y la ocupación de Afganistán por parte de la OTAN reimpulsó la ofensiva norteamericana de los estupefacientes contra Rusia hasta un nivel sin precedentes. En unos pocos años, la producción afgana de estupefacientes se incrementó en un factor de 50 alcanzando el equivalente de entre 190 y 200 mil millones de dosis anualmente, número que es aproximadamente unas 30 veces mayor que toda la población mundial. Los laboratorios de la droga, ocasionalmente con equipamiento superior al de compañías farmacéuticas internacionales, han proliferado por todo Afganistán bajo la protección de la OTAN y la DEA de Estados Unidos. En el intertanto, la OTAN, el Pentágono y la DEA han montado una acérrima oposición a las proposiciones de Rusia para la realización de campañas de erradicación de manera conjunta. Los poco sofisticados argumentos esgrimidos por los representantes de la coalición occidental pretenden ser “humanitarios”: supuestamente la erradicación del cultivo de la amapola dejaría a los campesinos afganos sin medios de subsistencia hundiendo a Afganistán en total hambruna y fortaleciendo las posiciones del Talibán dentro del país. Los funcionarios de la OTAN se apegan a la concepción optimista que las cosas mejorarán automáticamente cuando se ofrezca al campesinado afgano alternativas agrícolas viables a la cosecha de amapolas. Para aplacar el creciente descontento de Moscú, Estados Unidos realizó varias incursiones antinarcóticos en Afganistán en cooperación conjunta con Rusia, pero por supuesto, hasta ahora no ha sido inventada ninguna alternativa comparable en lo lucrativo que es el cultivo de las opiáceas.


Casi el 50 por ciento de la heroína producida en Afganistán es suministrada por la vía de la denominada ruta del norte la cual atraviesa las repúblicas centroasiáticas hacia Rusia y más allá hacia Europa. Las cantidades de heroína que se ofrecen en Rusia están creciendo paulatinamente y la situación se asemeja a las primeras fases de este desarrollo en México, situación que eventualmente degeneró en una guerra de terrorismo y narcotráfico al interior del país.


La estrategia del Imperio es crear las condiciones bajo las cuales la guerra contra el narcotráfico en un país “socio” erupcione de manera inminente y luego hacer que los “socios” sean dependientes del apoyo norteamericano en el conflicto. Washington abastece armas de fuego y lanzagranadas a los carteles rivales de la droga en México, esto claramente refleja la estrategia de administrar la guerra antinarcóticos en el país. Docenas de militares y agentes policiales mexicanos, junto con guardias fronterizos, funcionarios aduanales norteamericanos y operativos de la DEA han muerto en el conflicto.


El gobierno mexicano no es capaz de resolver el problema de las drogas por su propia cuenta y por lo tanto ha tenido que hacer graves concesiones a Washington, que en consecuencia, goza en México de irrestricta libertad de maniobra. Por ejemplo, el reclutamiento de personal para las agencias policiales y fuerzas especiales se hace bajo la supervisión norteamericana. Esta gente es sometida a pruebas con detectores de mentiras (polígrafos) reciben entrenamiento de acuerdo con las normas del Pentágono y se les inculca total lealtad a Estados Unidos. Estos zombies rápidamente cumplen órdenes de matar y a penas se dan cuenta a quien están matando –mexicanos, guatemaltecos, hondureños o norteamericanos. Al luchar por la dominación mundial, el Imperio pone en funcionamiento esta tecnología en cualquier parte del mundo.


Recientemente el Adjunto al Secretario de Estado norteamericano para Asuntos de Narcotráfico y Aplicación de la Ley, William R. Brownfield visitó Tayikistán, Kirguistán y Kazajtán. El desempeño personal de Brownfield abunda en episodios vinculados a las actividades de Washington contra los regímenes desafiantes. Ocasionalmente estos esfuerzos terminan en estrepitosos fracasos como en Venezuela donde el Presidente Chávez de manera rotunda advirtió a Brownfield que sus intentos por orquestar conspiraciones y revoluciones de colores, no serían tolerados. Aislado y tildado de payaso, Brownfield tuvo que dejar Venezuela con un sentimiento de derrota.


Lo que Brownfield entregó a las repúblicas centroasiáticas fue un plan titulado Iniciativa Antinarcóticos para Asia Central, CACI (sigla en inglés) que tiene un gran parecido con el Plan Colombia (Brownfield sirvió como embajador de Estados Unidos en Bogotá durante 2007-2010). Este excesivamente sobrador tejano prontamente convenció a sus socios centroasiáticos que el triunfo sobre el enemigo común –el narcotráfico—estaba al alcance de la mano. Parte del plan contempla grupos operativos instalados en Kazajtán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán similares a aquellos organizados en Afganistán y Rusia. Estados Unidos se compromete a financiar el proyecto pero la cantidad que se calcula para su fase inicial –de 2 a 3 millones de dólares—parece modesta en comparación a los miles de millones de dólares gastados en el Plan Colombia.


Brownfield inauguró la guardia fronteriza y un complejo aduanero en la frontera de Tayikistán y Afganistán como una muestra de la cooperación de Estados Unidos y Asia Central.


Hablando con sus socios en Dushanbe, Bishkek y Astana, Brownfield prefirió no extenderse sobre la amplia agenda norteamericana para la región, la cual implica profundas transformaciones internas en las cinco repúblicas centroasiáticas. Los objetivos de Washington en Asia Central incluyen la adopción de regímenes filo Estados Unidos y la eliminación de cualquier influencia que Moscú pudiera tener todavía en esta parte del espacio pos soviético. Del mismo modo, Brownfield no explicó qué misiones se les encargaría a los grupos operativos en el marco del plan. Una hipótesis plausible es que estos grupos serían modelados como los escuadrones de la muerte de México y Colombia y serían empleados en importantes ofensivas militares en Asia Central. Podría llegar el día en que estos grupos se conviertan en fuerzas fronterizas del Imperio que pretende perpetuar su presencia en Asia Central con el objeto de tener en la mira a Rusia y China.


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Nil Nikandrov

Periodista y analista político escribiendo frecuentemente en la revista rusa internet Strategic Culture Foundation.

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