Sumak kawsay es una expresión de los indios aymaras de los Andes, que significa “vivir bien” o “vida en plenitud”. “Vine para que todos tengan vida y vida en plenitud”, dijo Jesús (Juan 10, 10).
Según la mentalidad cristiana e indígena esa vida plena no tiene nada que ver con riqueza y acumulación de bienes materiales. Más bien encierra una propuesta de felicidad, de un bienestar espiritual respaldado por condiciones dignas de existencia.
Participé en Quito en un seminario en torno al tema Sumak kawsay. A continuación fui a Cochabamba, a un evento internacional sobre ecología, que retomó el paradigma de una vida que considera necesario lo suficiente. Y en La Habana, en el Coloquio Internacional “José Martí: por una cultura de la naturaleza”, tuve oportunidad de volver a profundizar sobre el tema.
Nuestro actual modelo hegemónico de sociedad, basado en el consumismo y en la acumulación de lucro, se encuentra en crisis. De cada tres habitantes del planeta, dos viven entre la pobreza y la miseria. Todas las formas de vida están amenazadas por la degradación ambiental. A pesar de lo cual, más de 6 mil culturas y 500 millones de personas resisten a la modernidad neocolonialista que el paradigma anglosajón insiste en imponernos.
El Foro Social Mundial acuñó la utopía de “otro mundo posible”. Aunque sería mejor hablar de “otros mundos posibles”, abiertos a la pluralidad de etnias y culturas. Lo que nos exige una actitud iconoclasta, de derribar los mitos de la modernidad capitalista, como mercado, desarrollo y Estado uninacional, basados en la razón instrumental. Al cuestionar las lógicas mercantilistas, desarrollistas y consumistas, contribuimos a desmercantilizar la vida. Todos sabemos que, en nombre del dios Mercado, el agua, los bosques, los mares y demás bienes de la Tierra dejan de tener valor de uso para tener sólo valor de cambio. Incluso las relaciones personales son cada vez más mercantilizadas.
“Vida en plenitud” nos exige rescatar la sabiduría de los pueblos originarios, en una actitud relacional y dialógica con la naturaleza y con los semejantes. ¡Abajo la cultura del shopping, del consumismo desenfrenado! Ahora se trata de vivir bien y no de vivir mejor que el vecino o de acuerdo con las imposiciones del gran oráculo del dios Mercado: la publicidad.
“Vivir bien” es poder pensar, discernir y decidir con autonomía, promover la interculturalidad y la diversidad lingüística, admitir la variedad de formas de democracia, favorecer los autogobiernos comunitarios, socializar el poder. Los pueblos originarios, como las naciones indígenas diseminadas por el mundo, siempre fueron mirados por nuestro prejuicio urbano como enemigos del desarrollo. Conozco celebridades académicas que no se avergüenzan de defender la integración de los indios a nuestro modelo de sociedad urbana.
Pero este modelo nuestro es el gran enemigo de esos pueblos. Al menos seamos capaces de preguntarnos cómo pueden ser felices si no poseen casi nada de la parafernalia de productos y de las condiciones de comodidad que la publicidad pregona como necesarias para una vida feliz.
Ante la crisis de la civilización hegemonizada por el capitalismo es hora de construir nuevos paradigmas. Lo cual implica valorar otras formas de conocimiento, integrar lo humano a lo natural, respetar la diversidad de cosmovisiones, desmercantilizar y socializar los medios de comunicación, y oponer la ética de la solidaridad a la de la competitividad.
Si la secularización de la sociedad descarta cada vez más la idea de pecado, urge introducir la de la ética, a fin de sobrepasar ese limbo de relativización de los valores que tanto favorece la corrupción, la ridiculización de lo humano, la prepotencia de quien se tiene por único poseedor de la verdad y no se abre al derecho del otro, a la diversidad, a la diferencia.
Una revista inglesa propuso a un grupo de lectores verificar, durante tres meses, qué productos eran estrictamente necesarios para que todos se sintieran felices. Y todos, sin excepción, concluyeron que se había ampliado el presupuesto familiar al constatar el alto índice de bienes superfluos consumidos hasta entonces como necesarios.
“Vida en plenitud” significa estar abiertos a relacionarse con el Transcendente, con la naturaleza y con el prójimo. Aunque no basta con abrazar esa actitud como una simple receta de autoayuda. Hay que transformarla en proyecto político, de modo que se reduzca la desigualdad social y universalizar el acceso de todos a la alimentación, a la salud, a la educación y a los restantes derechos básicos.
Al contrario de lo que predicaba el teólogo Adam Smith, es fuera del Mercado donde está la salvación. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
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