Uribe autorizó las pistas aéreas de los narcotraficantes colombianos cuando era director nacional de aeronáutica civil, su familia se movilizaba en los helicópteros de Pablo Escobar Gaviria; cuando fue gobernador de Antioquia legalizó las primeras “CONVIVIR”, empresas privadas de seguridad que luego degeneraron en paramilitares; su triunfo para presidente de Colombia y la reforma constitucional para reelegirse, fueron posibles por el apoyo sangriento que le dieron los paramilitares, obligando a cientos de miles de personas a votar por él.
El escándalo de la “parapolítica” fue apenas una muestra del inmenso rollo narcoparamilitar en que convirtió a Colombia. Senadores, representantes, ministros y altos funcionarios de inteligencia de su tendencia política, están acusados y sentenciados por delitos relacionados con el paramilitarismo.
Lo que Salvatore Mancuso acaba de denunciar era un secreto a voces en Colombia.
Varias publicaciones documentan estos datos, y los defensores de derechos humanos lo han denunciado valientemente por todos los medios, muchas veces a riesgo de sus propias vidas.
Algunos locos de la oposición venezolana se han paseado por Bogotá a buscar consejos –y algo más sonante- del “paraco mayor”. Sabemos que lo hacen porque son caimanes del mismo pozo, pero aún nos atrevemos a la ingenuidad de alertarles que no se degraden a la infrahumana condición de rémoras de la peste.
Uribe se envalentona demasiado, su arrebato twitero del domingo Día de las Madres contra el Presidente Hugo Chávez, nos muestra a una persona trastornada, obsesiva, frustrada, resentida.
Él se siente con un poder especial para amenazar, está acostumbrado a eso desde los tiempos cuando fundó, con su hermano Santiago como jefe operativo, el grupo paramilitar Los Doce Apóstoles, responsable de masacres y otros crímenes atroces, que aún funciona de manera clandestina.
Los malos colombianos como Uribe, y él muy particularmente, son los culpables de la mayor catástrofe humanitaria que haya vivido el pueblo de Nariño y Girardot, al que Bolívar tanto amó hasta darle su propia vida; un pueblo humilde, hermoso, alegre, creativo y trabajador, que es nuestro hermano de sangre e historia.
Cincuenta mil desaparecidos, nueve millones de expatriados, cinco de los cuales están en Venezuela; cuatro millones y medio de desplazados internos, más de tres mil “falsos positivos”, descuartizamientos con motosierras y cuchillos, masacres, fosas comunes, y hornos crematorios ilegales, terrible copia de la vergonzosa herencia nazi. Todo esto dibuja un cuadro dantesco que cuesta creer que sea verdadero, estaríamos ante una mutación infernal de lo real maravilloso hacia lo real espeluznante.
El “paraco mayor” anda desatado en busca de protagonismo. No simula su odio patológico contra Chávez. Él sabe que cuenta con tentáculos en nuestro país: los apátridas que se le postran, y la tropa paraca infiltrada que sigue sus órdenes.
Pilas bolivarianos, ojo pelao y lanza en ristre.
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