El actor Don Adams
protagonizó la serie televisiva gringa El Superagente 86, donde se parodiaba el
mundo del espionaje en tiempos de la “Guerra Fría”. Maxwell Smart era un agente de la CIA todo disparatado y torpe.
Álvaro Uribe es un agente de la CIA tenebroso y audaz.
Recientemente tiene instrucciones de encabezar una
“cruzada” contra Venezuela. Sus superiores, que a la vez son sus carceleros, le
han ordenado conflictuar la región.
No olvidemos que los gringos lo tienen amarrado
cortico con la cantidad de pruebas de narcotráfico que poseen en su contra,
desde cuando era gobernador de Antioquia y aparecía como el narcotraficante
número 82 en la lista del FBI.
El superagente 82 anda desatado. CNN lo reseña a
diario y asiste a los programas estelares de entrevistas. Estalla una bomba en
Bogotá y allí aparece de primerito señalando la autoría, de paso sabotea el
debate parlamentario sobre la legislación para la paz; su larga mano llega a
Buenos Aires con anuncios de explosivos en el sitio donde dictaría una
conferencia.
¡Caramba, “Varito”, qué notable eres! (Perdón,
lectores, quise decir notorio).
El propósito del “Señor de las sombras” es balcanizar
Suramérica, cumpliendo dos objetivos perversos: sembrar discordia y división
entre los gobiernos para fortalecer la hegemonía imperialista, y drenar su
frustración personal por el odio patológico que siente contra Chávez y todo lo
que huela a bolivariano.
Muy preocupante para la gente de paz que ansía
transitar caminos democráticos. Cada vez que se respiran posibilidades de una
solución dialogada al conflicto colombiano, sectores derechistas de la
oligarquía económica, política y militar, se encargan de boicotear la paz.
Para esos sectores la guerra es un negocio, en un
país que malgasta el 6% del PIB en belicismo, el doble que en educación y en
salud.
Hay que tener mucho cuidado con Uribe, sus tentáculos
serán tantos y tan taimados, como los que se movieron durante la Operación Cóndor
en la década del setenta del siglo pasado.
Él cuenta con la CIA y el Mossad, las dos organizaciones
terroristas más poderosas del planeta, mismas que apoyaron el paramilitarismo
colombiano desde su propia génesis.
Internamente en Colombia, Uribe busca fortalecerse en
los estratos más conservadores, azuzando el verbo bravucón y atacando presuntas
debilidades del gobierno de Juan Manuel Santos frente a la insurgencia. También
exacerba chovinismos haciendo falaces acusaciones contra Venezuela.
Neciamente nos llama “dictadura” y se empata en la
campaña internacional cocinada en Washington que nos coloca entre los “narcoestados”.
Tamaña mentira que pregonan desde el mayor productor
de cocaína del mundo y desde el país mayor beneficiario del negocio de las
drogas, como es Estados Unidos, donde quedan el 85% de las ganancias. De hecho,
el flujo monetario que se genera en ese mercado ilícito, es uno de los
principales ingredientes del aparato financiero norteamericano.
Lo que no se puede ignorar, es que Álvaro Uribe es la
pieza clave de una conspiración transnacional antibolivariana, de magnitudes
imprevisibles en este momento, que remeda la alianza de Santander y Monroe
contra Simón Bolívar.
(*)Constituyente
de 1999
caciquenigale@yahoo.es