Los procesos sociales son sistemas complejos y en alta medida caóticos. Sus sucesos son el producto de la interrelación e interacción de múltiples variables, cuya relevancia nunca es constante, y en ciertos estados la mínima alteración en una de esas variables es capaz de provocar variaciones significativas en todo el sistema (efecto mariposa).
Así, los acontecimientos históricos nunca tienen una sola cara, nunca son el producto lineal de una sola causa. Queremos mostrar aquí que las crisis “económicas”, tales como la que hoy están viviendo los países centrales, no son solamente eso. La variable económica es siempre la más publicitada, sobre todo en un sistema de valores como el que se maneja, dónde lo material y lo relacionado con el dinero aparentan ser las causas últimas. Sin embargo, estas crisis son crisis múltiples, económicas, sociales, políticas, (culturales en definitiva). Sus distintas facetas se repotencian en su interacción, constituyendo entre todas el panorama general y real del fenómeno.
Los hechos culturales muestran su paralelismo crítico. Vamos a un caso de referencia que queremos asociar a nuestro presente. Durante la década de los años 30 del Siglo XX, los Estados Unidos vivieron una crisis estructural que conmovió esta sociedad hasta sus cimientos. Este fue llamado el período de “La Gran Depresión”. Después del “crack” de la Bolsa de Valores de 1929, las grandes masas trabajadoras comenzaron a sufrir hambre a partir del creciente desempleo. El consumo se redujo al mínimo en una situación de deflación y parálisis crecientes.
Esta crisis se veía reflejada también en forma directa en el terreno cultural. La literatura que había sido en la década anterior, crítica con John Dos Passos y altamente existencial con William Faulkner, pasó a convertirse en la visión desesperanzada de la Novela Negra de Dashiell Hammett, y en el principio de la literatura de sátira desalentada y semi-surrealista de Arthur Miller. Allí se apreciaba en forma clara la crisis de valores, de caída de los sueños de grandeza, que era una contraparte de la crisis económica.
Igualmente, en esa década se desarrollaron y se hicieron masivos en los Estados Unidos dos importantes géneros culturales: la historieta (el comic) y la ciencia-ficción. Ninguno de ambos géneros se inventó allí. El comic apareció a fines del siglo XIX, tanto en los grandes periódicos europeos, como en los norteamericanos (en este último, The Yellow Kid en la cadena de William Randolph Hearst, fue quien le proporcionó a su tipo de periodismo, el calificativo de amarillo o amarillista). En la misma época Jules Verne en Francia, y Arthur Conan Doyle y H.G. Wells en la Gran Bretaña, escribían libros y novelas de ciencia-ficción.
Sin embargo fue en la década de la Gran Depresión en los EE.UU: donde ambos géneros se convirtieron en lecturas para grandes públicos. A través de revistas impresas en rotativa, sobre papel de prensa de fibra corta (los “pulp”) por un costo mínimo (entre 5 y 10 centavos de dólar) el norteamericano medio, abrumado por una situación social y económica asfixiante, tenía acceso periódico (semanal, quincenal o mensual) a dos géneros que le proporcionaban alivio y entretenimiento. Los sociólogos y antropólogos han estudiado el fenómeno, determinando que la fenomenal expansión de ambos géneros estaba directamente asociada a los sentimientos de desesperanza, falta de autoestima y deterioro de la fe en el futuro que vivían los ciudadanos estadounidenses, para los cuales el “american dream” había desaparecido. Los nacientes “superhéroes” (así como los animales humanizados de los hermanos Disney) proporcionaban un importante refuerzo a la autoestima (por eso todos los superhéroes están tan identificados, hasta en lo burdamente gráfico, con lo “americano”) a estos hombres y mujeres que debían enfrentarse diariamente con un mundo en el cual ya no eran los “vencedores”. Igualmente, los mundos alternativos propuestos por la ciencia-ficción les permitían alejarse de la terrible realidad cotidiana, y pasearse por luminosos y lejanos escenarios rodeados de aventura.
Los Estados Unidos superaron su crisis sobre todo a partir de las ventajas y ganancias que les proporcionó la Segunda Guerra Mundial que se inició en Europa. Su inmensa capacidad industrial proporcionó el material bélico consumible (en el principio a ambos bandos) y la acumulación de deudas pendientes permitió las grandes ganancias que financiaron el desarrollo del new american dream de la posguerra.
Pero ambos géneros se convirtieron por derecho propio en procesos culturales permanentes, además de constituirse en un baremo adecuado para apreciar el grado de trance emocional de los ciudadanos estadounidenses, hijos de la crisis.
¿La historia se repite?
Creemos que la historia no se repite, que no es cíclica. Sin embargo lo que sí parece ser cierto es que en determinados períodos históricos existen semejanzas apreciables, tal como si la historia en determinadas ocasiones recorriera una especie de espiral, dónde dos de sus vueltas sucesivas son diferentes, pero tienen apreciables características comunes.
Hoy el pueblo norteamericano está viviendo una época crítica que mantiene semejanzas y similitudes con la de La Gran Depresión. Posiblemente en algunos aspectos pueda considerarse hasta más grave la situación, ya que los que están hoy sintiendo el peso de la crisis, los que viven en carpas bajo las autopistas o en sus automóviles, los que sufren todos los días la incertidumbre de si mantendrán o no un empleo que saben que en caso de perder no podrán sustituir, los que ya lo perdieron y saben que no tendrán otro, no son aquellos obreros que estaban mejorando progresivamente su nivel de vida durante las primeras décadas del siglo XX, sino los integrantes de unas clases medias -hoy en bancarrota- que conocieron las dulzuras del “american way of life”, y disfrutaron de su sociedad de consumo. Pero el paralelismo fundamental está en que grandes masas de personas ven deteriorarse diariamente su situación de vida, mientras los medios de comunicación siguen entonando sus cantos de sirena e intentando proporcionarles “enemigos” que mantengan su miedo colectivo.
Allí aparece entonces el fenómeno que tanto nos ha impactado y que queremos destacar. ¿Será una casualidad que durante más de un mes y medio las tres películas más taquilleras en EE.UU. (a las que más acude el público) son de superhéroes y ciencia ficción? Ellas son The Avengers (Los Vengadores) del grupo Marvel, Battleship (Batalla Naval) y Men in Black 3 (Hombres de Negro 3). La primera trata de un grupo de superhéroes que forma un equipo para salvar al mundo (los Estados Unidos) de un ataque que intenta conquistarlo, la segunda muestra el combate de la raza humana (los estadounidenses) contra extraterrestres que intentan invadirnos, y como a pesar de tener una tecnología inferior, el ingenio y la persistencia de nuestra especie (los estadounidenses) logra derrotarlos. Finalmente la tercera repite las historias de una Agencia Secreta (estadounidense) que controla a los extraterrestres que viven entre nosotros (entre los estadounidenses).
Otra vez, ahora no a través de las revistas “pulp”, sino de unas salas de cine con imagen de alta definición y sonido sensoround, de bajo costo de entrada (entre 6 y 10 dólares), el pueblo de los Estados Unidos puede reencontrarse con los dos géneros culturales que “le proporcionan alivio y entretenimiento”.
Del mismo modo que los “Rambo” y “Soldados Universales” reforzaban la valoración de sí misma de una nación que había sido (siendo el poder militar más grande del planeta) derrotada por unos pobres vietnamitas que vivían del otro lado del mundo; el “Capitán América”, la “Superespía”, el “Hulk”, el “Ironman”, se identifican con “lo estadounidense” y en cierta manera apuntalan la demolida autoestima de aquellos que viven cotidianamente una crisis que va mucho más allá de lo económico.
La derrota de unos alienígenas que son superiores a nosotros (los estadounidenses) gracias a nuestra constancia y creatividad (las estadounidenses), y las historias más o menos divertidas de los extraterrestres que cuidamos (los estadounidenses) y que viven de incógnito en nuestra sociedad (la estadounidense), proporcionan además situaciones de vida alternativas al desolador panorama del desempleo, de la pérdida de la casa propia, de la cada vez más restringida atención de los servicios sociales, de las inmensas ciudades (como Detroit) que se han convertido en “pueblos fantasmas”, de una realidad cotidiana que parece no tener salida.
Tenemos entonces aquí un buen indicador que va más allá de las frías cifras del déficit, de los moderados anuncios de desaparición de los sistemas de seguridad social, de las cifras de caída de la Bolsa de Valores, de los números indicadores de hipotecas ejecutadas.
El cada vez mayor consumo por parte de millones de ciudadanos estadounidenses de superhéroes y ciencia-ficción, nos está mostrando en una forma clara y desnuda, cuan alto es el grado de desesperanza y falta de expectativas de las grandes mayorías en la gran potencia del Norte.
Sumémoslo, todos aquellos que intentamos descifrar el destino de nuestro tiempo, al resto de las caras de la crisis.