El colmo del neoliberalismo: la política y la república son mera mercancía susceptible de apropiación por simple compra al mejor postor. La tan temida como repudiada resolución del Tribunal Electoral de la Federación que dará por buena la imposición de Peña Nieto, en vez de otorgar una constancia de mayoría extenderá una factura. El siguiente paso será la reforma constitucional para convertir a la república en una sociedad anónima y colocar acciones en el mercado bursátil. El Congreso convertido en asamblea de accionistas y el ejecutivo contratado mediante licitación; la población reducida al simple papel de clientela cautiva en tanto cuente con dinero para pagar los servicios; el que carezca de recursos quedará inscrito en el club de los prescindibles con miras a su extinción por inanición o por genocidio profiláctico. Esta orwelliana visión del futuro sólo difiere de la realidad actual en el hecho de que la letra constitucional dice que somos una república, aunque en la práctica ya somos una sociedad anónima por acciones; el país tiene dueños y, casualmente, son una muy estrecha minoría. El estado fallido, legado de cinco administraciones neoliberales, deviene en empresa próspera conforme a los deseos del gran capital internacional y de la oligarquía criolla. (Como por costumbre tengo el errar en mis optimistas augurios hoy los torno, de plano, en pesimistas con el íntimo deseo de volver a errar).
Pero resulta que el club de los prescindibles parece empeñado en no aceptar el papel que se le asigna y se despereza del sueño telenovelero en que lo han querido encasillar. Si hemos vivido ya tres décadas de manifestaciones y protestas por los agravios, generalmente aisladas y controlables, en adelante pende la amenaza de convertirse en estallido social, nutrido por la carestía y la escasez; de coraje por la grosera exhibición de la desigualdad; de desesperanza ante la tozudez de la implantación de las “reformas estructurales que tanta falta hacen” y, en general, por la sordera ante los reclamos populares.
Confieso que algunas noches, en el ánimo de conciliar el sueño reparador, levanto los hombros para desafanarme de lo que pueda suceder; que reviente – me digo- y que con su pan se lo coman; personalmente estoy en edad de salida y no tengo aspiración alguna en ese orden. Al despertar retomo la sufrida vocación de buscar la “resolvética” a la problemática. Somos muchos los que no podemos permitir que el país se vaya por el caño de la indolencia y la corrupción. El riesgo de la actitud omisa es que el estallido social sólo derive en mayor represión y sufrimiento; en la cancelación definitiva de toda expectativa de progreso y bienestar.
Se requiere el liderazgo, papel que hoy sólo puede desempeñar Andrés Manuel López Obrador. No se le puede permitir que cumpla su anhelo de irse a “La Chingada” como bautizó a la finca de su propiedad cercana a Palenque; no le queda de otra que seguir en la brega para darle contenido y viabilidad a la movilización; queda mucho trecho pendiente en el afán de organizar al pueblo para que se rescate a sí mismo. Hace falta construir pueblo y destruir manada; organizar es educar y capacitar. Inventar formas de democracia directa al estilo de los Caracoles Zapatistas; agitar con los resultados de la propia acción; conectar a los sectores agraviados para actuar en conjunto; comerciar o hacer trueque entre productores oprimidos y consumidores hambreados, en una palabra: ejercer la democracia directa. El reto es convertir los 16 millones de votantes en igual número de activistas democráticos, más allá de la simple lucha electoral, en la batalla por la sobrevivencia tanto de la persona y la familia como de la nación entera.
Repito: hará falta el liderazgo de AMLO, pero habrá que empeñarse en la formación de cuadros dirigentes en todos los niveles para dar cuerpo a la acción. Me temo que esta es una de las asignaturas pendientes que, por exceso profiláctico, afectó al Movimiento para la Regeneración Nacional.
Entre tanto, reitero mi deseo de fallar en mis ominosos augurios. El interinato vendría como anillo al dedo.
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