Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona
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El pasado 24 de agosto, un Toyota SUV blindado, con placas diplomáticas de la embajada norteamericana fue objeto de intenso fuego automático en un camino de tierra en la vía hacia la base naval de entrenamiento El Capulín, en México. Dos agentes de la CIA --Jess Hoods Garner y Stan Dove Boss—viajaban en el asiento delantero al momento del incidente, en el asiento trasero, un oficial naval mexicano y supuestamente un informante apodado Capita quien cubría el cartel Beltrán Leyva. Se informó que ocho vehículos y 20 hombres no uniformados participaron en el ataque descrito posteriormente como una emboscada por el Departamento de Estado norteamericano. Algunos de los asaltantes permanecieron ocultos durante la acción observando el desarrollo de la situación y esperando poder capturar a los operativos norteamericanos de inteligencia o matarlos si el ataque se salía de lo planeado.
Algunas horas después de la balacera, informes cuidadosamente filtrados sobre el incidente comenzaron a aparecer en los medios. Supuestamente el oficial naval no identificado y los agentes de la CIA viajaban hacia El Capulín donde asesores norteamericanos entrenan a fuerzas de seguridad mexicanas en operaciones anti-narcotráfico cuando vieron un vehículo Voyager SUV con pasajeros portando armas de fuego siguiéndolos. Dos vehículos más, un jeep X-Trail con ventanas ahumadas y un Chevy azul se sumaron a la persecución un par de minutos después. Siguiendo la táctica típica de los carteles de la droga, el vehículo con placas diplomáticas fue ametrallado cuando intentó, sin lograrlo, regresar a la autopista Ciudad de México-Cuernavaca.
El vehículo de la embajada norteamericana se metió en una estación de servicio cercana donde permaneció rodeado por sus atacantes. El oficial naval mexicano llamó a la base El Capulín pidiendo ayuda y recibió instrucciones para que se desplazara hacia Cuernavaca. Cuando el Toyota aceleró fuera del estacionamiento de la estación de servicio y se reanudó la persecución, el fuego desde el Chevy azul empleando AK-47s –arma favorita de los carteles mexicanos de la droga –dejó al vehículo acribillado y con los neumáticos perforados con dos norteamericanos heridos en su interior. Las bajas fatales parecían inminentes cuando apareció la policía federal optando los atacantes por desaparecer. Los operativos heridos de la CIA fueron llevados a un hospital de Cuernavaca para recibir un tratamiento mínimo y luego ser trasladados a Estados Unidos ya sea para no exponerlos a un nuevo ataque o impedir que fueran interrogados por investigadores mexicanos. Sin duda que las preguntas que les habrían hecho podrían girar en torno a los objetivos de su misión en México. Quedó claro que ambos eran agentes antinarcóticos. Durante los dos últimos años que habían estado trabajando en México, Jeff Hoods Garner y Stan Dove Boss aportaron una asistencia crucial en la represión de las agrupaciones criminales en varias partes del país, su registro incluye la cacería que culminó con la muerte del narcocapo Ignacio Coronel.
Los dos agentes de la CIA, como muchos de sus colegas, estaban asignados para compartir con la policía mexicana la experiencia en el combate al narcotráfico, técnicas de interrogación e infiltración obtenidas en Irak y Afganistán. Esta actividad se desenvolvió dentro del marco de la Iniciativa de Mérida del año 2006 de Asistencia de Estados Unidos a México, pero es necesario tomar en cuenta que una agenda secreta, que siempre está detrás de todo programa, borró hasta la más leve posibilidad que los carteles mexicanos de la droga pudieran algún día alcanzar la capacidad para mercadear narcóticos en Estados Unidos de manera independiente de sus pares locales más poderosos. La razón por la que Washington instiga la guerra entre carteles narcotraficantes es que Estados Unidos de este modo trata de conquistar el mercado completo para sus propios actores ya que el negocio del narcotráfico paulatinamente avanza hacia una legalización aunque sea parcial. Durante este proceso, las agencias norteamericanas han hecho todo lo posible para aislar a su propio país de las rivalidades entre los grupos narcotraficantes y los sangrientos conflictos en los que caen recurrentemente. Aparentemente, hasta ahora, esta política ha dado resultados ya que la tasa de 60 mil muertos en la guerra contra el narcotráfico en México equivale a la misma cantidad de vidas salvadas en Estados Unidos.
Naturalmente que Estados Unidos tiene que mantener al gobierno mexicano confiado en que la cooperación con Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico hace sentido perfectamente. Hasta cierto punto esta misión ha sido manejada por la propaganda norteamericana –los medios norteamericanos sostienen que los logros alcanzados en el frente anti-narcotráfico en México son reales y constantemente alaban al presidente Felipe Calderón por albergar las bases secretas de la CIA y el Pentágono en su país y derrotar la resistencia contra esta política montada por la oposición y, sobre una base individual, por la franqueza nacionalista. Sin duda alguna que la documentación que establece lo que puede o no poder hacer Estados Unidos en México establece que su participación directa en operaciones de campo está fuera de consideración, pero Washington es bien conocido por ignorar las formalidades y las objeciones de sus socios cuando quiera que sus intereses propios estén en juego.
Al interactuar con los nacionales en México, Estados Unidos mayormente confía en la marina mexicana conocida por su capacidad de combate y ser la menos corrupta de las fuerzas armadas del país. A este respecto, algunos blogueros escriben que ocasionalmente las instalaciones de la marina mexicana son utilizadas por la CIA y la DEA como centros de detención donde los miembros de carteles narcotraficantes son detenidos e interrogados y que unos cuantos de ellos detenidos que no figuran como tales, eventualmente terminan muertos. La supervisión norteamericana en México está en todas las agencias policiales y fuerzas armadas de México, sus oficiales tienen pleno conocimiento que depende de sus socios norteamericanos que sean certificados como inmunes a la corrupción y sean elegibles para ascensos y otros beneficios. El servilismo en todas sus formas florece en este ambiente y no hay escasez de voluntarios en el cuerpo de oficiales mexicanos para realizar toda clase de trabajos sucios a favor de los intereses norteamericanos. Todo el tiempo se están encontrando cuerpos mutilados de narcotraficantes en diferentes partes del país, incluyendo el Paseo de la Reforma que es la avenida principal que divide a Ciudad de México.
Rara vez se realiza una investigación en profundidad y uno queda con la impresión que la práctica de la CIA de mantener cárceles secretas, cosa que ha causado la explosión de una serie de escándalos en Europa, ha sido transplantada a México.
Lo anterior debería dar una idea de por qué Capita, descrito por los medios como un informante al interior del cartel de la droga, en la reciente balacera quedó en el anonimato. La historia real podría ser que el narcotraficante estaba siendo trasladado hacia un centro de interrogatorios de la CIA situado en la base naval El Capulín, lo cual explica por qué los operativos de la CIA portaban ametralladoras y el oficial naval mexicano estaba a cargo de la logística. Los agentes de la CIA se disponían a contestar el fuego cuando las cosas sufrieron un duro vuelco pero el oficial naval los convenció para que no dispararan ya que si se hacía así el traslado y la participación de la CIA sería virtualmente imposible de ocultar.
Los blogueros atribuyen el ataque al cartel de Héctor Beltrán Leyva, el cual perdió más de 30 miembros entre el 2010-2012 en matanzas disfrazadas como choques entre grupos rivales. Aparentemente, fuentes del cartel en el gobierno le informaron que las ejecuciones ilegales habían sido ejecutadas por contratistas norteamericanos y el cartel estaría planificando la captura de agentes de la CIA con el objeto de que confirmaran que así era la cosa y entregaran detalles específicos. La reacción extremadamente nerviosa de los funcionarios norteamericanos en México frente al incidente y el hecho que todos los asesores norteamericanos en el país fueron alertados acerca de un elevado nivel de peligro, calza perfectamente en el cuadro. Sin duda alguna que los agentes norteamericanos están actualmente buscando topos en el gobierno mexicano y las preocupaciones deben haber sido muchas en la embajada norteamericana durante las discusiones sobre la emboscada en que el ataque podría ser el primero de una serie todavía por venir. Alrededor de dos millones de norteamericanos en su mayoría ciudadanos mayores jubilados viven en México y este grupo poblacional es un tanto vulnerable. La tasa de muertes en el país se está elevando con 35 norteamericanos muertos en el 2007, once en el 2010 y por lo menos 130 en el 2011. Los medios norteamericanos ya han señalado la paradoja que actualmente más norteamericanos son muertos en México que en Afganistán.
En México, la hostilidad hacia los norteamericanos tiende a aumentar. Las pasadas intervenciones en el país y la ocupación de grandes extensiones de territorio mexicano son parte integrante del registro histórico y la expansión económica neoliberal norteamericana a menudo es vista por los mexicanos como una forma moderna de una tradicional conducta agresiva. Teniendo muy presente la lista de agravios, los mexicanos se quejan que su país se está degradando a la condición de protectorado de Estados Unidos. Queda claro que el descontento ocasionado por la omnipresente influencia de los asesores norteamericanos no es poco común al interior de las fuerzas armadas y la policía, pero estos sentimientos no pueden exteriorizarse dadas las actuales circunstancias. El suministro de estupefacientes hacia Estados Unidos podría verse como una forma de resistencia al Imperio por parte de algunos funcionarios mexicanos como también es cierto que muchos intelectuales mexicanos favorecen el crecimiento de la drogadicción en Estados Unidos por cuanto esto erosiona un poder que se concibe como inamistoso e invasor. En cuanto a la tradición popular mexicana, ensalzando a los miembros de los carteles de la droga, especialmente por parte de aquellos que comparten los ingresos con la gente que vive en las áreas desde donde la droga fluye hacia Estados Unidos, hace tiempo que se ha convertido en el pan de todos los días. En México el término “narco-insurgencia” que claramente tiene una connotación positiva, a menudo sirve como una expresión sustitutiva para la expresión “cartel de la droga”. Las agrupaciones de narco-traficantes se asemejan organizativamente a unidades militares, están bien armados, tienen movilidad y son capaces de enfrentar al ejército regular de igual a igual.
En consecuencia, la narco-insurgencia se percibe no solo como una amenaza para los estados fronterizos con México sino también a la más amplia seguridad nacional.
Los carteles de la droga o la narco-insurgencia, enfrascados en implacables rivalidades en general perciben a Estados Unidos y a su comunidad de inteligencia como sus enemigos. La lucha tiene un distintivo atractivo romántico para los jóvenes y para los no tanto. Existe un género musical denominado el narco-corrido que son baladas románticas acerca de mexicanos que en muchos casos son narcotraficantes, que se rebelan contra el gringo malo y ganan popularidad a través de todo México.
Por extraño que parezca, los narcocapos se han convertido en narco-comandantes y emergen como héroes de la resistencia popular ante la expansión norteamericana.
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