Ante evaluaciones adversas y futuras movilizaciones, la desesperación del gobierno derechista y sus mayordomos es tan evidente que –asociados como duopolio- legislan con mesiánica prontitud intentando ahogar y aherrojar la opinión soberana de la gente
Arturo Alejandro Muñoz
SE HA INICIADO el año electoral con una arremetida sin par de las tiendas políticas, principalmente las aliancistas y concertacionistas que decidieron poner sobre el tablero todas sus argucias, soberbias, bravuconadas y –cómo no- el mayor arsenal de ardides y mentirijillas existente en sus baúles de trucos.
A objeto de aderezar tal cantidad de elementos preparatorios para estructurar las próximas traiciones al pueblo, esas tiendas partidistas cuentan con el apoyo (nunca desinteresado, claro) de varios guarapos que se les dan de periodistas y presentadores en los canales de la televisión chilena, pero cuyas entreguismos y obsecuentes dependencias se les nota a más de una milla cósmica, como es el caso de aquellos inefables que, supuestamente, ofician de mediadores ‘independientes y objetivos’ en programas de análisis y discusión política, como por ejemplo Juan José Lavín, epítome de los insoportables, quien resulta ser famélico zoon politikon en el programa Estado Nacional, de TVN, los domingo en la mañana, pero engrosa el lastre de su conciencia cuando no se detiene en inventar insultos y nefandas suposiciones contra toda organización que sea diferente, ideológicamente, a aquella que le paga su salario.
No es el único esperpento posible de hallar en la televisión criolla; hay otros de igual o peor talante que el ya mencionado. Si usted desea descubrir a algunos de ellos, permítame orientarle al respecto y señalarle que tales especimenes los encontrará en programas como ‘Tolerancia Cero’, así como también en aquellos destinados a entrevistar a “distinguidos” parlamentarios, empresarios y otros bicharracos de idéntica prosapia delictual, donde el norte del editor y del presentador será siempre apoyar de manera irreductible a los que ostentan poder económico o, en su defecto, a invitados que certifican su férrea y obsecuente dependencia de quienes administran la férula, sean estos nacionales o extranjeros.
Pero, el pueblo movilizado es similar a la potencia del viento norte cuando desata su fuerza y limpia la atmósfera de tóxicos y elementos volátiles negativos. Nadie logra detener sus ráfagas a la hora del temporal. En asuntos políticos ocurre algo parecido. Farándula, mentiras ni sobre exposición de autoridades han podido poner coto a las expresiones populares que apuntan, con negativa crítica, al mal manejo del presente y futuro de la nación.
No se trata sólo de un gobierno en particular, pues las sanciones caen como lluvia de invierno sobre las dirigencias de todas las tiendas partidistas que conforman los bloques asociados en un duopolio que, a todas luces, es poco y nada lo que a estas alturas del desarrollo puede ofrecer a la ciudadanía, ya que ni siquiera está en capacidad de subsanar sus propios errores y entreguismos al seguir cooptado por los mismos predadores que, durante décadas, vienen conduciendo los destinos del país con la única y objetiva intención de entregarlo a manos privadas, preferentemente extranjeras, y privilegiar a las pandillas del mundillo financiero y empresarial, al grado de permitirle (o regalarle) cualquier barbaridad.
NO BASTAN LAS MENTIRAS… HAY QUE LEGISLAR PARA AFIANZARLAS
Hoy, el duopolio siente que un mal presagio recorre pasillos de La Moneda y del Congreso. Las encuestas lo dicen, la calle lo grita y las paredes no mienten… los graffiti tampoco. Ninguno de los bloques del duopolio supera el 23% de aprobación ciudadana. Casi las dos terceras partes del electorado optó por desentenderse de la últimos comicios y prefirió quedarse en casa, en el cine o paseando lejos del hogar aquel día de elecciones municipales. 61% de abstención no es poca cosa; ella habla por sí sola respecto de cuán mala calificación otorga la gente a las cofradías políticas, al gobierno y al poder legislativo, instituciones que son conscientes de que esta vez no habrá farándula ni consomé de promesas que puedan revertir la situación de burla y desconfianza explicitada por la mayoría de los chilenos respecto de ellos.
Ante tal escenario, el gobierno toma decisiones que bien pueden ser consideradas como un exceso, ya que de acuerdo a los parámetros internacionales (esos mismos que La Moneda se esmera en sacarle brillo y destacarlos) nuestro país es uno de los más tranquilos y seguros del subcontinente. Esta aseveración está avalada incluso por capitalistas, inversionistas y financistas venidos de todos los rincones del orbe.
Entonces, ¿cuál es el verdadero objetivo de leyes y proyectos de leyes tendientes a acallar voces, evitar disensos que son propios de todo régimen democrático, y además –como si se tratase de un asunto en extremo peligroso para la seguridad nacional o la estabilidad interna del gobierno- jugar una baza de cuestionable valor y difícil pronóstico, cual es intentar poner mordaza a quienes tengan enfrentamientos verbales o físicos con los cuerpos policiales y se vayan de lengua profiriendo un rosario de insultos, lo que por cierto es una constante en cualquier país del orbe.
Poca duda cabe que esta última medida propuesta por La Moneda tiene pocos visos de llegar a constituirse en ley, y si lo hiciese, mal de males, el cuerpo de Carabineros será el depositario de un volumen de garabatos que nadie hoy podría contabilizarlos.
El gobierno, ante la evidente desesperación que lo aqueja, manotea cual ahogado e impone reglas que son propias de una dictadura o de una administración totalitaria que emite sus últimos estertores… en palabras directas, reglas que son propias de toda jefatura que ha perdido no sólo el respeto de sus comandados sino también la confianza en sus medios y el norte de su ejercicio. La derecha, en particular el gobierno, en este año electoral apuesta a mejorar su imagen mediante la adopción de medidas draconianas que, en nuestro caso, en absoluto se condicen con la realidad que vive Chile sino, más bien, se asocian a brutalidades realizadas por una dictadura cuyos entramados y consecuencias siguen vigentes en el consciente colectivo, gracias, por cierto, a los mismos políticos que llevan décadas implorando olvido, pero que en los hechos concretos no pierden oportunidad para repetir el bandidaje económico y social que efectuaron durante 17 años amparados por las bayonetas.
La cara totalitaria (tan propia de la derecha chilena) ha aparecido prístina en cada medida que Piñera promovió en estos últimos meses, certificando que derecha y gobierno no están dispuestos a arriesgar la continuidad gubernativa en elecciones directas y populares.
Para ello, en La Moneda tomaron ya la decisión de intervenir abierta y directamente en este largo período de campaña política, mofándose de la moralidad exigible a quienes dicen ser servidores públicos, pero refrendando (y esto es lo más delicado) el carácter totalitario (incluso dictatorial) de quienes se niegan a continuar en el juego democrático y optan abiertamente por la construcción de un estado policial y clasista, donde los derechos constitucionales se aplastan con la violencia del dinero y de sus guardaespaldas.
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