Bobby Sands debe de estar sonriendo: a toda bastarda le llega su hora. La mujer que no tuvo ningún remordimiento en dejar morir a 10 presos políticos irlandeses en huelga de hambre en 1981 (según ella suicidándose por voluntad propia) fue la misma a la que no le tembló el pulso para cargarse, después de dos años de huelga, las minas de carbón y el sustento de miles de familias.
Thatcher practicó un populismo conservador aberrante, en el que las cifras, el moderno déficit cero, estaban antes que las personas. Su escoba privatizadora desnudó al Estado (a sus ciudadanos) de empresas y vistió a los lobos y zorros privatizadores a quienes enriqueció empobreciendo a la población. Quiso hacer creer que los «intereses» empresariales eran sinónimo de los valores que fundan y sostienen una sociedad.
Su legado lo podemos ver en la vida de las ciudades y personajes de las películas de Ken Loach. Una nueva proletarización de ingleses semianalfabetos que encuentran salida a su paupérrima vida haciendo el hooligan, condenados a morir en el mismo proletariado semianalfabeto y empobrecido en el que nacieron.
Tratarán de camuflar a Margaret Thatcher para la historia, adornándola con teorías economicistas; pero la inmensa figura de Bobby Sands y sus 9 compañeros de huelga no deja lugar a dudas del lugar que ocupará.
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