Confesamos que sentimos una inmensa admiración por Mandela tanto como creemos que es el ser humano más popular en el tiempo actual, por encima del camarada Fidel, que es a quien más admiramos de los seres vivos. Es un ser sencillamente extraordinario, de una calidad humana gigantesca, de un corazón del tamaño o más del mar o de la estepa verde. No es comunista, no ha sido comunista ni será –por ahora entre los vivos- propagador del comunismo. Tal vez –cuando se despida de la Tierra-, en el reino del Cielo algunas almas le contacten clandestinamente con las almas de Marx, de Engels, de Lenin, de Trotsky, de Rosa Luxemburgo y será, entonces, cuando se interese por las ideas del comunismo. Quizás, luego de convencerse de las hermosísimas bondades de ese régimen eminentemente humanista, las almas de Frank Mehring y Otto Rühle –juntas- escriban una biografía sobre Mandela.
Desde que anunciaron la gravedad de Mandela, aunque no nos lo crean, hemos pensado mucho en él, en sus luchas, en las terribles vicisitudes que hubo de pasar y en los enormes sacrificios que pagó en su irreductible andar combatiendo ese monstruoso e inhumano régimen conocido como el Apartheid. Como no somos religiosos ni creemos en los milagros salvo que provengan de las ciencias, le hemos pedido –como encargo nihilístico- a la naturaleza que le alargue la vida a Mandela. En el mundo actual sigue habiendo Apartheid pero mientras viva la piel negra y el ejemplo de Mandela el mundo recordará la perversidad de quienes odian a los seres humanos, sencillamente, por cosas de color de piel y no por convicciones de clase social.
Nos imaginamos caminando por una calle muy oscura de Johannesburgo junto a Mandela. Es como si en esa calle se concentrara el rostro más trágico de la pobreza en una grande ciudad que deja sin luz a la mayoría de su población. Casi no lo distinguiríamos pero sus ojos brillarían como una estrella. El nos hablaría y nosotros –emocionados- lo escucharíamos. El seguramente miraría hacia todos los lados y nosotros lo veríamos directo a sus manos que parecen como si también hablaran con sus movimientos. Mandela, a veces y es sólo imaginación, pareciera como si de sus ojos manaran muy lentamente lágrimas que, tal vez, le hagan recordar aquellos momentos en que el dolor era tan profundo que hacía demasiado urgente conquistar la libertad que lo sanara y, en otras, exhibe esa sonrisa que hace a los grandes hombres felices de haber cumplido con su pueblo y con su sueño. De vez en cuando –no olviden que es sólo fantasía- tropezáremos por ir nosotros caminando tan cerca de Mandela. Haría brisa pero el silencio de los dormidos dejaría escapar como una esperanza demasiado larga y ancha como si representara a un mundo casi entero que anhela emanciparse de todo vestigio de explotación y de opresión.
Sería sin duda una extraña imaginación, pero feliz para nosotros que nunca hemos visto personalmente a Mandela ni tampoco hemos puesto un pie en el suelo surafricano. Mandela jamás hablaría de él. Todas sus palabras serían emanadas de la célebre y casi desconocida “Carta de la Libertad” que citaría varias veces. A final de nuestra imaginación queríamos hacerle muchas preguntas a Mandela, pero éste comenzaría a caminar más rápido que nosotros y se nos distanciaría hasta que nuestros ojos ya no alcancen a mirarlo. Tal vez, él no quisiera despedirse de nosotros y nosotros dejaríamos escapar el momento para despedirnos de él. Pero en fin no deja de ser lo nuestro una hermosa imaginación con uno de los personajes más ilustre que ha tenido el mundo en todos sus tiempos. Si para los cristianos y católicos Jesucristo representa el simbolismo de la lucha para que el pobre se libere del rico, para los negros Mandela representa el simbolismo de la lucha para liberarse del racismo.
Decidimos pasar de la imaginación a la realidad dejando muy atrás lo utópico de nuestro escrito y nos despertamos muy temprano. Nos cepillamos los dientes, hicimos café, saboreamos unos sorbos y nos sentamos frente a un computador. Nos metimos a navegar en internet y buscamos la carta que nos mencionó Mandela: “Carta de la Libertad”. La encontramos y nos pusimos a leerla como en coro pero con mucho detenimiento. Inmediatamente abrazamos todas y cada una de sus palabras, las cuales continúan teniendo vigencia en este mundo donde el racismo sigue estirando sus garras vestido políticamente de neonazismo. Por ello decidimos insertar sólo la primera parte de esa Carta, para que quienes la lean se interesen por ella, la busquen y la lean completa en homenaje a todos esos seres que en el mundo han entregado sus vidas luchando contra el racismo.
“Nosotros, el pueblo de Sudáfrica, declaramos para que todos en nuestro país y el mundo sepan:
- que Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, negro y blanco, y que ningún gobierno puede con justicia reclamar autoridad si no se basa en la voluntad de todo el pueblo;
- que nuestro pueblo ha sido despojado de sus derechos de nacimiento a la tierra, la libertad y la paz por una forma de gobierno fundada en la injusticia y la desigualdad;
- que nuestro país nunca será próspero o libre hasta que todo nuestro pueblo viven en hermandad, disfrutando de iguales derechos y oportunidades;
- que sólo un Estado democrático, basado en la voluntad de todo el pueblo, puede asegurar a todos su derecho de nacimiento, sin distinción de color, raza, sexo o creencias;
- Y por lo tanto, nosotros, el pueblo de Sudáfrica, negros y blancos unidos e iguales, compatriotas y hermanos adoptamos esta Carta de la Libertad;
- Y nos comprometemos a luchar juntos, no escatimando ni fuerza ni coraje, hasta que los cambios democráticos que aquí se exponen hayan sido ganados…”.
¡Viva Mandela! ¡Abajo el racismo!