Cuando uno analiza la segunda mitad del siglo XX, como tiempo histórico, llega a la conclusión de que éste fue un período en el cual se impusieron algunas afirmaciones como categorías descriptivas, con las cuales se definió una realidad, que hoy podemos decir no fue del todo real. Tal vez, el ejemplo más evidente de ello, sea la afirmación de que, luego de la segunda guerra mundial, el mundo se hizo bipolar: el “imperio” soviético nunca llegó a alcanzar las dimensiones, ni el poder, del “imperio” estadounidense y sus aliados; la esperada nueva conflagración bélica este-oeste solo estuvo presente en los “perros de la guerra”, por lo que, la llamada guerra fría termino siendo una metáfora; falsas fueron las ilusiones de establecimiento de un nuevo orden internacional signado por la paz, los acuerdos a que llegaron los países capitalistas con los del bloque soviético para enfrentar al nazifascismo, fueron sólo para eso; las “diferencias” ideológicas de ambos, expuestas en toda su dimensión, no fueron más allá de la retórica diplomática y de los “ejercicios” militares. Con dichas afirmaciones nos hicieron sentir cómodos, con ellas aparentemente no se le hacía daño a nadie, aunque –a decir verdad- el pensamiento universal fue reducido a ese esquema bipolar: Estados Unidos, se apodero del pensamiento liberal-capitalista y la Unión Soviética, secuestro el marxismo para mineralizarlo, con lo cual se redujo la posibilidad de pensar el mundo de manera distinta, verlo desde sus propias y particulares realidades. Sin embargo, y de manera contradictoria, a partir del derrumbe del orden de Yalta, comenzó a surgir un nuevo orden global que no ha eliminado la guerra, como el instrumento fundamental para el ejercicio del poder.
La desaparición del paradigma Este-Oeste ha coincidido con el surgimiento de profundos antagonismos dentro de los segmentos Norte-Sur y Sur-Sur, cuya manifiesta expresión ha sido, entre otras, las guerras del golfo, las invasiones a Irak, a Afganistán, los conflictos bélicos en los Balcanes, en el cercano oriente, en las nacientes democracias, en las democracias emergentes y en América Latina, que hoy avanza hacia la construcción de una nueva sociedad. Nuevo orden mundial, que al decir de Adrián Salbuchi, “no se rige ni por las leyes, ni por los tratados internacionales, ni por la democracia, ni por el Bien Común de las mayorías. Hoy el mundo se rige por el Poder y conviene que comencemos por entender y aceptar la dura realidad que nos impone la Ley del Poder”.
Al igual que, Azevedo Bandeiras, el de El Alehp de Borges, las potencias capitalistas se hicieron “diestras en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas…” Y, así, como Benjamín Otalora decidiera no obedecerle a Azevedo Bandeiras, los pueblos del mundo están decidiendo “olvidar, corregir, en invertir” las ordenes de esos países: “el universo parece conspirar con él (con ellos) y apresura los hechos”, la marcha del cambio.
John Kerry, jefe de la diplomacia norteamericana, en entrevista concedida a medios internacionales el pasado 27 de febrero del año en curso, reconoció que Estados Unidos está perdiendo influencia internacional. La razón de ello, según Kerry, es debido a los recortes presupuestarios. Reconoce que: “Empezamos a actuar como una nación pobre”. Si Estados Unidos se empobrece, que triste destino le espera a los países que ellos empobrecen. No hay de otra, frente a esa inocultable realidad, a las sociedades emergentes les ha llegado la hora de diseñar otro modelo de desarrollo, distinto al capitalismo imperial y al “socialismo” soviético, que tenga como objetivo fundamental derrotar la pobreza; que se construya a partir de una profunda racionalidad, sobre la importancia de privilegiar una cultura de paz y cooperación; que deseche la totalización del mercado, que sea capaz de redimensionar la relación Estado-mercado; que se inspire y sostenga sobre bases de una profunda relación humana, que entienda que el humanismo no es una utopía deseada, sino necesaria; que asimile, como una realidad inocultable, que el orden establecido, a partir del acuerdo de Yalta, perdió su vigencia y pertinencia; que se proponga edificar un mundo multipolar, en donde se respete la libre determinación de los pueblos, su soberanía, independencia y libertad. Realidad ésta que es la cara oculta de la globalización.