No es ya aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, conclusión inevitable por el endulzamiento de las cosas que provoca la memoria –y porque, al fin y al cabo, éramos más jóvenes y con mejor salud–. Llevamos una semana de pura propaganda de guerra destinada a la santificación de Adolfo Suárez y, de paso, a la beatificación de la monarquía y de la transición del fascismo al postfascismo, a la que acudieron sumisos los que, por ansias puramente electoralistas, corrieron a traicionar y traicionarnos.
Tampoco es ese remake del velatorio de Franco que hemos sufrido –con mil veces menos gente y un fracaso radical en las audiencias de los programas especiales televisivos. Lo explicaba Marx: “la historia se repite dos veces; la primera como tragedia, y la segunda como farsa”. Claro que ver juntos al Trío Calaveras (González, Aznar, Zapatero) sí que no tiene precio.
Lo peor es que nos hayan querido hacer tragar con una burda impostura, con la falsificación de nuestra propia memoria, tanto colectiva como personal. Entre banderas, himnos, misas catedralicias y panegíricos vergonzosos, devoran la carne del falangista que ya era sólo un guiñapo, arrojado a las tinieblas exteriores por los mismos que se pavonean con su cadáver.
“Cambiar todo para que nada cambie”, como explicaba Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela Il Gattopardo. Mantener incólume el poder omnímodo del fascismo (banca, clero, oligarcas, jueces, caciques, colonialismo) mientras se hace ver que todo ha cambiado. Para ese papelón pusieron a Suárez, y a fé que lo cumplió. Hasta que se lo creyó, claro, y dejó de serles útil. Entonces le dieron la patada.
Para garantizar esa enorme estafa, fundamentada en el poder infinito de la televisión como arma de manipulación masiva, por un lado, y en una represión férrea por otro, era necesario que unos cuantos murieran. Por eso bajo el gobierno de Suárez, y la inefable mano del infame fascista Martín Villa, la policía y la guardia civil asesinaba a obreros y a estudiantes. Por no hablar del Batallón Vasco Español, la Triple A y algún que otro montaje de las cloacas del Estado.
Sólo en Canarias nos arrebataron en ese periodo a Bartolomé García Lorenzo (septiembre de 1976) y a Javier Fernández Quesada (diciembre de 1977) –en octubre de 1975 ya nos habían arrebatado a Antonio González Ramos, cuando Franco agonizaba y Suárez era Vicesecretario General del partido fascista–. Por si fuera poco, en abril de 1978 el gobierno Suárez perpetraba el intento de asesinato de Antonio Cubillo en Argel.
Añadan ustedes a eso torturas, encarcelamientos y abusos sin tino contra las luchadoras y los luchadores demócratas. Más que falta de memoria, hay que tener mucha cara dura para encumbrar a un tipo como Adolfo Suárez Illana. Pero así es la maquinaria de propaganda del Estado.
No vean cómo se va a poner la cosa cuando la palme el Borbón.