Las protestas han cedido en Uagadugú con la caída de Blaise Compaoré. No obstante, la restauración constitucional ante la mirada de la CEDEAO avanza en una negociación multifactorial, en la cual no se visualiza una ruptura con el Ancien régime. El desenlace no está claro, secuela de las fricciones por la intervención de las fuerzas armadas como tamiz ante la eventual elección presidencial, prevista en noviembre de 2015. Factores internos, la Unión Africana, Francia y los EE.UU. exhortaron a la junta militar encabezada por Isaac Zida a entregar en forma rápida el control político a los civiles; en una etapa donde comienza a revelarse los detalles sobre la asistencia francesa en la huida de Compaoré a Costa de Marfil.
No es extraño en regímenes como el de Compaoré, virar de un ciclo dictatorial a la simulación de las democracias occidentales, obteniendo la legitimación de la antigua metrópoli y del gobierno estadounidense. Partiendo de la reforma constitucional como estrategia, logró una serie de reelecciones dudosas en alianza con sectores de la oposición, garantizándose una estadía de 27 años en la presidencia; los brotes de insubordinación acentuados desde 2011 agravaron la gobernabilidad del país. Sin embargo, para la Unión Europea se había erigido en un modelo estable en África, por cumplir con los paquetes de reestructuración económica impuestos, entregando al capital transnacional los principales depósitos de oro y manganeso.
Burkina Faso se ha convertido en una pieza clave en el dominio francés sobre el Sahel (con 25 de millones de personas en crisis alimentaria según la ONU), interviniendo en forma directa en los conflictos de Malí, Níger o Sudán. Blaise Compaoré aprovechó la desestabilización regional en África Occidental, para convertirse en el hombre de confianza de las potencias neo-colonialista. Un breve vistazo a la participación en las crisis del Chad, República de Guinea o Costa de Marfil revela la estrecha colaboración y la hoja de ruta seguida por la élite burkinabé en base a intereses geo-económicos. El papel no se reduce a la disposición diplomática o el envío de tropas, se suma a la plataforma franco-estadounidense desplegada recientemente junto a otros gobiernos escuderos, facilitando la mampara de la operación Barján; una excusa presentada como lucha contra el terrorismo islamita que encubre la creciente militarización en África.
La rebelión popular que tomó la Plaza de la Nación de Uagadugú no puede dilucidarse como una simple oposición a la enmienda del artículo 37 de la constitución (para extender el mandado presidencial). La etiqueta de primavera africana dada por los “expertos” es desatinada al obviar las características de una nación abrumada por la pobreza extrema, la sequía y la injerencia imperial; el colapso de Compaoré no significa el fin de las desigualdades ni el renacimiento de la revolución al estilo de Sankara en agosto de 1983. Las potencias occidentales se han encargado con su exhorto, en establecer condiciones hacia la restauración y la contención al movimiento popular; en una línea donde se degrada el derecho a la autodeterminación de los pueblos.
El legado de Blaise Campaoré revela los retrocesos en Burkina Faso, luego de ejecutar con la anuencia de Francia el vil asesinato de Thomas Sankara en octubre de 1987. Bajo el liderazgo de Sankara, su nación se convirtió en un faro de la unidad africana. Con un verbo efusivo, invisible o autoritario para la historia eurocéntrica: denunció la ilegitimidad de la deuda externa organizando un frente continental; se negó a los lujos e impuso la austeridad a sus ministros; promovió los derechos de la mujer, enfrentando prácticas como la ablación genital; defendió a la naturaleza en grandes jornadas de reforestación; rescató a los campesinos empobrecidos por terratenientes locales o líderes tradicionales, eliminando privilegios y distribuyendo la tierra; redujo las importaciones promoviendo el uso de prendas de algodón local, suplantado en la actualidad por las variedades transgénicas de Monsanto. En esa tierra de hombres íntegros germinó una alternativa seria al colonialismo en África, sólo resta esperar que la desmemoria no triunfe sobre la dignidad burkinabé.