Tanto el proceso hacia la nueva independencia de nuestra América, como la dialéctica continental entre reformas avanzadas, revolución, contrarreforma y contra-revolución, han tenido un desarrollo desigual: con avances que se mantienen, retrocesos y estancamientos preocupantes a nivel de políticas de Estados; coexistiendo con una cierta radicalización y un significativo potencial transformador en las bases de una parte de las sociedades en movimiento.
La contraofensiva imperialista en la línea de la contra-reforma y la contra-revolución evidentemente ha logrado revertir totalmente procesos como el hondureño y el paraguayo hacia la fascistización, contener en otros casos la vocación por reformas transformadoras en favor de posiciones simplemente reformistas, estancar procesos promisorios como el venezolano y frenar las tendencias revolucionarias en una parte de los países con actitudes autónomas.
Esto ha sido así sin que desde ese contra-taque imperial se haya logrado conjurar el riesgo de levantamientos populares radicales en caso de optar por nuevas y más radicales imposiciones y agresiones imperiales, y sin que tal reacción haya podido revocar la corriente mayoritaria hacia la superación de la tutela imperial estadounidense y hacia el avance de la segunda independencia, expresada en grados diferenciados a través de el ALBA, UNASUR Y CELAC. La debilidad del imperio en crisis no le posibilita salirse siempre con las suyas.
Es obvio, pues, que lo que le ha pasado en Siria, en Ucrania, e incluso en la propia Cuba (relaciones diplomáticas, liberación de los CINCO y debilitamiento del bloqueo) indica que por momentos EEUU se ve obligado a recular, e incluso a ceder, para rediseñar en ciertos casos nuevas formas de ataque destinadas al mismo propósito: prologar su amenazada existencia y su modelo especulativo y dispendioso, aun a costa del caos y la destrucción de otras sociedades y civilizaciones.
En cuanto al accionar general de EEUU como imperio decadente, es preciso entender que no se trata simplemente de un plan a favor de una "restauración conservadora" del neoliberalismo, como piensan algunos defensores de los avances logrados; si no de una firme determinación a favor de imposiciones contra-revolucionarias, e incluso contra-reformistas, altamente traumáticas, fuertemente impregnada de una suerte de neofascismo.
Existen fuertes indicadores en no pocas zonas del mundo de que a partir de la evidente decadencia del neoliberalismo, cualquier reacción del lumpen imperialismo y de sus socios locales en dirección a aplastar procesos post-neoliberales, está y estará fuertemente impregnada de neofascismo y agresiones destructivas de imprevisibles consecuencias, generadoras a la vez de intensas reacciones populares, especialmente en nuestra América, en casos como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
La ola de cambios continentales, por tanto, no ha sido conjurada y en la insurgencia armada y no armada colombiana tiene un factor dinámico en ascenso; que de paso ayuda significativamente a contener la contrarrevolución violenta burguesa-imperialista en el Norte de Suramérica.
· ¿Por qué en Colombia?
En Colombia, gobierno y clase dominante -subordinados a políticas imperiales- se han aferrados, más allá de lo prudente, al neoliberalismo, al TLC con EEUU y a sus funestas consecuencias en campos y ciudades; persistiendo en una estrategia de sometimiento que obstruye acuerdos fundamentales, procura a hablar de cambios sin realmente cambiar nada o cambiando muy poco, lo que erosiona su influencia política en la sociedad.
Esas fuerzas, en medio de agudas contradicciones internas y abiertas, se han resistido al cese al fuego bilateral más allá de lo prudente, insistiendo soterradamente en prolongar y alimentar el para-militarismo, y en poner en práctica políticas, medidas, leyes y decretos que contradicen incluso los acuerdos parciales alcanzados en la MESA de la Habana; lo que siembra incertidumbre e inseguridades, y mueve a la desconfianza, situándose a la defensiva en el anhelado propósito popular de alcanzar un paz digna.
Los dirigentes de FARC, por el contrario, se muestran muy consecuentes y sinceros en ese propósito, entienden que pueden y deben lograrse acuerdos sólidos; pero no aceptan, que después de tantas luchas, se pretenda negociar para que nada o muy poco cambie; considerando, además, que acuerdos no es igual a promesas, sino a hechos.
Es evidente que el gobierno y el bloque dominante calcularon muy mal sobre la real situación de esta poderosa organización político-militar. Obviaron que se trata de un ejército popular capaz de convertir reveses en victoria. Que es a la vez una organización miliciana, un partido comunista-bolivariano clandestino en campos y ciudades de todo el país, fuente de inspiración de un movimiento bolivariano de mayor amplitud y parte de una formidable confluencia con el ELN y otras fuerzas políticas, sociales y culturales que moviliza millones de seres humanos por la paz, la justicia, la democracia verdadera y la soberanía popular y nacional.
Las FARC-EP y el ELN son ya parte sustancial de la democracia de calles, de la democracia de caminos y campos que se está desplegando por toda Colombia, a falta de democracia institucionalizada. Y algo así jamás puede ser pensado como una fuerza en vía de ser derrotada o proclive a la rendición, como quiso hacer creer el régimen dominante y opresor.
Esa realidad explica porqué esa fuerza singular ha seguido a la ofensiva en la Mesa de Diálogos de La Habana, en el territorio y en los campos de batalla.
Así se evidenció también en el caso de la captura del general ALZATE, manejado con tal claridad que permitió convertir el cese al fuego bilateral en demanda nacional, hasta forzar al presidente Santos a hablar por primera vez de aceptar esa posibilidad.
Ha quedado bien claro que con esa insurgencia o se negocia en serio y con intención de cambiar significativamente lo existente, o se tiene que seguir peleado en peores condiciones para el gobierno.
Es ya inocultable la conformación de un extraordinario torrente alternativo, frente o plataforma común (Movimiento Marcha Patriótica, Congreso de los Pueblos, Polo Democrático, Comunidades Indígenas, Movimiento Campesino, Juventud, Mujeres, Ambientalistas, Insurgencia…) alrededor de la demanda de paz con justicia social a ser refrendada por una nueva ASAMBLEA CONSTITUYENTE ampliamente incluyente y participativa; resistida tozudamente por los ideólogos y gestores del Estado asesino y anti-democrático colombiano, el cual para desgracia regional se expande bajo tutela USA, a manera de sub-imperialismo, en zonas cercanas, incluida nuestra República Dominicana; y para gracia contraria se está debilitando.
Es obvio, además, que de avanzarse hacia la paz, será obligado traer a colación con más fuerza el tema del cese de la intervención estadounidense, del desmantelamiento de las bases militares, del fin de las asesorías gringas e israelí y de la injerencia del Pentágono, la CÍA, el MOSSAD, la USAID y la DEA. Fuentes de guerra y de dependencias oprobiosas. Factores de negación de paz y soberanía a vencer sin contemplaciones.
La disyuntiva para las fuerzas dominantes en declinación es insoslayable: u optan por la paz con democracia real, autodeterminación y justicia social; o rompen los diálogos, exponiéndose a una confrontación armada y a una insurgencia más generalizada y en peores condiciones que al inicio de las conversaciones; lo que de paso agravaría para EEUU los riesgos de un empantanamiento de la contrarrevolución violenta en Venezuela, Ecuador y Bolivia, legitimando y regionalizando la resistencia e insubordinación popular en mayor escala ante ese tipo de agresión militar acompañada de fuerzas locales y/o mercenarias a su servicio.
Son esas realidades y tendencias las que nos mueven a pensar que en Colombia existe un proceso revolucionario ascendente llamado a impactar positivamente y a reactivar la estancada ola de cambios en Nuestra América; lo que emplaza a las fuerzas transformadoras del Continente y el mundo a estudiar más a fondo y con mayor rigor tan valiosa experiencia, a asumir una relación de hermandad revolucionaria con ella y desplegar en común la solidaridad bilateral e internacional que corresponde en todas las vertientes del combate por la libertad, la nueva democracia y el socialismo creador.