Este rey guerrero va pasando / recorriendo el reino que domina/ pobre del que caiga prisionero/ hoy no habrá perdón para su vida (Tiburón, 1980)
Luego de la invasión estadounidense a Granada en 1983, tiene lugar la de Panamá, en 1989. Cuando Ignacio Ramonet habla de La Tiranía de la Comunicación se refiere a cómo los medios de comunicación se las arreglan para visibilizar unas guerras y otras no; para mostrar unos muertos y otros no. Dice Ramonet: “Al igual que en Granada, en Panamá no hay testigos durante las primeras horas del ataque, el período más difícil; y la nueva estrategia utilizada por EE UU en esa intervención se basa en que se lleva a cabo al mismo tiempo que la caída del régimen de Ceaucescu en Rumania, el 20 de diciembre de 1989, con el mundo entero ocupado en ver en directo por televisión los combates callejeros de Bucarest. Las cadenas de televisión más importantes rompen su programación, e incluso emiten durante 24 horas lo que está ocurriendo en Rumania. Mientras el mundo entero está entretenido viendo los hechos de Rumania, EE UU, utilizando lo que se llama un «efecto biombo», interviene en Panamá y sabe que, en realidad, aparte de los países hispanoamericanos, en el resto del mundo el efecto mediático será secundario. Prácticamente no hay imágenes de lo que ocurrió en Panamá, y la versión estadounidense muestra al presidente Noriega como traficante de drogas, causante de todos los acontecimientos (…)”
El número de muertes en Panamá superó con creces al de Rumania, de 2.000 a 4.000 civiles según diversas fuentes), pero, apunta Ramonet “nadie habló del «genocidio panameño», ni de «fosas». Porque el ejército norteamericano no permitía a los periodistas filmar las escenas de guerra. Y una guerra «invisible» no impresiona, no hace rebelarse a la opinión pública. «Nada de imágenes de combates», constata un crítico de televisión, decepcionado por los reportajes sobre Panamá, «si acaso algunos planos confusos de soldados apuntando sus armas hacia un puñado de resistentes en el hall de un edificio»”
La historia es muy importante porque nos dice de dónde venimos, es nuestra referencia y tal vez por eso al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le fastidia la historia y, más aún, le aburre la ideología.
Dedico estas líneas a El Chorrillo, barrio que conocí cuando estuve en Panamá en abril de 2012. El taxista del hotel que nos llevó, un hombre que tal vez bordearía los 70 años, lloró al relatarnos la historia de aquel genocidio. El taxi recorrió lentamente, casi con respeto, aquellas calles. Hay murales donde puedes dejar escrito tu pensamiento y rendir honor a los caídos. Cuando llegamos cerca del Canal de Panamá, nos mostró los edificios que construyeron los gringos, las iglesias, las escuelas y hospitales sólo para ellos y sus familias, aquel césped perfectamente verde como el de los estadios de béisbol. Pero ya el Canal es de Panamá, operado exclusivamente por panameños.
Humores fétidos y escombros
El siguiente es parte del relato escrito por el médico panameño Roberto Cedeño sobre la invasión a Panamá, Cedeño es, además, biógrafo del cantante de salsa Rubén Blades y plasmó en las últimas páginas de su libro “Blades, la Calle del Autor” (1992, impreso en Caracas), lo vivido aquel 20 de diciembre de 1989.
El contexto de esta crónica tiene lugar mientras el autor atiende, en pleno bombardeo, una llamada de Blades desde New York, interesado en el número de muertos. Creía Cedeño que era imposible que en otro lugar del planeta (ya vimos que sí), se estuviese desarrollando “un acto de tan siniestra envergadura como el drama acelerado y desgarrador que se escenificaba en múltiples calles y sitios de esta ciudad (…)”
“No habría paraje de este hemisferio en el que se estuvieran estrenando sobre seres vivientes, infalibles disparos efectuados con armas guiadas por rayos láser y sensibles dispositivos para termo-detección a distancia que son capaces de ubicar con exactitud el calor vital de los cuerpos y que, tras su impacto, perecen calcinados”
Describe Cedeño “el adúltero vuelo de un mágico avión -casi metafísico- que no se ve ni se oye ni se huele, aunque desde su silencio puede demoler ya sea cuarteles o barrios que reposan, lanzándoles bombazos, de alto poder destructivo (pero quizás adecuados para conflictos de baja intensidad) los que arrojados contra objetivos demarcados por computadoras garantizarán una “máxima efectividad con margen de error milimétrico”
Continúa Roberto Cedeño: “Se dice que los tácticos norteamericanos habían planeado -y con meses de anticipación- iniciar el indiscriminado ataque después de la medianoche en prevención de mayor ventaja y menos bajas en sus filas. De seguro que en sus previos estimados numéricos no les dio por incluir la cifra de niños que todavía hoy solo a duras penas logran dormir, tal vez reviviendo con persistencia en su agitado sueño la traumática e inolvidable pesadilla”
Como médico acostumbrado a lidiar con la muerte, Roberto Cedeño sabe que aquello muertes era “distinto” y lo refiere de esta manera: “Era el espectro de la muerte a tiros de mucha gente, además perpetrada por sujetos con rostros pintorreteados, extraña indumentaria, idioma foráneo, que se colaban nerviosamente entre las alcantarillas y parapetos después de enviarse misteriosas señales. esta escalofriante realidad del montón de cuerpos destripados al paso de los vehículos de guerra, cuyos endemodiados ocupantes iban aplilando sistemáticamente para incinerarlos después con fuego de lanzallamas (…)”
Los sismógrafos panameños detectaron quinientas poderosas explosiones en menos de seis horas mientras la resistencia de algunos valientes languidecía “ante lo abrumador y aplastante de un ejército dotado con recursos multimillonarios”. La “resistencia” fue de hombres y mujeres humildes que después fueron satanizados y desprestigiados. Cuenta Cedeño que el militar de más rango fallecido en las acciones fue un teniente pues se habla de una “desbandada” en los altos mandos que dio al traste con cualquier defensa.
“Esta bizarra y desproporcionada barbarie ejecutada en contra de una diminuta nación, ya se interpretaba en el Pentágono y se publicitaba con cursi chauvinismo a través de sus voceros como una gloriosa “victoria militar” en virtud de un “acto de liberación a favor de un pueblo” (…) y, por supuesto en defensa del imperturbable “estado de seguridad” de la “great democracy” del omnipotente país del presente y del futuro, que había sido amenazado seriamente en esta ocasión por Panamá y sus hordas de maleantes armados y asesinos en uniforme”.
Después la nación fue ocupada “de frontera a frontera” por los “técnicos” norteamericanos. Las pérdidas se estimaban en más de 1.500 millones de dolares; la cifra de refugiados subió a 20 mil y cinco mil fueron recluidos en áreas especiales y campos de concentración selectiva…
Las reflexiones finales de Cedeño sobre lo ocurrido en Panamá y sus posibles causas no pueden ser más elocuentes ni menos parecidas al rol de EEUU en otros conflictos: “Además de ser en gran parte su agente causal, los intereses de los Estados Unidos estarán siempre listos a capitalizar sobre las contradicciones y conflictos internos de cualquier país, las más de las veces, promovidos por ellos”…
Irónicamente la operación se llamó “Causa Justa” (Just Cause)