En Venezuela también. Esa afirmación relacionada con el habla de ambos pueblos, pareciera ser verdad, pero resulta que no, pues el español, como idioma, no existe. Y si nos atreviésemos a comparar a Cataluña con Venezuela, la diferencia actual es que el primero de los países no es independiente de España, mientras que Venezuela sí y desde hace un par de siglos.
Ahora bien, en temas de independencia, el pasado domingo 27 de septiembre, los catalanes acudieron a las urnas electorales para realizar un proceso autonómico que forma parte de la lucha que sostienen, especialmente desde hace unos tres años, los pro independentistas de aquel país obligado a “hablar español”, aunque el idioma no exista y los catalanes continúen hablando catalán entre ellos.
¿Qué quiere decir esto? Pues, sencillamente, que el tema de fondo es cultural y que, pese al dominio de la cuestionada corona borbónica (“Los Borbones a los tiburones”) en el imperio monárquico español, la rebeldía de la mayoría de los países que conforman España, está latente y no solamente en el caso de Cataluña.
Ahora, con los acontecimientos políticos del pasado domingo y la victoria porcentual a favor de los independentistas catalanes, la gran pregunta es si se dará un paso definitivo hacia la independencia y si en Cataluña dejarán de “hablar español” tal como lo pregona por el mundo la prepotente monarquía española.
El temor del poderío neoliberal agrupado en la Unión Europea es que, en España, se les rompa el cántaro y se desparrame el contenido de multipolaridad que en ella se ha querido contener bárbaramente bajo Estados y monarquías absolutamente caducas. Cataluña, al igual que el país Vasco, son los soportes fundamentales de la economía española, desde el punto de vista de su productividad. Pese a ello y a sus prédicas políticas de independencia, los Catalanes y los Vascos saben que la decisión no es exclusivamente política, tampoco económica sino cultural. Haría falta dejar de “hablar español” para que hubiese revolución radical y cultural.
Un nuevo y diferente mundo es posible, pero su construcción depende de los pueblos. Por ahora, lo único evidente es que el capitalismo y monarquías como la española, ya no pueden. Es decir, no caben en los aires limpios que desea respirar la humanidad.