A partir de 1850 una ola reaccionaria invade Europa. Sólo en Inglaterra disfrutaba de algunas libertades la clase obrera. Los núcleos revolucionarios de los demás países veíanse obligados a actuar en la clandestinidad.
En 1850, Marx y Engels, desde Londres, con la Liga reorganizada, trabajan por fortalecer sus secciones de Alemania, Francia, Bélgica y Suiza. Los hechos revolucionarios de Francia y Alemania enriquecían sus experiencias y las del movimiento obrero en el desarrollo de sus primeras etapa. La Liga publicaba un llamamiento y enviaba a Alemania como emisario a Enrique Bauer.
El Consejo Central a la Liga:
¡Hermanos! En el transcurso de los dos años revolucionarios 1848-49, la Liga se ha manifestado doblemente: por todas partes sus miembros han coadyuvado enérgicamente al movimiento, en la prensa, en las barricadas y los campos de batalla, estando siempre en el primer puesto de la única clase verdaderamente revolucionaria, del proletariado. La Liga se ha manifestado también de otra forma; su concepción del movimiento, tal como estaba expresada en las circulares de los congresos y del Consejo Central de 1847, así como en el Manifiesto Comunista, aparece como la sola verdadera; todas las esperanzas formuladas en esos documentos se han realizado enteramente y la concepción de la organización social actual, que antes la Liga propagaba en secreto, está discutida en la actualidad por todo el mundo y predicada públicamente. Al mismo tiempo, la antigua y sólida organización de la Liga se ha debilitado considerablemente. Muchos miembros directamente comprometidos en el movimiento revolucionario se han imaginado que el tiempo de las sociedades secretas estaba pasado y que la acción pública sola, podía bastar. Un cierto número de círculos y de comunas han dejado aflojarse y dormirse poco a poco sus relaciones con el Consejo Central. Mientras el partido democrático, el partido de la pequeña burguesía, se organizaba cada vez más en Alemania, el partido obrero perdía el sólo lazo que le daba solidez. Cuando más, en algunas localidades conservaba su organización con vista a planes locales; por ello el movimiento general ha caído completamente bajo la dominación y la dominación y la dirección de los demócratas pequeñoburgueses. Es preciso acabar con este estado de cosas y restablecer la autonomía de los obreros. El Consejo Central ha comprendido esta necesidad. Por eso, desde el invierno 1848-49 ha enviado a Alemania un emisario, José Moll, para que reorganizara la Liga. Sin embargo, la misión de Moll fue interrumpida por la insurrección del pasado mes de mayo. Moll también tomó el fusil, entró en el ejército de Bade-Palatinat y cayó el 19 de julio en el combate de la Murg. La Liga pierde en él uno de sus miembros más antiguos, más activos y más seguros, que había trabajado en todos los Congresos y en todos los Consejos centrales y, anteriormente, había cumplido con el mayor éxito toda una serie de misiones. Después de la derrota de los partidos revolucionarios de Alemania y Francia, en julio de 1849, casi todos los miembros del Consejo Central se han encontrado en Londres, se han enlazados con nuevas fuerzas revolucionarias y han proseguido, con renovado celo, la organización de la Liga.
La organización no puede efectuarse más que con emisario y el Consejo Central considera como muy importante que el emisario salga, precisamente en esta hora, en que una revolución es inminente y el partido obrero tiene, pues, que una revolución es inminente y el partido obrero, tiene, pues, que presentarse con la máxima organización de unidad y de autonomía, si no quiere, como en 1848, estar de nuevo a remolque y explotado por la burguesía.
¡Hermanos! Ya os hemos dicho, en 1848, que los burgueses liberales alemanes iban a llegar al poder y utilizarían inmediatamente su nueva influencia contra los obreros. Habéis visto cómo se ha realizado esto. En efecto, han sido los burgueses, quienes, después de la agitación de marzo de 1848, se apoderaron inmediatamente del poder y lo utilizaron para hacer retroceder a los obreros, sus aliados de la víspera, a su antigua situación de oprimidos.
La burguesía sólo ha podido alcanzar este propósito aliándose al partido feudal absolutista y hasta abandonándole por fin, de nuevo, el poder; pero, por lo menos, ha tomado garantías que, a la larga y gracias a la dificultades financieras del gobierno, le pondrán el poder en las manos y garantizarán todos sus intereses si, cosa poco posible, el movimiento revolucionario pudiera, desde ahora, dejar la plaza a una evolución llamada pacífica. La burguesía no necesitaría provocar el odio con medidas de violencia dirigidas contra el pueblo para asegurar su poder, visto que todas estas medidas las hubiera tomado ya la contrarrevolución feudal. Pero la evolución no seguirá este camino pacifico. La revolución que la debe acelerar, por el contrario, es inminente, sea que la provoque la sublevación autónoma del proletariado francés o la invasión por la Santa Alianza de la Babel moderna.
Y el papel que jugaron en 1848 los burgueses liberales alemanes ante el pueblo, ese papel tan completamente traidor, lo desempeñarán en la próxima revolución los pequeños burgueses demócratas que ocupan actualmente, en la oposición, la misma situación que los burgueses liberales del antes de 1848.
Ese partido, el partido demócrata, mucho más peligroso para los obreros que el antiguo partido liberal, se compone de tres elementos.
1° Las fracciones más avanzadas de la gran burguesía que se dan como propósito la caída inmediata y completa del feudalismo y del absolutismo. Esa tendencia la representan los hombres de Berlín, que antes recomendaban la unión y no pagar los impuestos.
2° Los pequeños burgueses demócratas y constitucionales que han perseguido, sobre todo, en el último movimiento, el establecimiento de un Estado confederado más o menos democrático, tal como lo querían realizar sus representantes, la izquierda del Parlamento de Francfort, y más tarde, el Parlamento de Stuttgart; tal como lo buscaban ellos mismos en su campaña en favor de una constitución de imperio.
3° Los pequeños burgueses republicanos, cuyo ideal es una república federativa alemana parecida a la Confederación helvética y que hoy toman la etiqueta de rojos y de socialdemócratas, porque viven en la dulce ilusión de suprimir la opresión del pequeño capital por el gran capital, del pequeño burgués por el gran burgués. Los representantes de esa fracción fueron los miembros de los congresos y de los comités democráticos, los dirigentes de las asociaciones democráticas, los redactores de los periódicos democráticos.
Después de su derrota, todas estas fracciones se llaman republicanas o rojas, igual que los pequeños burgueses republicanos en Francia se llaman hoy socialistas. En los países como Wurtemberg y Baviera, etc., donde pueden tener aún la posibilidad de perseguir sus propósitos dentro de la vía constitucional, aprovechan la ocasión para limitarse a su antigua fraseología y demostrar por la acción que no han cambiado. Es claro que ese cambio de nombre no modifica en nada la actitud de ese partido con respecto a los obreros; pero demuestra simplemente que en la actualidad se ve obligado a enfrentarse con la burguesía, aliada del absolutismo, y a apoyarse en el proletariado.
La actitud del partido obrero revolucionario frente a la democracia pequeñoburguesa es la siguiente: marcha con ella contra la fracción que ella quiere derribar; la combate en todos los puntos que ella quiere utilizar para establecerse sólidamente.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Viviremos y Venceremos!