La portada de la revista cómica Charlie Hebdo titulaba, después de los atentados de París: «Ellos tienen armas. Que se jodan. Nosotros tenemos champán». Trágica paradoja que delata al primer mundo, porque efectivamente todos los muertos de la noche del viernes en París estaban disfrutando la vida, en discotecas, restaurantes y cafeterías, mientras los muertos del mundo árabe lo son en frágiles casas, en el desierto, en los campos de refugiados, en la huída... en las mezquitas.
No es lo mismo morir trabajando, ahogado huyendo de la miseria económica o de la guerra, que en un Mercedes, en París, huyendo de los fotógrafos, bien cenado y mucho mejor vestido como Lady Diana. Distinguir las circunstancias y diferencias de esos dos tipos de muertes es de lo que peca la sociedad europea y occidental.
Por eso, el infantilismo europeo de pretender reír de todo, cuando no todo tiene gracia. Las victimas en este caso son los victimarios, para matar deben morir. Todo muy distinto a los pilotos franceses que, una vez descargadas las bombas, en cualquier sitio lejano a sus hogares, sin ningún riesgo para su vida, llegan a la base y continúan su vida sin mayor problema.
No es verdad que Occidente, Francia, sólo tenga champán como dice Charlie Hebdo, los pilotos franceses que bombardean Siria no lanzan revistas cómicas desde sus cazas y mucho menos champán.
Le explicaba a un niño parisino su papá: «ellos tienen armas, nosotros flores». Nada más alejado de la verdad, no son flores las que caen de los cazas franceses en Siría… pero el victimismo es así; inocuo, cool, genial.