El nombre de Camilo Torres resonará en la historia universal como un personaje del siglo XX, que tuvo influencia decisiva en el ámbito de la religión y de la política, pero que, en definitiva, sus actos lo hacían entrar en los intersticios de lo profundamente humano. Sin lugar a dudas, estuvo muy condicionado por los acontecimientos que marcaron el siglo en el que le tocó vivir, pero su fuerza telúrica era de tal naturaleza, que fue capaz de determinar las vidas personales y el desenvolvimiento de comunidades en todos los espacios.
Tal vez, Camilo no se imaginaba que su modo de vivir, sus homilías, los mensajes a diferentes sectores de la sociedad y su prédica y práctica diaria, estaban siendo seguidos por comunidades cristianas de base, organizaciones políticas de diferentes signos, y personalidades de procedencias diversas, en los diferentes continentes, con un acento en la extensión de América Latina. Campesinos, obreros, estudiantes, curas y monjas, distribuían sus mensajes, entre otros países, en Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Brasil, Argentina, Méjico, los de Centro América y Venezuela.
En este país, en la población de Guarenas, cercana a Caracas, tomó la decisión de incorporarse a la lucha guerrillera con el Ejército de Liberación Nacional. En conversaciones en diferentes partes de Venezuela y Colombia, que he tenido con mi amigo Vladimir Zabala, hemos resaltado este episodio. También hemos puesto de relieve la enorme influencia que tuvo Camilo en vida, y más después de su sacrificio, en grupos confesionales y políticos que aspiraron cambios esenciales en la sociedad latinoamericana. Así nacieron, El Pueblo de Dios en Marcha, Primero de Mayo, EPA, Los Grupos de Acción Revolucionaria, la Izquierda Cristiana y otros. Es preciso hacerle justicia a los nombres de mucha gente que concurrió en este esfuerzo. Me voy a permitir sólo citar el nombre de Rafael Iribarren Soublette, quien fue y ha sido un defensor sin vacilaciones del ideario camilista.
Un punto y aparte lo constituye Colombia. Allí nació, en el norte de Bogotá, en una familia con medios y sin privaciones, pero de una sensibilidad a toda prueba. Hizo estudios universitarios y viajó a Europa, cuando aún se desarrollaba el Concilio Ecuménico Vaticano Segundo, en el cual la iglesia intentaba conseguirse con sus fundamentos. Por otro lado, en las fábricas de Francia y Bélgica había presencia de los curas obreros con quienes compartió las faenas de trabajo, sin dejar de estudiar en la Universidad de Lovaina donde se recibió como Licenciado en Ciencias Políticas. Para ese entonces, se verificaba la descolonización de países africanos y la liberación de Argelia, acontecimientos que no le fueron ajenos, y por el contrario, estuvo involucrado con sus actores.
En su tierra de nacimiento desarrolló los momentos más sencillos y estelares de su vida, y en esa tierra entregó su existencia en alma y cuerpo, dando testimonio de amor eficaz por la gente de su patria, de Nuestra América y del pueblo todo que conforma la humanidad. En ese espacio ejerció la capellanía en la Universidad Nacional y fue creador de los estudios de sociología, e impulsó la creación del Frente Unido del Pueblo, para "Lograr una alianza inmediata con la oposición eliminando las discrepancias y trabajando sobre los asuntos comunes". Elaboró una Plataforma para un Movimiento de Unidad Popular.
En esa línea se pronunció sobre asuntos de estado, tales como la Reforma Agraria, la Reforma Urbana, la abolición del sistema de libre empresa, para sustituirlo por cooperativas y empresas comunitarias, la revitalización del municipio mediante la planeación democrática de la acción comunal, plasmó criterios sobre la integración latinoamericana, política tributaria que considerara las diferencias en los ingresos, el servicio militar y el servicio cívico, y le dio una importancia suprema a la Educación y Salud Públicas. Con los principios planteados, se dirigió mediante mensajes y proclamas, a los no alineados, a los comunistas, a los cristianos, a las fuerzas armadas, a los trabajadores, a los desempleados y a todo el pueblo de Colombia, haciendo llamados a cambios esenciales. Estas acciones provocaron aislamientos, persecuciones, y acosado de diferentes modos, tomó su decisión por la lucha armada.
Murió en San Vicente de Chucurrí en la provincia de Santander, el 16 de febrero de 1966 a los treinta y siete años de edad. Se sacrificó envuelto en circunstancias de combate, luchando por los ideales que escogió. Así es, escogió la opción por los trabajadores, los pobres, por los excluidos, por los sin tierra, por los desdentados, por los mutilados de la palabra, por los que no tienen ni techo ni alimento, en fin, por los que más sufren.
Su vida pudiera ser asociada a personajes como el Padre De las Casas, por la defensa sin dobleces que éste hizo de los indígenas, y de los hombres de las diferentes negritudes procedentes por la fuerza, de África como la tierra madre, o con el Padre Miguel Hidalgo, de Guanajuato, quien pronunció el Grito de Dolores y dio inicio a la independencia mejicana, o con los sacerdotes misioneros en Iguazú, o con los también jesuitas ajusticiados en El Salvador, o con tantos héroes conocidos y anónimos que adhirieron compromisos hasta el sacrificio.
En este orden, pudiéramos decir que Camilo tuvo dos actas de nacimiento: cuando vio la luz por primera vez, y cuando vio la luz por última vez, porque él mismo se hizo luz. En efecto, su pensamiento, y esencialmente su testimonio son de una vitalidad trascendental en los espacios y en el tiempo. De hecho, hoy y aquí, y mañana en todos los rincones y por todos los siglos, Camilo pervivirá en la historia de éste y otros continentes.
Todo parece indicar que los días que corren, vísperas del aniversario de su muerte, son una oportunidad excepcional para conmemorarlo. Tomemos en cuenta que tenemos vivos a testigos presenciales y referenciales de su vida, a personas en las que directa o indirectamente, Camilo tuvo influencia decisiva, e incluso, están presentes algunas personas que fueron co-partícipes en el púlpito, en la tarima, en la calle y en las selvas, últimos escenarios de su obra cumbre.
Me permito recordar, entre otras personas, que tendrían una palabra que decir, a Ernesto Cardenal, Nicolás Rodríguez, Javier Giraldo, Antonio García, Mario Peresson, Sebastián Arias Figueroa, Rafael Iribarren Soublette, Gustavo Gutiérrez Merino, Chino Daza, Saúl Rivas, Pablo Beltrán, Pedro Casaldáliga, Fabio Vásquez, Orlando Fals Borda, y muchos otros.
Por último, en las circunstancias actuales de menoscabo del arte de la política, y la importancia de rescatar la autenticidad épica y ética de quien se compromete con este oficio, corresponde no pasar por alto el aniversario del martirio de Camilo Torres, y rendir tributo a quien dio testimonio de pensar como vivía, y vivir como pensaba.
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