Es triste decirlo, desde que los conquistaron españoles dominaron al Perú, fuerzas de otras naciones han tenido que ir a liberarlo. Lo tuvo que hacer San Martín, después Bolívar, y a poco de salir el Libertador de esas tierras inmediatamente fue sometida por el seudo-godo de José Lamar. La calaña de los oligarcas peruanos ha sido de lo más horrible de la América Hispana. El primer gran traidor de la independencia del Perú fue Riva Agüero, a quien San Martín despreciaba como el más vil de los peruanos. Riva Agüero es el arquetipo del politiquero intrigante y miserable; grosero, lleno de ambiciones bastardas. Llegó a ser despreciado por los propios godos peruanos por su temperamento rastrero.
Cuando Riva Agüero le pide a San Martín que acuda al cuartel de Lima y dé órdenes al general Urdaneta para que se organicen las operaciones en el Al! to Perú, le contesta indignado: “¡Malvado! ¡Imposible! ¿Cómo ha podido usted persuadirse que los ofrecimientos del general San Martín fueran jamás dirigidos a un particular, y mucho menos a su despreciable persona?” Otro traidor fue Santa Cruz, general del Perú, que había estado a las órdenes de San Martín, y quien durante toda la campaña del Sur estuvo ingeniándoselas para no dar una pelea directa a los españoles; sólo buscaba el camino fácil de la fama: tenía una gran incapacidad de mando. Basta leer la correspondencia de Sucre al Libertador en las “Memorias del General 0'Leary” para darse cuenta de los tremendos males que causó a la campaña del Sur. Decía Sucre en una carta a Bolívar del 13 de julio de 1823: “Creo que Santa Cruz no se conforma con ponerse con su ejército bajo mi con! ducta y que este tropiezo va a ser fatal”. Más tarde, el 11 de octubre: “Mis temores respecto a la campaña del Sur se han verificado.
El ejército del Perú no existe y 5.000 hombres perfectamente situados, con bastante moral, en un país patriota y en la oportunidad de haber libertado al Perú, no tienen ya sino el recuerdo de sus faltas para contemplar su disolución, sin una sola batalla... Santa Cruz cuando le he preguntado por qué no libró su suerte a una batalla, me ha dicho que cuando trató de darla, se le había extraviado el parque, con artillería, etc..., lo cierto es que se ha perdido el ejército con la más grande vergüenza... Por aquí, buenas palabras, oficios de mucha gratitud, pero una conducta doble es lo que he observado...”
Santa Cruz no obedecía entonces ni al Libertador ni a la causa de la independencia, sino al provecho personal que podía sacar de sus actos.
Otro espantoso traidor peruano fue Lorenzo Vidaurre. Veamos lo que de él dice el historiador José Manuel Restrepo: “Vidaurre era un peruano célebre desde tiempos del gobierno español por sus extravagantes inconsecuencias de todas clases; fue desde 1827 uno de los más encarnizados enemigos del Libertador, cuya reputación procuró mancillar por cuantos medios estuvieron a su alcance. Antes fue acaso el más de sus aduladores, y la siguiente anécdota, que copiamos de un periódico contemporáneo, da la medida de su abyección: En un baile que se dio en Lima, y al que había concurrido el Libertador, Vidaurre se colocó delante de S. E. (causa vergüenza referirlo) en cuatro pies y le dirigió estas palabras: Señor, ante el héroe superior de los hombres, no creo deber ni poder presentarme sino en esta posición. Hónreme S.E. dej&aacut! e;ndome sentir su planta bienhechora sobre mis espaldas”.
Muchos ejemplos más pudiéramos referir de este triste país, bastante envilecido, explotado y aterrorizado por una de las oligarquías más funestas del planeta. El país cuyo gobierno en 1829 se unió con los asesinos de Sucre, José María Obando y José Hilario López para invadir a Colombia. El país cuyo presidente y general Agustín Gamarra invadió a Bolivia en 1829, y por tal acción se provocó el atentado contra Sucre.
Bueno, ese país acaba de elegir a la joya suprema de los más grandes bandidos neoliberales, al señor Alan García Pérez. Y lo ha elegido porque se le ha metido miedo a la población, porque los medios se afincaron en hacer saber que si Humala ganaba, correría la sangre, se desataría la guerra de los empresarios y todo el caos que sufrimos entre el 2001 y el 2003 en Venezuela. El pueblo venezolano debe sentirse orgulloso de ser de nuevo la referencia libertadora del continente americano. Cuando todos temblaban, cuando la Nueva Granada gemía la bota del Pacificador Pablo Morillo, cuando Lima y Quito se sometían al mandato del imperio español, desde Venezuela un héroe, un hombre decidido y valiente vaticinó en 1817, desde las costas de Orinoco, que los libertaría.
Sería una tarea inmensa, parecía imposible y desde 1817 cuando lo profetizo, hubo de transcur! rir casi ocho años para que se hiciera realidad. De modo, peruanos, que se ha dado un gran paso. Pronto seréis libres, mientras tanto no debéis dejaros vencer por la apatía, por la frustración, por la derrota.