Contaba Antonio Machado que nada añadía a la virtud la carencia de vicios. Que él bebía porque beber formaba parte de su leyenda, y sin leyenda no se pasa a la historia. Murió Johan Cruyff, una leyenda con su vicio que, aún antes de morir, era parte de la Historia, era y es leyenda. Irreverente e inteligente. Basta ver a sus sombras, Pelé, Maradona, Di Stefano, Messi, Cristiano Ronaldo… todos grandes jugadores, pero sólo eso, para darnos cuenta de la trascendencia de Cruyff dentro y fuera del campo. Con él y el Barça se unieron un jugador que era más que un jugador y un club que era más que un club. Por eso es erróneo decir que Cruyff no ganó ningún mundial. Su huella llega hasta la victoria de la selección española en Sudáfrica, pues debajo de la camiseta roja estaba el juego y el equipo del Barça que él instituyó como una seña de identidad.
Se negó a jugar, al igual que Platini, el mundial de Argentina 78 por la dictadura militar que vivía el país. Pero la historia puso a Platini en su sitio, como director mafioso de la FIFA y a Cruyff en otro, jugando en segunda división, entrenando gratuitamente a la selección catalana y presidiendo una fundación con un trabajo social admirable.
Holandés universal, catalán particular. Supo estar, en tiempo de duda, con la justicia y con los débiles. Renació catalán y ejerció de catalán matando todos los tópicos que desde Madrid aseguran que nadie que no sea catalán es bienvenido a Catalunya. Generoso como entrenador ad honorem de la selección catalana de fútbol, no dudó en comprometerse con el pueblo catalán del que formaba parte.
Hoy que está de «moda» no comprometerse (entre escritores, artistas, políticos, deportistas….una forma más de ser de derechas) despedimos a Cruyff que desde la Fundación Cruyff se preocupó por los discapacitados, por los niños de barrio… por los débiles. Grácies Johan.