Palestina
es el único pueblo del mundo que conscientemente ha sacrificado, parte
importante de su vida, disputándose su derecho a la autodeterminación
en la Tierra Santa, respondiendo con piedras –hacedoras de patria-
contra las balas de fusiles y cañones –hacedoras de muerte-.
Pienso
que nadie en el mundo tiene potestad para dictar lección de lucha
política al pueblo palestino. Su experiencia, tan costosa en sangre y
pérdida de vidas, por sí sola, podría decirse, lo ilustra en enseñanzas
para su autodeterminación en el conocimiento de cómo hacer una guerra
tan prolongada, que a los ojos del futuro pareciera no encontrársele
una raya o un punto para su culminación en auténtica dignidad para los
bandos en conflicto. Hay que estar dentro del pecho de un palestino,
ser su propio corazón, para saber cuánto duele
que lo despojen de su suelo y separado de su gente, para que ande
errante por el mundo como si fuese un nómada sin derecho hacerse de un
destino digno. ¿Qué pueblo en el mundo puede conocer más que el
palestino lo que es rodar por la tierra sin una diosa de frutos y
jardines?
Ya
no son los bizantinos ni los otomanos; ya no son los viejos
conservadores de la monarquía inglesa alentando a los árabes contra un
enemigo foráneo para que reine otro enemigo extranjero. El libro blanco
británico está demasiado teñido de sangre de pueblos ajenos e
inocentes. Ahora es el imperio capitalista, revuelto de sionismo, quien
degolla a un pueblo que le expropiaron su derecho a decidir su destino
en su Tierra Santa.
Lo
único que me autoriza a escribir este artículo, porque nada tengo que
enseñarle a ese heroico pueblo, es que conozco y he sido amigo de
palestinos excepcionales: de esos que todo lo sacrifican por su causa;
de esos que si se ven en otra parte del mundo, es porque sólo andan en
cumplimiento de un deber para regresar más pronto a su puesto de
combate, donde es que más se decide una causa. Por ellos, repito, es
que me atrevo dar una opinión –más interrogante que otra cosa- sobre lo
que está aconteciendo en ese pedazo de suelo que el imperialismo
capitalista ha determinado sea el campo de concentración del pueblo
palestino.
La
eterna lucha del mundo por la emancipación de la humanidad tiene en
Palestina un ejemplo digno de consideración y de admiración. 1220 años
antes de nuestra era y 2006 años después, Palestina ha sido una lucha
persistente por la vida del hombre y de su pueblo. En 1994, en Gaza y
Jericó, se estableció el asentamiento palestino con un régimen de
autonomía, vista y aceptada ésta por el
imperialismo y el Estado israelita como un obsequio al pueblo palestino
y no el resultado de cruentas luchas por reconquistar lo que le habían
expropiado desde 1947. <Autonomía> que ha cobrado más sangre y
vidas que muchas guerras intestinas en varios países del planeta.
Sería
una necesidad, en perjuicio mismo de la parcialidad, negar que el
método del terrorismo de grupo o individual no ha sido un arma de
combate palestino en su interminable conflicto político con Israel, y
que no pocas veces muestra un rostro hasta repugnante de venganza. Pero
también el terrorismo de Estado israelí ha llevado la voz cantante en
su afán de hacer rendir por completo al pueblo palestino, y que éste
acepte resignado la migaja de suelo que se le ha determinado como su
campo de concentración. Es una lucha desigual, sin duda, donde los
palestinos resultan ser los más afectados, los más débiles
cuantitativamente, aunque en moral y en la razón tengan la superioridad
cualitativa. Pero un conflicto político armado no se fundamenta en
criterios morales ni sentimentales, sino en su concepción social de un
sistema y de sus relaciones con los otros. Hay intereses materiales del
imperio que están muy por encima de la espiritualidad de la filantropía.
Preocupa,
sí, preocupa que ahora el conflicto palestino-israelita haya hecho
brotar una rama antagónica en la interioridad de Palestina. Pareciera
que ahora la contradicción principal no es con el imperio y el
sionismo, sino entre tendencias de pensamientos propios de los
palestinos. Produce una sensación de tristeza prolongada ver ahora a
los propios palestinos matándose los unos con los otros,
descalificándose los otros con los unos, maniobrando unos contra otros,
disputándose las calles unos contra otros como enemigos, cuando hasta
hace pocos años ni siquiera podían permanecer ni separados en un pedazo
de suelo palestino. ¿Por qué matarse entre ellos mismos si el enemigo
está allí: en su enfrente o incursionando dentro de lo que se concibe
como autonomía palestina o en el propio corazón de la ciudad santa,
Jerusalén?
Lo
que acontece en Palestina, (¡que Alá me perdone, pero que Lenin no me
desampare!), no es política de derrotismo revolucionario, cosa ésta que
sí se justificaría en caso de que la Autoridad Nacional Palestina –Al
Fatah- fuese una sucursal verdadera del imperialismo o del gobierno
sionista de Israel. Creo que ni Hamas se atreve decir algo semejante.
El
imperio nunca defiende patria, sino mercados, concesiones foráneas,
fuentes de materias primas y sus áreas de influencia. Los
revolucionarios, en cambio, defienden es los intereses de todos los
explotados y oprimidos de su país y del mundo entero, porque su única
patria es un mundo enteramente emancipado de toda explotación y
opresión de clase o del hombre por el hombre. Palestina corre el riesgo
de una guerra civil, lo cual significaría una intervención mayor del
imperio y la pérdida de la <autonomía> en el pedazo de suelo en
que está actualmente asentado el pueblo palestino. Si hubiese
condiciones internacionales para ese desafío, nada justificaría no
promoverlo, pero la lucha política no es nunca el resultado de
voluntades sino de realidades internas y externas. Simplemente: ¡ojo!
con eso palestinos.