—Cito a Don Miguel de Unamuno: "Hay en mí patria española, en mi pueblo español, pueblo agónico y polémico, un culto al Cristo agonizante; pero también le hay a la Virgen de los Dolores, a la Dolorosa, con su corazón atravesado por siete espadas. No se rinde culto tanto al Hijo que yace muerto en el regazo de su Madre, cuanto a ésta, a la Virgen Madre, que agoniza de dolor con su Hijo entre los brazos".
Los 37 años transcurridos entre el comienzo del reinado de Alfonso XIII (1902) y el comienzo de la II Guerra Mundial (1939), constituyen uno de los períodos más agitados de la no muy tranquila Historia de España. Podría dividirse este período en cuatro etapas claramente diferenciadas. Durante la primera (1902-1923) parece asistirse a una tentativa de renovación del "turno a la inglesa" soñado por Cánovas del Castillo, basado ahora en las jefaturas de Maura y Canalejas correspondientes a los partidos conservador y liberal. Pero la enemistad de las izquierdas a Maura a consecuencia de la ejecución de Francisco Ferrer Guardia, la no velada oposición del rey al propio Maura, en gran parte determinada por la presión de la opinión extranjera, y el asesinato de Canalejas (1902), fueron las causas fundamentales del fracaso del sistema, sin olvidar la impreparación del pueblo español para un régimen de tipo liberal.
El segundo período lo llena la Dictadura del general Primo de Rivera y su liquidación, que acarreó la caída de la Monarquía. Los tres problemas fundamentales —la cuestión africana, la social y la separatista—, que el sistema anterior había intentado en vano solucionar, parecieron adormecidos durante la dictadura, pero resurgieron explosivos, especialmente los dos últimos, bajo el gobierno del sucesor del Dictador. Así, en los ocho años que dura esta etapa (1923-1931) se sientan las bases del hundimiento del Régimen monárquico.
Caída de la monarquía: El gobierno del general Berenguer duró desde el 29 de enero de 1930 hasta el 14 de febrero de 1931. La semilibertad de prensa permitida provocó una oleada de acres comentarios contra la obra de la Dictadura; los partidos políticos y los sindicales se reorganizaron; huelgas constantes y amenazas de movimientos militares entorpecieron la posible obra de pacificación pensada por Berenguer. Los partidos antidinásticos firmaron un compromiso —pacto de San Sebastián de 27 de agosto de 1930— por el que se comprometían a derribar la monarquía concediendo unas reivindicaciones mínimas a los trabajadores y a los catalanistas moderados.
El golpe final al gobierno Berenguer fue dado por la sublevación de Jaca, realizada prematuramente y sin conjunción con la oposición antidinástica, por los oficiales, Fermín Galán y Ángel García Hernández, el día 12 de diciembre de 1930. Aunque el comandante de aviación Ramón Franco Bahamonde pretendió apoyarla tres días después, lanzando propaganda revolucionaria sobre Madrid, la insurrección fue yugulada en Ayerbe; Galán y García Hernández fueron apresados y fusilados, creando así dos mártires inútiles a la monarquía y que sirvieron a la propaganda antimonárquica como motivo sentimental.
En un movimiento desesperado por salvar el Régimen, Alfonso XIII, después de haber fracasado un intento de Sánchez Guerra por formar gobierno con los firmantes del Pacto de San Sebastián que se encontraba en la cárcel, nombró jefe de gobierno a un hombre apolítico, el almirante Juan Bautista Aznar, el cual formó un gabinete con todos los jefes políticos del antiguo régimen: Bugallal, Romanones, La Cierva, Cambó, el duque de Alba.
La sorpresa del gobierno del almirante Aznar fue "extraordinaria" y su propio jefe de gobierno la hizo patente en una frase ingenua que pronunció ante los periodistas: "Ayer se acostó España monárquica –dijo– y hoy se ha levantado republicana". El día 13 empezaron a ondear banderas republicanas. El rey, intentó mediante una gestión hecha con el general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, tantear la posición de ésta; pero al negarse el general a secundar al monarca, éste juzgó que no había posibilidad de resistencia, el día 14 salió de Madrid hacia Cartagena, donde embarcó en el crucero Príncipe Alfonso, que lo llevó a Marsella. Al desembarcar el monarca, el buque enarboló la bandera republicana y cambió su nombre por el de República.
El mismo día 14 de abril se proclamó la República y tomó el poder un gobierno provisional, presidido por el antiguo político de la monarquía Niceto Alcalá-Zamora y formado por Miguel Maura (Gobernación), y que junto con el presidente formaban el ala conservadora del gobierno, que había prometido una "República con frailes" y que había atraído por lo tanto a la medrosa burguesía de las ciudades al campo republicano. Junto con ellos, figuraba el partido socialista con tres miembros: Largo Caballero (Trabajo), Indalecio Prieto (Hacienda) y Fernando de los Ríos, catedrático de Granada (Justicia). Los republicanos tradicionales estaban representados por dos ministros, Alejandro Lerroux (Estado) y Diego Martínez Barrio (Comunicaciones). Los nuevos republicanos habían constituido dos partidos: Acción Republicana, cuyo representante fue Manuel Azaña y Díaz (Guerra), y Partido Radical Socialista, disidencia del partido lerrouxista llamado radical, que dio otros dos ministros: Álvaro de Albornoz (Fomento) y Marcelino Domingo (Instrucción Pública). Las reivindicaciones regionales, en fin, estaban representadas por otros dos ministros: el catalán Lluís Nicolau d’Olwer (Economía) y Santiago Casares Quiroga, gallego (Marina).
La otra cuestión vino derivada de la situación de España en la desaparecida monarquía: la regionalista. A la una de la tarde del día 14 de abril, Lluís Companys, el nuevo alcalde de Barcelona, izaba en el balcón del Ayuntamiento de esta ciudad la bandera republicana. Media hora después, Francesc Maciá, desde el balcón de la actual Diputación, frente al Ayuntamiento, proclamaba el Estat Catalá, pidiendo la colaboración de los demás pueblos ibéricos.
Sobre esta problemática se va a desarrollar toda la brevísima historia de la II República (1931-1936). Y las encontradas opiniones van a escindir de un modo dramático el cuerpo social español en dos bandos irreductibles, que dirimirán violentamente sus diferencias durante los tres años (1936-1939) de la guerra civil.
El 28 de junio de 1931 se celebraron las elecciones a Cortes Constituyentes, sobre la base de un diputado por cada 50.000 habitantes, que llevaron a la Cámara 116 diputados socialistas, 90 lerrouxistas, 60 radicales socialistas, 30 miembros del partido de Azaña, 43 de Esquerra Catalana, 16 regionalistas gallegos y 14 nacionalistas vascos. La oposición al Régimen estaba representada por menos de 30 diputados pertenecientes a la Lliga Catalana, monárquicos de Renovación Española y a los Agrarios. El 14 de julio se inauguraba el nuevo Parlamento, siendo elegido presidente del mismo el socialista Julián Besteiro.
La gran mayoría, por no decir la casi totalidad de los miembros de la Cámara, estaba compuesta por intelectuales, educados por el ala izquierda de la generación del 98 y por sus epígonos. Ello explica su posición doctrinaria, que el historiador Vicens Vives ha resumido así: "europeización del país; democratización de la vida política; liberación del pensamiento en la cátedra, en el libro y en las costumbres; reestructuración de la sociedad, dando cabida a las reivindicaciones obreras en las preocupaciones gubernamentales; admisión de una mentalidad cultural diferenciada en las distintas regiones". Sin embargo, esta aspiración intelectual no era compartida por amplios sectores de la sociedad española que juzgaban la situación a través de sus respectivos doctrinarismos.
Resultado de todo ello fue la Constitución de 1931, aprobada el día 9 de diciembre de este año, cuyo artículo primero definía el Estado español con la siguiente frase: "España es una República democrática de trabajadores de todas clases, organizada en régimen de libertad y de justicia". Concepto que valió el comentario de un libro escrito por el novelista ruso Ilya G. Ehrenburg, cuyo título era España República de trabajadores.
Discurso de Lloyd George a los Comunes, después de la toma de Gijón: "Si la democracia es vencida en esta batalla, si el fascismo triunfa, el gobierno de Su Majestad podrá adjudicarse esta victoria." Lloyd George, al expresarse así, subrayó un hecho nuevo: a los ojos del mundo, la guerra de España había cobrado en 1937, el aspecto de una guerra ideológica. En lo sucesivo, y sobre todo después del debilitamiento de los partidos revolucionarios del lado republicano, la guerra de España ya no fue más que un aspecto particular de la lucha que enfrentaba en Europa a las grandes potencias. Fue ella la que determinó el acercamiento italo-alemán, la formación del Eje-Roma-Berlín. Fue ella también la que puso de relieve, bajo una luz brutal, las incertidumbres y las contradicciones de las democracias occidentales, de Francia y de Inglaterra y, a modo de contragolpe, dirigió la política soviética hacia una prudente expectativa.
Para comprender hasta qué punto la guerra de España trastornó el equilibrio político europeo, hay que recordar que, en 1936, la posición alemana en Europa era todavía precaria. Desde la llegada de los nazis al poder, en 1933, Alemania había roto con la Sociedad de Naciones. Su rearmamento y las reivindicaciones de Hitler inquietaron a los pequeños países vecinos, sin que su poderío los impresionase todavía.
Catalanes y vascos durante el bienio de derechas: Liquidado el levantamiento de Cataluña, como se dijo ya, con el fracaso, detención y procesamiento de sus caudillos, y concedida la amnistía a los mismos, tras su condena, se estableció un régimen provisional por ley de 2 de enero de 1935. Antes, había sido designado gobernador de la Generalitat al señor Pórtela Valladares, y cuando este entro a formar parte del gobierno Lerroux-Gil Robles, se designó para el mismo cargo a un radical lerrouxista llamado Pich y Pon, quien se esforzó, por deseo del gobierno central, en reintegrar al organismo autónomo todas sus facultades, excepto las de orden público.
Por lo que a los vascos se refiere, el deseo de autonomía de los habitantes de esta región tuvo durante la Republica un aspecto claramente nacionalista. Integrado el movimiento por gentes de derecha, "fueristas", apoyado por elementos clericales, suscito, como es natural, la oposición del bienio social-republicano, tanto más cuanto que el proyecto de Estatuto que se redactó en 1931, en el que coincidieron fuerzas tan dispares como los nacionalistas vascos y los "requetés" navarros, tenía como clara finalidad mantener la hegemonía religiosa en el país, contra lo aprobado en la Constitución, e incluso se llegaba a afirmar en una cláusula que el País Vasco podría tratar directamente con el Vaticano.
Ante el desinterés del gobierno Azaña, hubo unas conversaciones entre nacionalistas y monárquicos en 1932, que no llegaron a ninguna conclusión por oponerse a su acuerdo el jefe del nacionalismo, José Antonio Aguirre. Cuando el gobierno central propuso que se redactase otro proyecto con exclusión de aquella clausula religiosa, los elementos carlistas se apartaron del mismo, y el proyecto fue desechado en Pamplona, admitido a medias en Álava y solo aprobado en Guipúzcoa y Vizcaya.
La situación en Europa, en 1936, explicaba esta toma de posiciones por parte del gobierno Soviético. Movimientos autoritarios habían triunfado, como ya se vió, en Italia, Alemania, Portugal, Austria, Polonia, Yugoslavia, Bulgaria y Rumanía. España fue el primer campo de experimentación del Frente Popular, al que seguiría Francia, donde triunfó el 1º de junio de 1936, tres meses y medio después que en España.
Estos Frentes Populares sólo podían beneficiar al Partido Comunista, en declarada minoría, sobre todo en España, (con mayoría aliancista-bakuninista) contribuyó la definitiva polarización de la opinión pública en dos bandos antagónicos. Porque fueron calificados de "fascistas" no sólo los no muy numerosos componentes de F.E. y de las J.O.N.S. sino, con fácil generalización, todos los elementos de derechas —monárquicos, militares, propietarios, capitalistas, católicos— abriendo así el ancho foso que no acabaría de llenarse con las víctimas de la feroz guerra civil.
El Frente Popular español prometía en su propaganda para las elecciones que se abrirían las cárceles para los afectados por la represión; se restablecería el Estatuto catalán y se abriría ancho cauce para otros similares; se indemnizaría a las víctimas de la revolución de Asturias; se reemprendería la Reforma Agraria de 1932 con mucha mayor actividad y con carácter de prioridad; se abriría la educación, en fin, a todas las clases sociales, dejando de tener la Universidad el matiz clasista que hasta ahora tenía.
La promesa de libertad a todos los presos políticos decidió a última hora a la C.M.T. siempre refractaria al sistema democrático, a intervenir en los comicios. La propaganda del Frente Popular se centró en la consigna de "Pan, paz y Libertad". De carácter positivo, frente a la cual, las derechas sólo pudieron ofrecer una apelación negativa, contrarrevolucionaria, poco consistente, simbolizada en la afirmación de que si no se votaba por el Frente Nacional pronto se vería la bandera roja ondear sobre todo el país. Continuaba la polarización y los dos frentes no tardarían en enfrentarse sangrientamente.
Las elecciones del 16 de febrero se desarrollaron con toda tranquilidad, salvo algunos minúsculos incidentes (tres muertos en toda España), y dieron el triunfo al Frente Popular por el sistema electoral vigente, que premiaba a la mayoría. Los resultados en votos fueron los siguientes: Frente Popular y nacionalistas vascos: 4.306.156 votos, la mayoría anarquistas y aliancistas; Centro; 681.047; Frente Nacional; 3.783.601. Su traducción en escaños en el Parlamento fue como sigue: Frente Popular y nacionalistas vascos; 288 diputados, de los cuales sólo 17 eran comunistas; Centro; 49 (los radicales de Lerroux) fueron barridos obteniendo sólo 4 puestos; Frente Nacional; 134 representantes, entre los cuales 88 de la C.E.D.A., 11 terratenientes y 13 monárquicos.
Pero la República tenía enfrente a una parte, aunque no la mayor, del ejército, fracción que fue aumentando durante el Régimen republicano, a la Iglesia, y al siempre potente grupo de terratenientes andaluces. Sobre esta problemática se va a desarrollar toda la brevísima historia de la II República (1931-1936) y las encontradas opiniones van a escindir de un modo dramático el cuerpo social Español en dos bandos irreductibles, que dirimirán violentamente sus diferencias durante los tres años (1936-1939) de la Guerra Civil.
Eran estas últimas fuerzas precisamente las que iban a proporcionar el número mayor de elementos a la pugna que se avecinaba. Las organizaciones más radicales, en especial integradas por grupos jóvenes —las Juventudes Socialistas (muy trabajadas éstas por el Partido Comunista)— trataban de influir sobre las masas de sindicalistas para que aceptarán el programa más radical, y criticaban al gobierno "burgués" que se formó el 19 de febrero, presidido por Manuel Azaña e integrado exclusivamente por miembros de la izquierda republicana (aliancistas) sin participación de socialistas, pero apoyado por gran mayoría de éstos en el Parlamento.
Este gobierno trató de dar inmediata satisfacción —y cumplimiento— a las promesas electorales. Se promulgó una amplia amnistía por delitos políticos. Se readmitió a los obreros privados de trabajo a consecuencia de la revolución de octubre del 34 con obligación por parte de los patronos de indemnizarlos. Se autorizó a los diputados catalanes a elegir su propio gobierno. Y se dio un gran impulso a la Reforma Agraria asentándose en poco más de un mes de 50.000 a 70.000 campesinos en tierras expropiadas, especialmente en Extremadura.
Por otra parte, el resentimiento de las izquierdas contra Alcalá-Zamora se tradujo en un debate parlamentario en el que, haciendo ilógico uso del artículo de la Constitución ya dicho, se criticó al jefe del Estado la disolución de las Cortes anteriores que había permitido el triunfo del Frente Popular. Por 238 votos contra 5 fue destituido Alcalá-Zamora, y el 10 de mayo fue elegido presidente de la República Manuel Azaña, quien inmediatamente encargó de formar gobierno a su amigo personal Santiago Casares Quiroga.
La muerte de Calvo Sotelo, jefe de la minoría monárquica en el Parlamento, asesinado en la noche del 13 de julio, (todos los Kornilovianos se imaginaron con un tiro en la nuca, tirados en una cuneta) suscitó un amplio movimiento de la derecha, y en general en la clase media de toda España, y se le puede considerar como "motivo" del levantamiento militar, aunque, como es natural, éste venía siendo preparado con mucha anterioridad. El día antes del asesinato de Calvo Sotelo, el Alto Comisario de España en Marruecos, Álvarez Buylla presidía un banquete en el que los oficiales gritaban ¡CAFÉ! Al preguntar extrañado el ingenuo representante del gobierno por qué se pedía café a mitad de la comida, se le contestó que se trataba probablemente de algún exceso de embriagados. En realidad se trataba de un grupo de conspiradores que, aprovechando una cancioncilla gachupina entonces en boga, cuya letra decía: "yo te daré — te daré, niña hermosa, — te daré una cosa, — una cosa que yo sólo sé; CAFÉ" y jugando con el calificativo de "niña" que se aplicaba a la República por sus pocos años, se le pretendía aplicar el remedio de CAFÉ, siglas de "Camaradas, Arriba Falange Española".
—Cito a Don Miguel de Unamuno: "Acaso se habrían resuelto no pocas cosas si nos hubiera conquistado Simón Bolívar; digo, a nuestros bisabuelos".
¡Viva la III República española!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!