I
Hay una contradicción aparente en los argumentos españolistas contra la autodeterminación catalana: por un lado se nos dice que es un proceso liderado por la burguesía, y por otro se afirma que las empresas se irán de Cataluña cuando se produzca la independencia. De hecho el éxodo empresarial ya ha comenzado ante la mera posibilidad de que se haga efectiva la desconexión catalana con el Estado español. Pero como la burguesía está formada por el conjunto de los empresarios, ¿cuáles son sus motivos para liderar el proceso independentista y luego largarse del país independiente?, ¿lo hace con el objetivo de tener una excusa para hundir la economía catalana llevándose las riquezas del país? Suena paradójico.
La situación se puede aclarar si consideramos la estructura de la clase burguesa, dividida en capas diferenciadas en competencia entre sí, y no como una unidad sin fisuras. Es un dato obvio de nuestra vida social, que los motivos fundamentales de todo miembro de la sociedad capitalista son los intereses económicos individuales en su versión monetaria, ya sea el beneficio por el capital invertido, ya sea la retribución económica por el trabajo. Y sabemos que la competencia por obtener beneficios y retribuciones se da en todos los niveles de la vida social, pero especialmente en sus capas dirigentes. La agrupación entre individuos se realiza por intereses corporativos, es decir, por comunidad de intereses dentro de la organización social dada. ¿Es la identidad nacional un rasgo suficientemente fuerte como crear esos intereses corporativos? Desde el punto de vista de la racionalidad capitalista, es un dato irrelevante y contraproducente. Pero si por un lado parece que la nacionalidad está superada por la globalización económica, por otro vemos que juega un papel importante en los acontecimientos internacionales a través de la configuración estatal del orden mundial. La política no puede ser reducida ni subordinada a la racionalidad capitalista, sino que consiste en la creación de una racionalidad alternativa.
Especialmente, en una fase del capitalismo en crisis con una larga depresión en los Estados imperialistas –como es la actual-, aparecen y se desarrollan las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista. El adelgazamiento de las clases medias en los países capitalistas desarrollados (mal desarrollados) y el aumento del coeficiente de Gini en todos los países, son índices de que la competencia por obtener beneficios se ha vuelto feroz y está sacrificando el bienestar de millones de personas en todo el mundo. Al mismo tiempo, atravesamos una fase del desarrollo capitalista caracterizada por la destrucción de fuerzas productivas a gran escala, como se ha podido observar en Oriente Medio y África, lo que es complementario con el desarrollo de los movimientos fascistas en todo el mundo. Es una exacerbación de aquello que algunos economistas llaman la ‘destrucción creativa’ del capitalismo, y que tiene su paradigma ejemplar en las guerras mundiales del siglo pasado.
Volvamos al tema catalán. ¿Cómo considerar esa diferenciación interna de la burguesía en este caso concreto? Se nos propone una división basada en su carácter nacional: burguesía española contra burguesía catalana –la teoría del ‘choque de trenes’-, interpretando desde esa clave el enfrentamiento del PdeCat con el PP, donde el más fuerte liquidará sin remisión al débil. Pero esa solución simplista no parece suficiente para interpretar una economía compleja y globalizada como es el capitalismo posmoderno y neoliberal. Pues también se ha dicho que el capital no tiene patria y que no hay nada más cobarde que el dinero –como no deja de repetir Jiménez Losantos-; es decir, que los inversores se retirarán de Cataluña en cuanto vean peligrar sus intereses, y no parece posible explicar ese fenómeno sobre la base de la ceguera de una burguesía catalana acerca de sus propios intereses. Aunque tal vez pudiera decirse que la burguesía catalana está acorralada por la burguesía española, que ha demostrado suficientemente a lo largo de su historia su carácter mafioso.
Necesitamos, pues, una explicación más desarrollada. Hay tres tipos de capitalistas atendiendo a su función en la economía: financieros, comerciales e industriales. En la lucha por el beneficio triunfa el más fuerte, esto es, el que realiza funciones más importantes para la estructura social –que en la sociedad capitalista consiste en el manejo del dinero, el capital financiero-. En la economía de mercado mandan los bancos, porque controlan el dinero como unidad de cuenta y medio esencial de intercambio. Es decir, el gobierno español representa los intereses de la burguesía financiera, que tiene suficientes recursos para controlar a la burguesía comercial e industrial, gracias al poder que da el dinero. Tal vez podamos entonces considerar que el capital financiero ha provocado la crisis catalana para saquear Cataluña, y que las otras capas de la burguesía están intentando defender sus intereses a través de la lucha por el control del poder político y llamando a la movilización general del pueblo catalán. Nos encontramos, por tanto, en la típica situación de lucha nacional liderada por la burguesía catalana contra un imperialismo financiero impuesto por las políticas neoliberales predominantes en las sociedades occidentales.
Por todo lo dicho, esta es una lucha perdida dentro de los parámetros de la sociedad capitalista neoliberal. A menos que la clase obrera tomara el relevo en el liderazgo de la lucha política catalana, proponiendo una alternativa que transformara las estructuras mismas del orden social vigente. ¿Sería eso posible? Podemos observar que la clase obrera europea manifiesta una completa subalternidad ante los intereses del capital financiero dominante, y en Cataluña hay amplios sectores de trabajadores que abrazan el unionismo español como instrumento de lucha contra su propia burguesía nacional. No es un fenómeno nuevo, basta observar la historia para comprobar que es un fenómeno recurrente, que constituye la base social del imperialismo desde los siglos finales de la República de Roma (ss. II-I a.n.e.).
Como se puede comprobar, estamos ante un problema político de difícil solución que condiciona gravemente el futuro de los pueblos del Estado español. La clave interpretativa de la coyuntura histórica es la confrontación económica y política del antiguo imperialismo occidental con las nuevas potencias emergentes en Asia. Como la batalla económica ya está perdida para occidente, el imperialismo ha pasado a desarrollar una confrontación bélica entre la OTAN y los Estados aglutinados en torno a la alianza de la República Popular China con la Federación Rusa. Esta contradicción se nos presenta también en el conflicto catalán, donde una empresa china ha proporcionado las urnas que hicieron posible el referéndum contra la represión del Estado español. Todo un símbolo que casi parece un chiste; pero es muy serio lo que está pasando.
Más sobre el análisis de clase: podemos clasificar a los burgueses según el tamaño de sus propiedades en gran burguesía, burguesía media y pequeña burguesía. Da la impresión –que alguien me desmienta si tiene datos comprobados de otra cosa- de que la enorme movilización del pueblo catalán el día 1 de octubre ha sido impulsada principalmente por estratos de la pequeña burguesía catalana ligadas a la pequeña y mediana empresa, en sectores de comercio, industria y agricultura, incluyendo a los pequeños talleres de autónomos, a los trabajadores cualificados y los intelectuales de profesión liberal. Unas clases medias en vías de proletarización que serán las más afectadas por la destrucción del tejido económico en Cataluña, y que han presentado un frente de lucha importante y bien coordinado. Ha sido una movilización ejemplar, con un alto grado de organización y con tácticas pacifistas de resistencia pasiva, que ha conmovido a la opinión pública internacional. Nos hace pensar en Gandhi y Martin Luther King, y demuestra la fortaleza del tejido social en Cataluña, así como la enorme influencia que el anarquismo ha tenido siempre en ese país.
Sectores de la clase obrera han apoyado a regañadientes esa movilización; pero han comenzado a apoyarla. Esto es fundamental y puede considerarse un paso importante para el triunfo de la causa republicana en la península ibérica. Una clase obrera subalterna ante el gran capital financiero nos da un Estado español alineado con el imperialismo de la OTAN, como hemos visto en los años del bipartidismo juancarlista. Un Estado que ahora está inmerso en un proceso transformista hacia el fascismo con Felipe VI. En cambio sólo una clase obrera organizada y en alianza con la pequeña burguesía campesina e intelectual, capaz de afirmar su hegemonía política en una democracia participativa para la construcción del socialismo, puede ser garantía de un futuro mejor.
Si la gran burguesía tiene la intención de saquear Cataluña para mantener la tasa de ganancia de sus inversiones, solo la lucha resuelta de la clase obrera, con apoyo de los sectores en vías de proletarización, podría ofrecer resistencia suficiente a sus planes. De otro modo, la extorsión financiera conseguirá echar por tierra la resistencia de la pequeña burguesía. Así se debe interpretar el discurso de Puigdemont proclamando la independencia y posponiéndola después, para proponer el diálogo con las fuerzas sociales en sintonía con Ada Colau y con los consejos de los dirigentes de Podemos. Sería un error, en cambio, que esa actitud fuera considerada el preámbulo para someterse a los dictados del gran capital financiero y su estrategia destructiva de la sociedad contemporánea.
II
El síndrome del hombre maltratador tiene la misma estructura psicológica que la pasión del inquisidor en su amor abstracto por la víctima que tortura. El policía que golpea a la multitud indefensa lo hace por el bien de todos, para que las masas aprendan a comportarse según mandan las leyes y se haga posible la convivencia. También esos españoles aman a Cataluña y a los catalanes, cuando buscan su bienestar obligándoles a permanecer dentro del Estado español contra su voluntad. Esa misma actitud tiene el tutor o la tutora paternalista con su pupilo o pupila, haciéndole permanecer en la infantilidad por la fuerza, impidiéndole el uso reflexivo de su razón. Es una forma preilustrada de ser humano y no sabemos si alguna vez la humanidad será suficientemente madura para superar esa fase infantil de su desarrollo. De momento, no hay más remedio que convivir con ella: es el componente más subjetivo e íntimo de la estructura social clasista y machista al mismo tiempo.
Por tanto, hay dos formas opuestas de realizar esa convivencia, bien reforzando las formas jerárquicas de las relaciones sociales, bien intentando combatirlas, buscando el modo de hacerlas desaparecer. En esta última actitud existe la convicción de que la diferenciación entre víctimas y verdugos que se produce en las sociedades clasistas no es un rasgo esencial de la naturaleza humana, sino una forma transitoria de la vida social.
Cualquier persona sensata y bien informada puede reconocer esas formas perversas de comportamiento en la política del gobierno conservador hacia Cataluña, y en los millones de españoles que aplauden sus decisiones y votan su permanencia en el poder. La agresión contra los catalanes y su gobierno, disfrazada de legalidad constitucional, se hace en nombre del contrato indisoluble del Estado español con los pueblos peninsulares. Pero el divorcio es evidente y el contrato solo puede mantenerse por la violencia, frente a un pueblo que ha dado un ejemplo admirable de desobediencia civil y resistencia pacífica.
Y para demostrar que es un acto de amor, un poco rudo por cierto, cientos de miles de españoles provenientes del resto del Estado ocuparon Barcelona para demostrar que no iban a permitir la autodeterminación catalana. Afortunadamente no estamos todavía en tiempos de guerra civil, aunque ese recuerdo empieza a despertarse y se escucha cada vez más por calles y plazas despertando recuerdos pavorosos. El conflicto solo acaba de empezar y de momento podemos observar un incremento constante de intensidad: si los catalanes persisten en su actitud, veremos los tanques ocupar las calles.