Estamos viviendo tiempos de la real política y el sistema financiero mundial se afianza sobre Estados y países pequeños que buscan beneficiarse de pequeños créditos para avalar sus inversiones, José Luis Zapatero, cuando ejercía su poder en España como jefe de gobierno entendió esta historia y, a través de un grupo de empresas logro permeabilizar la banca española e instaló oficinas en ciudades claves y, en República Dominicana. Haciendo más estable la monarquía y vida social de los príncipes. Este parquet bursátil español se extendió hasta La Habana- Cuba- donde vienen trabajando con los franceses. Siendo un gran descaro para Latinoamérica.
Los banqueros, supieron engañar a los presidentes locales y aparecieron de repente las burbujas inmobiliarias que han perjudicado a los trabajadores en todos los sentidos, quienes deben cancelar sus respectivos impuestos al ayuntamiento, cuyas oficinas contemplan un conjunto de proyectos sin cumplir y cuyos créditos, ya tienen sus partidas agotadas
Una de las hipótesis que circulaba bastante el año pasado era que la crisis crediticia tiene sus fundamentos más profundos en un incremento de la desigualdad de rentas. Más allá de que toda la literatura empírica encuentra una correlación entre crecimientos de la desigualdad y crisis económicas (tanto un crecimiento de la desigualdad de ingresos antes como una mayor desigualdad después de estas crisis), habría que encontrar si realmente hay algo más que una correlación sino una causalidad. Podría ocurrir, que lo que comienza una crisis crediticia también inicia un incremento en la desigualdad de ingresos, por cambios en el paradigma empresarial y en estrategias de inversión puede venir acompañado también con cambios en las regulaciones bancarias y liberalizaciones que permitan que haya movimientos especulativos que generen burbujas crediticias. Si esto fuera así, la desigualdad no causaría la crisis crediticia, sino que ambos son fenómenos paralelos producidos por un cambio de paradigma ideológico y empresarial que logra imponerse.
Y esto, es lo que debe investigarse en Venezuela. Los argumentos, sobran. Habría que ver las motivaciones macroeconómicas. Hay que ver, cuanto dinero se meten los bancos bajo las alfombras y sus propuestas ante el gobierno, porque jamás. En el caso Venezuela, podríamos hablar de crisis o guerra económica, lo que existe, es una carencia de valores y la desconfianza ante una realidad, como lo es la deuda pública y privada. Aunque, hay fenómenos, como la de inyectar euros o dólares al sistema financiero para buscar alternativas de financiación al flujo agroalimentario internacional, pero, se debe observar los costes de una forma justa y moral.
Muchas economías latinoamericanas enfrentan devaluaciones de sus propias monedas por motivos distintos. El precio del bolívar venezolano en el mercado negro cayó en cerca de 70% recientemente. según la agencia Reuters.
Pero algunas de estas devaluaciones frente al dólar serían todavía más pronunciadas si la moneda estadounidense no estuviese pasando por un momento de debilidad. La caída del dólar se sentirá evidentemente con más fuerza en los países que más comercian con Estados Unidos, como es el caso de México.
Esto podría representar malas noticias para sectores como el automotriz, que ya se ve amenazado por las medidas proteccionistas que Trump dice querer implantar contra los productos mexicanos.
También cae el valor en moneda local de las remesas que los inmigrantes envían a sus familias desde Estados Unidos.
No hay duda que el dólar estadounidense ha sido castigado por la incertidumbre en la Casa Blanca y el Congreso.
Una situación que se repetiría en naciones centroamericanas como Guatemala y Honduras, también fuertemente dependiente de remesas y exportaciones a Estados Unidos.
En cambio, otras naciones como Ecuador, que usan el dólar como su moneda nacional, podrían beneficiarse de una divisa estadounidense más barata, pues sus exportaciones ganarían en competitividad frente a la de vecinos como Colombia.
La delicada situación del dólar tendría potencialmente un impacto menos fuerte en las exportaciones de otras naciones sudamericanas como Brasil, Argentina y Chile, que han diversificado su comercio a otros países, en especial los de Asia, aunque una parte de ese comercio siga siendo llevado a cabo usando el dólar como la moneda de cambio.
El comercio no sería el único rubro afectado por la variación en el precio del dólar. También lo sería el flujo de recursos financieros. El peso de la deuda externa de muchas naciones latinoamericanas, denominada generalmente en dólares, también puede verse aligerado.
Y la inversión extranjera directa proveniente de Estados Unidos, el principal inversor en la región, perdería capacidad de compra en la región, al volverse más caras en dólares las empresas latinoamericanas de interés para los conglomerados estadounidenses. De modo que hay muchos ganadores y perdedores en la región.
Los mercados creían entonces que Trump avanzaría rápidamente en sus promesas de recortar los impuestos y desmantelar muchas regulaciones ambientales, laborales y de otra índole que afectan a las empresas estadounidenses. Ello, pensaban, dispararía las ganancias de las compañías y propiciaría una mayor inversión.
Pero a más de seis meses de comenzado su mandato, el gobierno de Trump ha visto su agenda legislativa hecha trizas en el Congreso. Y muchos observadores, incluso de su propio partido, no vacilan en calificar la conducta del presidente de errática. De la cuenta presidencial de Twitter salen amenazas de guerra nuclear contra Corea del Norte y de guerra comercial contra México, China y otros grandes socios.
Estados Unidos está siendo víctima de lo que los analistas denominan riesgo político. El gobierno no consigue infundir toda la confianza que necesitan los inversores. Y con el dinero empezando a apuntar hacia otro lado, cae la demanda por los dólares y decrece su valor frente al de otras monedas.
Pero la debilidad del dólar no necesariamente es una noticia del todo mala para el gobierno de Donald Trump.
El magnate ha dicho que no le molesta tanto que el dólar haya caído, y en algunos aspectos, esta muestra de debilidad puede tornarse políticamente ventajosa para el ocupante de la Casa Blanca.
Al menos en el corto plazo, puede ayudarlo a cumplir su promesa de fortalecer el empleo industrial en Estados Unidos. Al caer el precio del dólar, las exportaciones de Estados Unidos se hacen más competitivas.
Sin embargo, tener un dólar débil trae otras complicaciones. Estados Unidos es un país muy globalizado, que importa muchísimos bienes y productos de otras naciones. Incluso el mismo avión Boeing del ejemplo anterior probablemente tiene muchos componentes importados. Y al volverse débil la moneda estadounidense, cuesta más dólares comprar el mismo producto extranjero. Esto tiene una consecuencia seria: inflación. Una aerolínea alemana, por ejemplo, tiene que gastar menos euros para comprar el mismo avión Boeing fabricado en Estados Unidos, por lo que presumiblemente se vería más inclinada a comprar ese avión, dándole más empleo a la fábrica estadounidense.
Es un problema que por ahora no se nota mucho. Al fin y al cabo, en la década que ha pasado desde la crisis financiera mundial de 2008, la economía estaba tan deprimida que la preocupación era la contraria: que los precios de los productos cayeran porque nadie los estaba comprando.
Eso está cambiando. Estados Unidos está cerca del llamado "pleno empleo".
En esta situación, el banco central estadounidense, la Reserva Federal, podría decidir elevar nuevamente las tasas de interés, como lo ha hecho ya en dos oportunidades en este año.