El mártir y el asesino

Salvador Allende fue un hombre que luchó toda la vida. Su profundo ideal socialista lo llevó a superar grandes retos y a triunfar. Ganó elecciones presidenciales después de haber perdido en varias oportunidades y subió al gobierno después de conjurar, políticamente, la conspiración imperialista para no dejarlo acceder al poder.

Pinochet, fue un taimado ambicioso que, escondido en el uniforme militar y ocultando su veneno tras lentes oscuros, asomó sus fauces podridas cuando la mala historia le dio la oportunidad de asaltar el poder traicionando la confianza que el propio Presidente le había dado.

Allende buscó al pueblo a la luz del claro día y expuso al viento sus ideas hasta lograr mayoría. Pinochet fraguó su crimen a escondidas y se alió a la muerte para ser dictador. ¿A quién recordará la humanidad con amor y admiración?

Cuando Allende fue proclamado Presidente constitucional por el Congreso, las calles de Chile se llenaron del jolgorio de una fiesta democrática sin precedentes. Cuando los militares traidores dirigidos por Pinochet usurparon la soberanía popular con sus vergonzantes armas, las calles de Chile fueron un baño de sangre inocente y el luto poseyó a aquel desdichado país.

Allende murió asesinado mientras defendía la Constitución, la democracia y al pueblo chileno. Sus seguidores fuero en masacrados, torturados, exiliados. Su familia humillada y perseguida.

Pinochet murió de muerte natural en medio de la mayor impunidad. Sus seguidores pudieron manifestarse libremente y hasta se dieron el tupé de agredir –como buenos fascistas- a los descendientes de las víctimas de la dictadura. Qué ironía. La familia del asesino, pudo cumplir tranquilamente sus ritos fúnebres; lo que a los Allende les fue negado por casi veinte años.

A su familia, el Compañero Presidente Salvador Allende les heredó un ejemplo honroso y el recuerdo del padre amable y abnegado. Pinochet en cambio, les dejó a los suyos la vergüenza de pertenecer a una estirpe criminal y unos treinta millones de dólares en cuentas bancarias en los Estados Unidos. Porque todo megalómano fascista en esencia un corrupto.

¿A cuál de ellos le diremos a nuestros hijos que sigan como ejemplo?

En tiempos de Allende, nunca se aplicó en Chile la pena de muerte aún existiendo en la Constitución. Pinochet mandó a asesinar en masa, organizó la Caravana de la Muerte con saldo de más de setenta asesinatos selectivos y montó, bajo órdenes de Kissinger y coordinados por la CIA, la conspiración transnacional contra los derechos humanos más insólita del planeta: la Operación Cóndor, en cuyo marco, mataron al general Carlos Prats, al Canciller Orlando Letelier y a cientos de dirigentes de izquierda en todo el Cono Sur.

Allende vivió –y por eso lo asesinaron los cipayos del imperialismo- para reivindicar la clase trabajadora. En su gobierno la distribución de la renta favoreció a los más humildes con un 60% del ingreso nacional. Nacionalizó las minas y adelantó una solidaria política en educación y seguridad social. Pinochet sirvió a las oligarquías y al imperialismo, desnacionalizando y privatizando las áreas estratégicas de la economía y también los servicios públicos. El mal llamado milagro chileno es la aplicación brutal del neoliberalismo con sangre y fuego, sin sindicatos ni libertad de opinión, donde hasta el futuro y la sonrisa de la juventud fueron confiscados.

¿A cuál de ellos le harán los pueblos una canción en su corazón?


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Ildefonso Finol

Economista. Militante chavista. Poeta. Escritor. Ex constituyente. Cronista de Maracaibo

 caciquenigale@yahoo.es      @IldefonsoFinol

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