A Fox si es verdad que no se le puede pedir ni peras ni horno, y yo creo que Manuel Rosales resulta ante él todo un genial estadista. Y así como los Manuel Caballero y en general la intelectualidad exquisita venezolana encontraba en Rosales todo un dechado de virtudes civilistas, pues a Fox los Carlos Fuentes y otros virtuosos del lacayismo azteca llegaron considerar a Fox casi una copia del mismísimo Juárez. Pero la pamplina les duró poco y antes de dejar la presidencia, Fox al ser abordado por un periodista, dijo que ya no quería seguir expuesto a expresar más tonterías. “Estoy hablando muchas pendejadas”, y le dio la espalda a los micrófonos, y le quería dar la espalda al mundo entero. Pero no podía hacerlo del todo y ha seguido peor que antes. Con su cara de perrote campanudo y capado se retiró a su rancho para hacer un balance de deudas y ganancias. Fox jamás había leído a Azuela, a Vasconcelos, a Octavio Paz, a nadie. Había nacido en un rancho, hijo de poderosos latifundistas, el segundo de nueve hermanos; sus aficiones de niño fueron los juegos de envite y azar, andar a caballo y vivir como un niño de bien sin tener que preocuparse de sus semejantes. Él confiesa: "Sé del valor de las oportunidades. Crecí en un ejido con los hijos de los campesinos y la única diferencia con mis amigos de la infancia son las oportunidades que yo sí tuve". De muy mala gana, para encargarse de sus inmensos bienes (Grupo Fox, empresas dedicadas a los ramos agrícola, ganadero, agroindustria y fabricación de calzado) se dedicó a estudiar Administración de Empresas en la Universidad Iberoamericana y cursó el Diplomado de Alta Gerencia impartido por profesores de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard en Boston, Massachusetts en los Estados Unidos de Norteamérica. Se relacionó con los magnates del poder norteamericano que imponen presidentes en América Latina, y de inmediato lo metieron a trabajar en la Coca Cola, en la que llegó a ocupar el puesto de presidente de la compañía para México y América Latina. La última gran barbaridad que expresó el lunes 29 de enero del 2007 en Los Ángeles fue decir ante el mundo que el Premio Nóbel Colombiano Mario Vargas Llosa estaba en contra de las dictaduras perfectas. Claro, lo aplaudieron.
Al cachorro del imperio le ha seguido ahora Fecal, Felipe Calderón, pequeñito, flojito, casi como un perrito chihuahua, y ya le están dando palo. Se dio un tropezón bien duro en Davos, se puso a censurar a Argentina, Bolivia y Venezuela, y Chávez lo puso en su lugar llamándolo ''caballerito'', ''Señor presidente de México, si usted quiere que lo respeten, respete''. Vaya Dios, cómo ha andado chillando y dando explicaciones el chihuahuita. Un presidente fraudulento, sin altura moral ni capacidad política, entrando de manera frívola en el terreno de la política internacional. Pobre México, cada vez más cerca del imperio y cada vez más lejos de Dios.
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