El modelo de Estado-nación tradicional está en franca decadencia, porque aquellos atributos políticos con los que se adornaba, tales como la soberanía, en algunos países son tan tibios que han quedado reservados para puertas adentro. Obligadamente se tiene que participar en el juego geopolítico internacional de las estrategias dominantes, lo que supone acatar las disposiciones foráneas sin rechistar o correr el riesgo del aislamiento. Este cambio de tendencia viene a responder a los intereses del capitalismo, que ha superado los límites nacionales del modelo burgués para hacerse global y, en la globalidad, el localismo autónomo apenas tiene espacio vital.
Frecuentemente, la política aspira a ganar cierta autonomía frente a la fuerza del capitalismo dominante, pero solamente se trata de declaraciones de intenciones para atraer votantes. Si en política se puede decir que muchas cosas se reconducen a practicar la verborrea de circunstancias para asegurarse a largo plazo un puesto personal en las instituciones, la economía viene a poner orden en la retórica y en la demagogia sacando a la luz la realidad. De manera que quien carece de potencial económico no le queda otra opción que acatar la soberanía de quien lo tiene.
Socialmente, cuando los ciudadanos asumen los mandatos importados del consumismo y siguen miméticamente culturas ajenas, aunque de cuando en cuando aireen sus usos y costumbres para hacer gala de idiosincrasia, todo apunta a que han perdido cierta identidad como integrantes de un país. Lo que de este lado viene a reforzar el escaso valor de la política frente a las realidades que oferta el mercado, y resulta que quien lo maneja es el que realmente impone formas de vida.
Por tanto, la realidad política y social es muy difícil que escape de lo que exige el mercado, totalmente dominado por el empresariado que sigue fielmente la doctrina capitalista, con lo que hay que empezar a prescindir de la parafernalia política habitual y del tono rimbombante, simplemente instrumentado para guardar distancias entre la ciudadanía y los gobernantes. En el plano institucional, el imperio, ese conglomerado de instituciones económicas, políticas, militares y sociales de carácter internacional encargadas de regular la existencia colectiva a nivel global y movidas por la ideología capitalista, coordinadas por el Estado-hegemónico de zona, exporta la doctrina a seguir por los distintos Estados nacionales de segunda y tercera categoría.
Al igual que sucede con otros de categoría inferior, resulta que este país, que ha acogido como forma de Estado la monarquía parlamentaria, en el que conviven una pluralidad de reinos de taifas, unido a Europa para no quedar totalmente descolgado del juego de intereses que se cuecen en el mundo capitalista, afectado por su inclusión en los límites del imperio occidental, solo conserva la soberanía estatal para con sus ciudadanos. En lo que afecta a la verdadera soberanía exterior, más allá de las palabras bien-sonantes para animar a los votantes, el asunto queda en un Estado identificado geográficamente, que se somete a los mandatos del Estado-hegemónico superior sin rechistar.
Se llega a esta situación por lo que hoy es la clave del funcionamiento del sistema, es decir, el deplorable estado económico del país, del que en este caso poco se podría decir. Lo de dentro, centrado en el sol como flotador y los servicios baratos, vendía algo; en el plano exterior, salvo que se acuda al eufemismo comercial para salvar el tipo, la cosa no pasa de cuatro baratijas de mercadillo. Sus multinacionales de bandera pintan bien poco en el concierto de las nuevas tecnologías, que tanto cuentan en el panorama mundial, desplazadas por las abanderadas del imperio que, usando de la innovación y el ingenio capitalista, vienen a extraer las escasas riquezas naturalezas que quedan por estas latitudes, como antes lo hacían, en aquel caso usando la fuerza, los viejos imperios en los territorios colonizados.
En cuanto al soporte de la sociedad autóctona, parece evidente que ha perdido el rumbo, víctima del consumismo de actualidad, por lo que se ha entregado a la dirección que le marcan las empresas americanas del espectáculo y los servicios, siguiendo fielmente sus directrices mercantiles y entregándose a una existencia prestada, a cobijo de lo que facturan esas grandes multinacionales.
A primera vista, incluso dejando a un lado la política, pudiera resultar que este país soberano se ha quedado en las formas, porque ha perdido el soporte de la soberanía actual, o sea, el protagonismo económico de los nuevos tiempos, lo que le ha llevado a ser colonizado por el dinero foráneo, la inteligencia exterior y está obligado a seguir al ritmo que se le marca.
Si se habla de imperios, habría que renovar el pasado y hacerlo también con las colonias, y este parece ser el lugar que le toca ocupar a este país, pese a los juegos de luces y de palabras grandilocuentes. Basta con que se reconozca la influencia directa y la superioridad cultural made in USA, a la que socialmente se trata de imitar, su doctrina política, a la que sigue fielmente, y su fuerza de convicción, basada en el dinero y la calidad de su arsenal armamentístico, para que haya que plegarse a su voluntad e intereses, a cambio de sentirse iluminado en la trayectoria a seguir y encontrarse cumplidamente protegido. Si se enfoca hacia la sucursal europea del imperio USA, hay que mostrarse obediente en sus determinaciones e igualmente cumplir sus mandatos con fidelidad, en virtud de esos vagones de dinero bajo condición que entran continuamente para aliviar la penuria, así como el derecho a portar la garantía que concede el uso de la marca UE. Mirando hacia ambos lados. buscando protección, guía y consejo, además de imposición, hablar de soberanía parece una leyenda de otro tiempo, que hoy no se corresponde con lo que se observa, por lo que parece más acertado hacerlo de colonia euroamericana, sin el menor sentido peyorativo, simplemente en tono realista.