El inicio de la era post-pandémica y los escenarios mundiales para el 2021

El año 2020 no llegará a su fin la noche vieja del 31 de diciembre, ni se solventará con el simple cambio de calendario. Aún con vacuna, 2021 continuará como el año de la pandemia y comenzará a edificar los mínimos cimientos de la era post-pandémica.

El mundo que se perfila para el 2021 será uno regido por la fragmentación y la irrestricta incertidumbre. Y la reconfiguración del mismo será sobre la base de la resiliencia de las sociedades. Sin esa capacidad, será imposible que los seres humanos construyan relaciones sociales en la virtualidad, en medio del distanciamiento físico y en la ruptura de la cohesión social. A este mundo fragmentado se suma la polarización sectaria y preñada de intereses creados, así como las crisis de confianza y legitimidad que pesa sobre las estructuras de poder, dominación y riqueza.

El mundo del 2021 no será el de la pregonada y retórica "nueva normalidad". Sí un mundo muy diferente al acostumbrado, y más porque lo ocurrido a lo largo del 2020 no es un efímero episodio, sino un cambio de ciclo histórico (https://bit.ly/3fULDsl) que adquiere forma con la crisis sistémica y ecosocietal anudada en la pandemia (https://bit.ly/3l9rJfX).

La movilidad física será limitada, y no solo por el virus, sino por la expansión de un Estado sanitizante regido por la bioseguridad y la biovigilancia. El higienismo salpicado de simulación se extenderá en las relaciones sociales y éstas se sujetarán al recelo y la desconfianza en las interacciones cara a cara. La biopolítica no solo continuará con su discurso del miedo, sino que continuará adoptando nuevas significaciones (https://bit.ly/35KfaRU).

Quizá el 2021 continuará como un año en el cual será más amplio el margen de lo que desconocemos respecto a la enfermedad del Covid-19 que lo que en realidad logramos conocer desde noviembre de 2019. Y si lo que hace falta es conocimiento sobre los fenómenos, entonces la proclividad al miedo es latente. Pero si el miedo se conjuga con incertidumbre, angustia y rumores, entonces el grado de vulnerabilidad humana aumenta, y en ese sentido el 2020 no quedará atrás con el cambio de calendario. Las respuestas que se puedan brindar –durante los siguientes doce meses– a las grandes preguntas sobre la pandemia serán aproximadas, dinámicas, efímeras, cambiantes y sujetas a distintas posturas sobre el tema en cuestión. Provengan del sentido común, de la sabiduría popular o de la mima ciencia, las respuestas se regirán por su lógica contradictoria. Si los gobiernos son los principales generadores de mentiras (fake news) y echan mano del maquillaje o del ocultamiento de datos, los intereses creados continuarán imponiéndose y se abonará a la misma tergiversación semántica. La desinformación fue el signo del 2020 y ésta no cesará durante el nuevo año, sino que se engarzará con la polarización política sembrada en las sociedades.

En principio, el SARS-CoV-2 llegó para quedarse como patógeno lesivo al organismo humano. Y con ello, también se agravaron las patologías mentales. Especialmente la angustia, el duelo, la ansiedad y la depresión se exacerbaron con la incertidumbre y la vulnerabilidad humana amplificadas con el desempleo y el consustancial precipicio de la pobreza, el confinamiento, los ataques de pánico ante la desinformación, la desconfianza y el rechazo, el aislamiento social y afectivo, la soledad, las frustraciones, el enojo, el hartazgo social, y la pérdida de los seres queridos sin despedirse de ellos. Se trata de las implicaciones y consecuencias psicológicas de la pandemia; esas que suelen obviarse por invisibles y estigmatizadas. A la par de ello, las tensiones familiares y sociales se incrementarán, y las co-morbilidades entre el Covid-19 y los padecimientos mentales, emocionales y conductuales derivados de la pandemia, también harán acto de presencia conforme se posterguen los confinamientos y se rompan los lazos de cohesión social y de interacción cara a cara.

La pandemia no es solo un problema de salud pública. El Covid-19, con todo y su gravedad y dolor, desborda con mucho este ámbito estrictamente sanitario. El año 2021 dejará sentir el peso implacable de esas secuelas relacionadas con la crisis sistémica y ecosocietal, y el mismo Covid-19 continuará utilizándose como arma estratégica en las luchas entre las élites plutocráticas y entre las potencias hegemónicas.

El multilateralismo continuará brillando por su ausencia y la misma Organización de las Naciones Unidas (ONU) no será capaz de conciliar a los múltiples nacionalismos y neoislacionismos, ni de convocar a consensos. Entonces las soluciones a los problemas globales estarán circunscritas a la cortedad de miras y a las urgencias locales/nacionales. Privará la pugna geopolítica y las disputas por la hegemonía en el sistema mundial, y la misma lucha entre las élites plutocráticas de los Estados Unidos no cesarán (https://bit.ly/36GXQO3), sino que inundarán al país con las caudalosas aguas de la guerra civil. La ideología neoconservadora del trumpismo persistirá aún sin Donald J. Trump en el poder porque los 74 millones de estadounidenses que votaron por este proyecto son fruto de la división, la exclusión social, el sectarismo y el descontento sembrados desde hace décadas.

La llegada al poder de Joseph Robinette Biden Jr. significará el retorno de las posturas expansionistas y belicistas de los Estados Unidos y la reactivación de las confrontaciones geopolíticas y geoeconómicas con China y Rusia. Biden representa la preservación de los intereses –aparentemente amenazados por Trump– del Deep State, del Pentágono y de su economía de guerra. Es de dudarse que el colapso económico, político y civilizatorio experimentado por los Estados Unidos sea revertido con el ascenso del demócrata a la Presidencia; particularmente porque Biden es un político conservador representante del viejo establishment militar/financiero/tecnocrático/comunicacional de Washington.

En materia de política exterior, la prioridad de Biden será restablecer las relaciones con los viejos aliados de la Unión Europea. Este bloque regional, a su vez, enfrentará de manera frontal los retos impuestos por la salida de Gran Bretaña (Brexit). Esto último –pese a los acuerdos tersos alcanzados–, junto con la pandemia y la crisis económico/financiera, serán los principales retos del continente europeo a lo largo del 2021.

China, por su parte, será una de las pocas naciones que logrará expandir el crecimiento de su economía nacional a lo largo del 2021; en tanto que América Latina incursionará en una nueva década perdida (http://bit.ly/3osqc6h) en medio de la crisis sanitaria, el colapso económico y las pugnas políticas.

Si algo volcó la pandemia como bofetada en la cara de la humanidad fue la fragilidad de las estructuras sociales y de las formas de organización en las cuales interactuamos. Quedaron al descubierto la fragilidad de los falsos equilibrios, así como la creciente vulnerabilidad de individuos y familias. De ahí que 2021 y los años que transcurrirán en el mediano plazo serán escenarios de epidemias y crisis recurrentes que incrementarán las contradicciones de las sociedades contemporáneas. El mismo colapso civilizatorio que entraña la pandemia (https://bit.ly/3mY2sXo), cuestiona la relación sociedad/naturaleza/proceso económico y a la misma idea etnocéntrica de progreso que le subyace. Estará por verse si esta lógica contradictoria reactivará el descontento social, pese al desencanto soterrado y confinado.

Las desigualdades extremas globales que a lo largo del 2020 se aceleraron, serán exacerbadas durante el 2021, sin visos de que las instituciones estatales las atraigan a sus agendas públicas para atenderlas y construir posibles soluciones desde las políticas públicas. Particularmente, el acceso a los sistemas sanitarios y a la vacuna anti Covid-19 se presenta como uno de los principales desafíos en medio de la creciente exclusión experimentada por los ciudadanos en múltiples países.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) proyecta que 130 millones de seres humanos ingresarán a una situación de hambre en el mundo. La cifra puede resultar conservadora si se toma en cuenta que –según altos funcionarios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)– alrededor de 1 600 millones de trabajadores conformarán las filas del hiperdesempleo. De los 3 300 millones de trabajadores que integran la población económicamente activa, uno de cada dos caerá en las garras del desempleo al cerrar el 2020. Solo entrado el 2021 se dejarán sentir de manera implacable las consecuencias de ello.

La llamada "generación confinada", conformada por aquellos jóvenes de entre 15 y 24 años y sometidos a las cuarentenas a lo largo de 2020, será la más afectada por las secuelas de las crisis económicas por al menos la siguiente década. Tanto el látigo del desempleo como la exclusión en los sistemas educativos y la segregación tecnológica, postrará las ilusiones y proyectos de estos jóvenes.

Es muy probable que los efectos de los confinamientos globales sobre la economía mundial se extiendan hasta el 2025. Si la contracción económica ronda tasas cercanas al 10% para el 2020, los signos de la recuperación serán lentos e intermitentes. Las empresas tenderán a flexibilizar y diversificar sus cadenas de suministro para reducir la dependencia respecto a un único proveedor. Las cadenas globales logísticas demostraron su fragilidad y su dependencia respecto a China, y ello supone riesgos que trataran de contenerse.

La pandemia no diezmó al modo de producción capitalista, pero sí hizo aflorar sus contradicciones y desigualdades con mayor contundencia. El capitalismo ya enfrentaba desde hace varias décadas varias insuficiencias estructurales y padecimientos; con la pandemia se erigió un discurso legitimador de dichas contradicciones. La supuesta fortaleza y estabilidad del capitalismo fueron dinamitados en pocas semanas y meses, al extremo de que se vociferó la intervención del sector público para su rescate. Esas contradicciones se recrudecerán a lo largo del 2021 y el endeudamiento de los Estados será exponencial.

Las crisis económico/financieras serán recurrentes y las sociedades nacionales cada vez tendrán menos capacidades para hacerles frente. En el corto y mediano plazo las empresas privadas (particularmente los grandes fondos de inversión) presionarán –bajo la excusa de no quebrar o no perder empleos– para que los gobiernos encaucen a ellas cuantiosos paquetes de rescate, en lugar de ser éstos los que emprendan ambiciosos proyectos de inversión pública para reactivar el proceso económico.

En esa misma lógica de privatización de las ganancias y socialización de las pérdidas, continuará la pugna geopolítica por las vacunas. Los Estados abandonaron toda posibilidad de invertir en la investigación, desarrollo, experimentación (pruebas), certificación, producción y distribución de las vacunas. Seducidos por el mantra del mercado, dejaron en manos de empresas privadas todo el proceso, tras inyectar cuantiosos recursos públicos y asegurarle contratos multimillonarios al Big Pharma. En una jugada maestra, la investigación básica y aplicada orientada a la vacuna fue subvencionada con presupuestos públicos, lo mismo la compra de estos biológicos. El laboratorio privado de Moderna recibió fondos públicos por 2 500 millones de dólares; mil millones de estos sufragaron su proceso de investigación. El laboratorio de AstraZeneca recibió alrededor de 2 mil millones de dólares por parte de los gobiernos de la Unión Europea y de los Estados Unidos; en tanto que Pfizer recibió una donación de 455 millones de dólares y más de 6 000 millones de dólares en compras anticipadas por parte de estos mismos gobiernos. La soberanía científica y tecnológica con todo ello fue subsumida y dinamitada.

Las vacunas y la especulación con la enfermedad y los bienes públicos relacionados con los servicios sanitarios (diagnósticos, pruebas, camas de hospital, respiradores artificiales), hicieron de la pandemia un ejercicio de acumulación por desposesión y despojo, cuyo signo principal fue la privatización y la bursatilización. Estas prácticas no cesarán con el nuevo año, y menos cuando se divisa en el horizonte que países y amplios contingentes de la población serán excluidos de los beneficios farmacéuticos. El telón de fondo lo serán las pugnas geopolíticas y geoeconómicas, y éstas se desbordarán a lo largo del 2021.

El teletrabajo llegó para quedarse. Asunto que no podría celebrarse porque se acompañará de una mayor flexibilización y precarización de las condiciones laborales. Y ello será parte del avasallamiento sobre la clase trabajadora que se ensaya desde hace meses y que no cesará.

¿El 2021 será distinto a la enfermedad, muerte, desempleo, hambre, incertidumbre y angustia que caracterizaron al 2020? Nada nos asegura que así sea. Solo la información fidedigna y la formación de culturas ciudadanas podrán atemperar los efectos negativos de estas tendencias, en aras de afianzar movilizaciones colectivas que contengan el consenso pandémico.



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 isaacep@comunidad.unam.mx      @isaacepunam

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