Superelite del poder

Se suele hablar de elite como esa minoría que gobierna a las masas o esa otra que destaca como los mejores en una actividad. Lo de los mejores ha quedado reducido a mera publicidad comercial o a propaganda para seguir manteniendo el negocio respectivo y alimentar el ego de los interesados. Solo resulta de interés la que se refiere a los gobernantes o, para ser exactos, lo que se entiende como la voluntad de mandar, de unos pocos, y la obligación de obedecer, que corresponde a los demás. En el ámbito de actuación en el que se mueven los primeros, la carga de propaganda es desmesurada, para contar sus supuestas virtudes y tratar de enlazar con los mejores, y así justificar ante los creyentes su autoridad, como atributo privilegiado que acompaña a la elite, a quien nunca se exige auténtica responsabilidad por parte de las masas.

Por ahí ronda una pregunta en el aire sobre quiénes son los que realmente mandan, puesto que las cabezas visibles —económicas y políticas—no parecen tener la capacidad suficiente para manejar el sistema. Si se parte de una premisa fundamental, que la base del poder actualmente reside en el dinero, el asunto está meridianamente claro, el que tiene el dinero tiene el poder. Como en casi todo, el problema resulta ser que se impone la apariencia, lo que induce a llevar el tema por senderos erráticos. La vieja historia de un grupo directivo o esa elite superior no es nueva, aunque difícilmente ha venido saliendo a la luz, salvo en aquellos panfletos ocasionales —Los Protocolos—, que pretendían dejar claro que los dueños del dinero son los que manejan el mundo. Ya en plan más serio se hablaba de la necesidad de una minoría con capacidad para conducir a la manada de borregos, también llamadas masas —a decir de Le Bon o de Ortega—, se trataba de la elite —los selectos surgidos para la ocasión, a los que dedicaron su ingenio, entre otros, Pareto, Mosca o Michel—. La cosa está en que el poder exige una masa servil y una minoría dirigente, que hace mucho tiempo dejó de ser política, para pasar a ser de naturaleza económica. La paradoja que encierra esta situación, que se ha ampliado a nivel global, es que a medida que las sociedades avanzan en derechos, libertades y nivel de consumismo —las llamadas sociedades ricas—, mayor poder adquiere la superelite económica para dirigir sus vidas; mientras que en las sociedades que no son tenidas por ricas, todavía se puede disponer de otros valores que no son el consumismo, el mercado y el dinero,

Sería conveniente empezar a hablar con claridad, más allá de pamplinas políticas y comerciales al uso, para centrarse en lo nuclear, es decir, en quién maneja el negocio, y concluir de inmediato que se trata del dinero, porque implica poder. Y ese poder reside en unos pocos, unidos por vínculos comunes. Pero la intelectualidad asalariada del sistema invita a las gentes a irse por las ramas y quedarse en cosas como la ciencia, la tecnología, el mercado y el bien-vivir para seguir tirando. Dado el poder alcanzado por el capitalismo a nivel global y la existencia de numerosas elites locales, cabe hablar de esa minoría rectora superior, en términos de superelite del poder, encargada de coordinar y poner orden en las actuaciones económicas y políticas.

Como ha quedado claro quien manda, siguiendo cierto interesado afán de ocultación, la cuestión de la elite real se desvió hacia los más ricos y ahora a las big tech. En lo que hay que estar de acuerdo en el plano formal, pero no en el fondo, puesto que se exige una inteligencia capitalista situada a un nivel superior. Esa inteligencia que anima realmente la marcha del capitalismo y permite definirlo como poder dominante, es el resultado de la síntesis de una minoría que concentra casi todo el dinero del mundo y lo utiliza como instrumento de poder. Ya no se trata de hablar de la elite de los ricos o la de los políticos, sino de la elite situada más arriba, es decir, la que ordena en última instancia lo que hay que hacer y lo que no, puesto que dispone del garrote del dinero, para ser utilizado con los discrepantes. La pregunta sería, dónde están o dónde se concentra. La respuesta pudiera ser que no está a la vista de todos, a tal fin ha colocado a los ricos y a los políticos que suenan en los medios. A esos figurantes, solo les queda interpretar el papel, cumpliendo con lo que se les manda, porque para eso cobran su merecido salario. Si la superelite del poder estuviera a la vista para darse a conocer, se situaría en el punto de mira de la disidencia del sistema y, por otro lado, la inteligencia no tendría tiempo para pensar, y esto de gobernar el mundo requiere dosis de reflexión.

Para mandar, unos, y que, los otros, les obedezcan, en una época en la que la fuerza del dinero ha sustituido a la fuerza bruta para dominar a las masas, hay que utilizar dosis de prudencia. La superelite capitalista, en su condición de depositaria de la fuerza del dinero, de la que le viene el poder total para manejar el mundo, precisa de instrumentos de persuasión, al objeto de dirigir a las masas. A tal fin están la doctrina y los medios de comunicación. La doctrina es un conjunto de creencias que se imponen para entretener a los consumidores en el marco de la sociedad de mercado. Mientras que los medios son el instrumento moderno para alimentar esas otras creencias, llamadas verdades oficiales, y de mantener a las gentes en el cercado económico-político dominante. Situada a nivel superior hay otra creencia, también persuasiva, pero no mediática. De la que resulta que, si las masas son esclavas de la superelite, puesto que guía sus vidas de manera más o menos hábil, aquella otra creencia esclaviza a la propia superelite, al estar obligada a seguir a un dios superior llamado el capital, cuya autoridad debe acatar, dada su condición de oficiante del culto capitalista.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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