Una libertad sujeta a condición

En la sociedad de mercado global, como modelos de progreso social y de otras mejoras existenciales, hay significativos ejemplos en el mundo actual para dar una ligera idea de la cuestión, pero, a tal fin, basta con citar solamente uno. Este sería el caso de la llamada Unión Europea, un mosaico de Estados unidos por el interés del dinero, declarada colonia del gran capital y del imperio americano, donde la burocracia emisaria de ambos, junto con otras virtudes publicitarias que la caracterizan, ha venido dando la mayor resonancia posible a los derechos individuales, la democracia del voto y la libertad. Sin embargo, si se rasca un poco la pátina propia de la apariencia dominante, la realidad no suele coincidir con lo que dice la propaganda política. En el caso de los derechos, sin duda se acusa demasiado el peso de una legalidad entregada a apreciaciones de conveniencia de cada momento y, si se habla de democracia, parece ser que la cosa va tirando, al menos, en tanto la ciudadanía no despierte del letargo mercantil —lo que a estas alturas parece improbable— y descubra que está siendo gobernada por los representantes del dinero, con lo que su voto resulta ser un ejercicio inútil.

Con referencia a la libertad, es cierto que, en el entorno geográfico de la susodicha Unión, ha sido blindada por la legislación, y puede sostenerse que prospera lo que se entiende como libertad negativa o libertad política, o sea, el ámbito en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros, a decir de Berlin. En cuanto a su efectividad, queda pendiente, en algunos casos, de que no incomode a la línea ideológica dominante. De garantizarla en términos políticos se ha venido encargando la burocracia, haciendo que el ordenamiento jurídico asegure a las personas poder realizar una determinada actividad legal sin interferencias ni coacciones de otras. Con el Estado de Derecho, si no se aprecian actos de coacción a primera vista, puede decirse que hay libertad externa, pero no sucede así con esa otra, la llamada libertad positiva, que aspira a hacerse real en su condición de auténtica libertad, como la forma de realizarse cada uno sin tutelas. El motivo es que la doctrina trabaja con tesón para que se siga sus mandatos, utilizando medios avanzados, al objeto de que los fieles ciudadanos cumplan lo establecido en el protocolo oficial; con lo que, vista en tales términos, su valor decae, al estar sujeta a condición.

Así pues, se aprecia la existencia de una libertad formal, recogida en el papel, pero ya no tanto esa otra libertad que permite ser dueño de uno mismo sin interferencias externas, porque resulta que la doctrina del capital trabaja activamente, condicionando la existencia de las gentes conforme a su modelo, para que las individualidades no se salgan de los límites marcados, se queden en el mercado, no tengan la ocurrencia de romper con el establishment, pensar por libre u obrar de conformidad con sus convicciones personales. A tal fin, la doctrina se ocupa de forjar tendencias y de formar mentalidades fieles, y en este punto el sistema mediático opera a destajo, señalando a la multitud las verdades, como si de tratara de un catecismo a la vieja usanza, algo modernizado por las nuevas tecnologías de la manipulación. De manera que puede decirse, casi sin margen de error, que la mayoría de la mentalidad colectiva, obedeciendo a los que mandan, piensa lo que debe pensar y se mueve en la línea oficial, siguiendo el mensaje de los gobernantes, en torno a lo que debe ser considerado como bueno o como malo. Para eso están, entre otros medios de manipulación tradicionales, las redes sociales controladas por las grandes empresas del sector, encargadas de que las discrepancias con la doctrina se silencien o pasen a ocupar un lugar discreto, mientras la propaganda computacional hace de las suyas y los robots toman la delantera, marcando a los creyentes la línea de vanguardia oficial u oficializable. El hecho es que, al amparo del instrumental de internet, además de complejos métodos de persuasión y manipulación, se ha desplegado toda una red de espionaje dirigida por la avanzadilla empresarial foránea, que en gran medida ha tomado la delantera tecnológica, seguida por sus respectivos afiliados locales, diseñada para proteger a las gentes del mundo libre frente las nuevas amenazas que traen los tiempos. La otra cara de esa protección es que la tecnología de vanguardia permite a la burocracia vigilar al personal para que no saque los pies del tiesto y, si así sucede, censurarle, amordazarle o echarle a los perros. Todo un sistema elitista en el que las masas, como siempre ha sucedido, están destinadas a obedecer sin rechistar, pese a los adornos con que en este orden se hace acompañar el progreso y, en especial, la democracia al uso. Lo que permite que la libertad individual real se esfume, afectada por el efecto doctrinario, que impide la presencia de la voluntad general.

Convendría dejar claro, que el fundamento de la libertad de verdad reside en la ilustración ciudadana, y esta no es posible si se impone la doctrina y se cierran las puertas a contrastar las verdades oficiales. Esa línea, pero en términos aleccionadores, es la oficialmente dominante, y este parece ser el objetivo del nuevo proyecto relacionado con los servicios digitales, apuntando en la dirección de una mayor protección y transparencia para con los usuarios de internet, probablemente orquestado para una mejor defensa de los intereses comerciales del sector, pero procurando mejoras aparentes para el usuario. De tal manera que el espionaje comercial a base de la toma de datos y algo más siga plenamente vigente, procurando moderarse sobre el papel, de manera que las empresas utilicen un atajo, frente a la emergencia de una libertad que parecería algo más real, pero diseñada para que todo siga igualmente entregado a la labor burocrática. Lo evidente del asunto es que basta con que la libertad, los derechos y lo del voto se utilicen para dar buena imagen —o al menos es lo que se cree—, puesto que con eso es suficiente para entretener al espectador. Sin embargo, la cara oculta del proceso es el posible establecimiento de la censura, no de manera subrepticia, sino de forma oficial, cerrando posibilidades de ilustración a las gentes, en base a la cantinela actual de las fake news, con sus bulos o simples mentiras. Por tanto, etiquetando como mentiras todo aquello que se desvía de las verdades oficiales, queda abierta la puerta a la desilustración y con ello, una vez más, a la ignorancia. Medida a tomar, se dice, en bien de los ciudadanos —debe ser por aquello de cuanto menos se sepa, mucho mejor—, para que sus mentes no se vean contaminadas por esas otras mentiras que rondan, a veces, por internet —e incluso a plena luz—, pese a la encomiable labor de esos aparatos llamados buscadores, oficialmente encargados de silenciar discretamente, ocultando en lo posible, cuanto resulta inconveniente para el sistema, de manera que, aunque se busque el tema, no se encuentra en la web. De ahí, que lo que no esté debidamente fiscalizado por el empresariado fiel de los medios, para que pase el filtro doctrinal, se cierre o se silencie, y se tachen de perversos a esos otros competidores que se mueven en el terreno llamado de la web profunda o deep web.

Probablemente, en interés de esa libertad de papel para todos, es por lo que la burocracia oficial destinada al efecto vigila sin cesar al personal, ya sea utilizando medios físicos o virtuales, contando además con ayuda de la burocracia pseudopública y cualquier colaboración tendente a procurar conocimiento de las infidelidades virtuales al sistema. Se trata de crear ambiente de pecado, cuando no de delito, de toda actividad que no circule de forma ortodoxa, conforme a lo establecido en el nuevo catecismo capitalista, donde al final acaba resultando que todo es pecado, ya sea de puro amor, odio, apología, simple discrepancia, o de cuanto no sea bendecido por la verdad oficial. De esta manera, el espacio para respirar se acorta, ya no basta con vigilar y, en su caso, castigar las acciones u omisiones en la actuación de las personas, hay que imponer una pena a cualquier opinión, incluso pensamiento, que no se muestre en línea con los valores oficializados de la civilización occidental, que giran en torno al dinero, asociado a grupos de interés, y al mercado.

Por lo que refiere a la libertad positiva, las cosas no parece que vayan a ir a mejor con la aparición de nuevas leyes, porque el cercado se estrecha, la ciudadanía es libre solo si cumple con el mercado, los mandatos de la elite temporal y la superelite económica de fondo. El hecho es que la libertad está sujeta a condición —fidelidad ciega a la doctrina—y, en caso de no cumplirla, de una u otra manera desaparece. Esto sucede en espacios donde se presume de las mayores libertades ciudadanas que, por un lado, las dan y, por otro, sibilinamente, y ahora abiertamente, la burocracia pretende quitarlas, al amparo de leyes para la ocasión, que sacan a la luz su cara buena y ocultan la otra a los creyentes. Para empezar a hablar de libertad, bastaría decir a los que mandan, aquello de respetar la vida y las decisiones personales y permitir a cada uno realizarse sin tutelas.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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