Globalización, el negocio imparable

Dadas las dimensiones de la globalización en el plano económico, político y social, basada en la interdependencia de mercados y sociedades a nivel mundial, se ha tratado de entender desde una panorámica histórica, tratando de buscar antecedentes, cuando resulta ser un fenómeno nuevo. Se dice que viene de tiempo atrás, incluso se remonta a la época de las grandes conquistas europeas. Lo que solamente puede servir para adelantar su tendencia expansiva, como vieja pretensión del poder de dominación, pero no para clarificar los términos en los que se desenvuelve. La globalización actual es un producto del capitalismo moderno y de su imperio económico, totalmente ajeno a los imperialismos personales de alcance limitado, dentro de su espíritu de universalidad. Si estos últimos buscaban poder personal y nacional en una perspectiva de explotación política, la globalización, arranca prioritariamente de un componente decididamente económico, que toma como referencia las empresas y el mercado al servicio del capital, con lo que no responde a los típicos planteamientos expansivos, sino a la búsqueda del crecimiento del capital, como fuente del poder, ajeno a identidades y carente de sede de asentamiento.

La modernidad vino a afectar a la forma de producción, desde la división racional del trabajo a la eficiencia, e igualmente al mercado, introduciendo de lleno en él a las masas, y fundamentalmente involucrando al mundo del dinero. Liberando de trabas tradicionales a las gentes, creo nuevas necesidades sociales y dispositivos para atenderlas. En el desarrollo de las primeras, la tecnología pasó a ser la clave de actuación y la asoció al progreso. De las segundas, se ocuparon las empresas para dar salida a la producción. A diferencia de otros modelos de opresión, el moderno fenómeno de la globalización capitalista está previsto para que tenga un largo recorrido, a tal fin se ha institucionalizado; por otro lado, ha tomado presencia activa, con la fuerza natural de las creencias, afectando a todo cuanto existe. De esta manera, en el plano social ha confeccionado una sociedad nueva, fiel a sus consignas; en la gobernanza, una política gendarme, que da pocas opciones para salir del cercado de los respectivos Estados, y, en lo económico, un mundo sin fronteras, para que el gran capital se mueva con absoluta libertad, como único amo y señor. En cuanto al poder del que ha sido dotado por la propia sociedad, al reconocer el modelo, se manifiesta ejerciendo de manera continuada el dominio total desde distintos instrumentos de actuación puestos a su servicio. Sobre las masas, utiliza la doctrina del consumismo como aparato de integración. Sobre la política, el control del Derecho y la democracia. Sobre la economía, el absoluto dominio del mercado. Puede concluirse con que nunca hubo poder de semejante eficacia y de tales dimensiones.

Desde el plano de la dirección del proceso, la globalización no es asunto de mayorías, sino de una minoría que ha llevado las riendas, domina las claves de la producción a gran escala, trabaja con la innovación y pasa a ser imprescindible en el plano del mercado. Mientras solamente unos pocos lo dirigen, los demás aparecen como simples comparsas a la espera de sus resoluciones. La presencia de tal minoría sigue los cauces empresariales. La operativa visible corresponde a las empresas avanzadas que despliegan su fuerza económica, en términos de mayor desarrollo, determinando la condición de Estado-hegemónico a aquel que les sirve de bandera. Tales empresas, que van a la vanguardia del proceso de globalización, antes de consolidarse como nuevo modelo de dominio mundial desde la dirección capitalista, muestran su superioridad vendiendo tecnología en cualquiera de sus sectores. A la par, la tecnología se nutre del conocimiento avanzado, en una carrera por hacerse más competitiva. Pero no solamente se trata, como en los primeros tiempos del capitalismo, de vender la nueva producción industrial y de servicios que harán la vida mejor a las personas, la comercialización de los productos exige extender el mercado. Para eso, se trata de sentar infraestructuras mundiales que permitan hacer rentable la función empresarial en su nueva proyección, involucrando en el proceso tanto al Estado promotor superior como a los inferiores en tecnología. De esta manera, lo sustancial es la difusión de la información y crear cauces de circulación de los flujos de capital sin interferencias locales. Ante la superioridad de los países más desarrollados, manifestada a través de la actividad de sus empresas, los países menores tienen que rendirse ante lo evidente, pero ello implica que las posibilidades de desarrollo independiente se reducen y aparece el nuevo componente de la globalización que es la sumisión ante la superioridad de los países que cuentan con empresas avanzadas en tecnología, de los que se han hecho totalmente dependientes. El siguiente paso ya no es otro que reconocer la necesidad de un nuevo orden mundial sobre las bases del libre comercio, la entrega al mercado y acatar la dirección capitalista. Como objetivo final está la llamada integración en el panorama económico, fundamentalmente de las políticas comerciales, las finanzas, comunicaciones y tecnología.

Conforme a un planteamiento de manual técnico, la globalización ha creado un nuevo entorno económico, basado en la eliminación de obstáculos para la libre circulación de capitales y mercancías. Ha sido posible por el desarrollo de los sistema de comunicación a gran escala, que permiten la interconexión entre países, con vistas al desarrollo económico desde sus fundamentos tecnológicos, comerciales y financieros. Tales avances tienen lugar por exigencias del mercado, y en él han contribuido los intereses del neoliberalismo empresarial, cuyos objetivos son reducir los costes de producción para aumentar beneficios. Económicamente se ha caminado mucho desde aquellas estrategias del fordismo —basado en la división racional del trabajo para obtener una producción a gran escala desde los montajes en serie—, seguido del taylorismo —que buscaba la especialización laboral e instrumentos que permitieran mejorar la eficiencia de la mano de obra—, continuado por el toyotismo —basado en el principio de producir a demanda, reduciendo costes de almacenamiento y completado con trabajadores multifunción—, que hicieron posible cierta reducción de costes en la producción para incrementar la rentabilidad de las ventas. Desde ahí, se ha pasado a unos sistemas de producción y comercialización, basados en la permanente innovación tecnológica, que acaban por definir el tipo de producción en el mundo de la globalización.

Por tanto, más allá del método a seguir, está claro que, en último término, la globalización obedece a un planteamiento de base económica, que trata de hacer negocio como sea; todo lo demás —lo social, la política, lo cultural, la comunicación, la información o la llamada aldea global—son simples adornos. Sustancial ha sido la existencia de un mundo afectado por las diferencias sociales, el que ha abierto las fronteras estatales sin condiciones a las megaempresas, con la promesa de una vida mejor. Sin embargo, la globalización, en general, solo ha servido para sacar provecho de esa superioridad, ofertando igualdad, para el dominio político de unos pocos, mientras las grandes empresas se han dedicado a agrandar el negocio propio, aprovechando las facilidades. Por ejemplo, llevar la producción a cualquier punto del mundo para economizar costes o seccionar en diversas partidas sus componentes con el mismo fin, resultaban una tarea impensable en otro tiempo, pero la globalización lo ha hecho posible. No solamente se han mejorado las técnicas de producción, sino que han surgido nuevos incentivos para hacerlas más rentables, buscando el bajo coste, en virtud de las mayores posibilidades de ubicación de los centros, como viene siendo la deslocalización, utilizada por las empresas tecnológicamente superiores en busca de mano de obra barata, beneficios fiscales, facilidades en la ubicación y otras prebendas para hacer el negocio más jugoso. La producción obtenida a muy bajo coste, luego se trasladará al mercado de los países más desarrollados a precios desproporcionados. Asimismo, por citar otro ejemplo, con el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, ya es posible ubicar en cualquier punto del globo los servicios o la actividad meramente administrativa de las empresas, usando la vía telemática, con lo que el negocio adquiere mayores dimensiones. La cuestión fundamental es que las estrategias que permite la globalización facilitan multiplicar los beneficios empresariales en todos los sectores, no solamente por disponer de un mercado sin límites, sino por dar facilidades a la explotación laboral y política a las multinacionales. No obstante, cuando los explotados despiertan a la nueva realidad y tratan ponerse en línea con el juego capitalista, quedan, entre otras alternativas de producción y de mercado para seguir creciendo, como trasladarse a esos otros países que, pese a los proyectos de desarrollo, han quedado rezagados o utilizar la inflación como arma de mercado.

En todo caso, la globalización es como la piedra filosofal actual que permite la innovación permanente del empresariado para que el negocio continúe. Mientras, los beneficios sociales globales se quedan en proyectos.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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