Aplicando el símil del tenis a este asunto, resulta que los chinos se están dedicando a devolver la pelota vírica a sus contrarios. Dando pruebas de su paciencia tradicional, habían dejado que la parte contraria de la cancha, donde se ventilan los grandes negocios del momento, se dedicara a anotarse puntos sin ningún esfuerzo, porque permitían que la pelota pasara a su terreno, una y otra vez, sin responder, pero como la paciencia tiene un límite ha decidido devolverla al contrario. Conscientes de que la política de los enclaustramientos de la gente y el cerco total a grandes regiones no ha dado los resultados apetecidos y, además, es fuente de impopularidad, y de que debe darse respuesta a lo de tirar esas pelotas que alguien envenena, sin que se sepa, situándose camufladamente al otro lado de la cancha, a la sombra de los jugadores visibles, han optado por jugar ellos también. De manera que, poniendo fin a la práctica seguida y, para perjuicio de la humanidad, ha tomado medidas para que las puntuaciones de los sucesivos juegos no se consigan abusando de la ventaja que supone la pasividad para el contrario. De ahí que la pelota, que resulta estar contaminada por el virus, no deje las consecuencias letales y económicas solamente en su terreno, sino que también se hagan extensivas al terreno contrario.. El problema es quien corre con todos los riesgos de tales jugadas, de uno y otro lado, es siempre el mismo, o sea, el ciudadano común.
Planteado el asunto enfocado en términos deportivos, para resultar algo ilustrativo a nivel de las gentes consumistas de actualidad, en el término de lo que se puede observar a simple vista, resulta que el imperio USA con todas sus colonias, europeas, americanas y de la otra punta del globo, que venia contando, desde el derrumbe de la URSS provocado por el gran capital, con el monopolio del dinero especulativo y, por tanto, del poder en exclusiva, se ha encontrado con obstáculos imprevistos. En un principio supuso que todo estaba controlado por el sistema, y era él quien gozaba del monopolio del dinero, mas luego se apreció que tenía competencia en el negocio. Habían surgido en su cuerpo compacto algo así como dos molestos granos.
Uno menor, que se llama Rusia, ahora entretenida en un guerra de desgaste, mantenida de este lado por el imperio que, lejos de dar la cara abiertamente con en anteriores ocasiones, con el correspondiente coste de personal, ahora se busca una pantalla para que sean otros los que paguen el coste en vidas humanas. La consecuencia de la nueva estrategia es que todo apunta a que el grano ya no lo es tanto y avanza en la dirección de desaparecer, porque el causante de la afección imperial empieza a dejar de ser competidor directo Aunque no lo sea para sus colonias europeas, también implicadas en esa nueva estrategia de dejar constancia de quien quiere mandar en el mundo, porque son las están pagando y pagarán sus consecuencias —dicho sea, sin comer ni beberlo— en las carnes de sus propios ciudadanos. De ahí que ahora suenen las alarmas.
El otro grano, ya más grande, es China. En este caso la cosa es más preocupante, porque el amo del dinero se encuentra ante el capital productivo, ese que no es humo, información privilegiada e influencia, entre otras minucias. Y resulta que no hay manera de pararle, salvo poniendo palos continuamente en la vía por la circula a toda velocidad la locomotora china. Lo de ir frenándola, por ejemplo, aprovechando las consecuencias de esos virus de laboratorio que, al margen de las consabidas mutaciones, supuestamente no se sabe oficialmente quien los propaga, viene muy bien a los intereses del imperio, más todavía cuando se reduce la producción, desgastando la economía china, y se aminoran sus perspectivas de crecimiento. El problema surge ahora, cuando cambia de tercio y se viene a hacer lo que se hace el resto del mundo, ignorando la presencia del virus ante sus pobladores —aunque siga igual de presente que el primer día— contribuyendo como los demás países a dispersar sus efectos. Aunque, como se dice, con ello se cumplan los propósitos de los genios ocultos del dinero de aligerar la población del planeta eliminando a los débiles —técnica usada por los regímenes totalitarios clásicos tan vilipendiables—, para exclusivo goce y disfrute de los que se han declarado a sí mismos privilegiados.
Al final, es posible que agotados los recursos de los jugadores el partido, utilizando otro símil, la cosa acabe en tablas y se restablezca el equilibrio. Se restañarán las heridas y el gran capital seguirá a lo suyo, sacando beneficios de la situación de ruina económica y campando feliz sobre los cadáveres de las víctimas civiles. Sobre ellas, todo acabará apuntando a reconocer el replanteamiento de otro nuevo orden, no solo desde la perspectiva de occidente, sino contando con el poder de oriente.