Tal como se observa desde aquí, la maquinaria del gran negocio, aunque se hable de los males que acechan a la economía, funciona a pleno rendimiento. Con la inflación desbordada, el culto al ocio comercial y demasiado despilfarro, lo que se refiere a la dimensión del mercado sigue generando cuantiosos dividendos para los mercaderes. En cuanto a la gente, en lo que atañe a los ricos, se le engatusa con caramelos, es decir, ostentación y entrega al lujo; a los de medios pelos, con viaductos festivos hacia la desconexión a través de los desplazamientos, para reencontrarse con lugares pintorescos; a los pobres, se les dosifica una limosna propagandística, para que sigan haciendo colas de espera mientras sueñan con una vida mejor. Visto así el panorama, que un día sí y otro también ofrecen los medios publicitarios, todo va bien o lo parece. Sin embargo, no debe ser oro todo lo que reluce, porque, si se mira desde otro prisma, la situación económica no se muestra muy boyante.
Quizá sea este el motivo por el que, en honor de la justicia social, del progreso y para mayor gloria del mercado, que se beneficiará de la media, se hable de que se entreguen 1400 euros por cabeza, probablemente porque el que más o el que menos llega a duras penas a fin de mes. Ante lo que sería una muestra de desprendimiento de los gobernantes, el problema de la concesión de semejante renta universal residiría en determinar quién correría con la factura. Sería un tema complicado lo del pagador de esta medida tan avanzada, aunque ya ensayada en otros lugares, porque aquí, incluso hasta los llamados ricos andan escasos de fondos, al menos a la vista, y habría que mirar hacia fuera, en la dirección del imperio, que es el que corta el bacalao, acaso hacia la sucursal europea, porque el primero no suelta ni cinco, solamente se dedica a vender, mientras que la otra, pudiera decirse, que estaría obligada, porque tiene que tener contento y bien sujeto al conglomerado. En todo caso, el problema que plantea semejante ocurrencia, destinada a crear ciudadanos amantes de la holganza y desmotivados para cualquier ocupación u oficio, se resolvería cuando se topara con la burocracia administrativa y todo quedara en agua de borrajas o se vea beneficiado un reducido grupo de privilegiados. Claro está que, por entonces, ya habrían pasado las elecciones municipales e incluso las otras y se habrían recogido los frutos de la campaña propagandística de turno.
Si el ambiente social rezuma algo así como cierto pesimismo colectivo por la situación económica, en cambio, la política es más optimista, por aquello de que hay que ilusionar a las masas, ya que, en otro caso, habría que cerrar el establecimiento. Unos, hablan del gobierno de la gente, pero ocupándose solo ellos de la tarea de mandar, atendiendo a las demandas de los distintos grupos e interés, dicho sea a cambio de ser debidamente retribuidos por el agobiante peso del uso discrecional, en lo posible, del poder. Otros, invocan la grandeza del país, quizás no la de ahora, sino la de otros tiempos lejanos, cuando efectivamente este fue una gran nación, antes de que pasara a ser una colonia euroamericana afectado por los efectos de la mundialización. En cuanto a estas ofertas electorales, la ciudadanía de título no tiene más remedio que creer en ellas porque no hay otra cosa, eso sí, con plena libertad para elegir, si no fuera por el peso de las redes y la televisión, dispuestas a presentar un mundo virtual de pura propaganda para encauzar preferencias. Evidentemente, mucho más no se puede pedir, en lo que Talmon y otros han llamado democracia totalitaria, salvo contemplar el espectáculo con impotencia.
Conforme a lo que hay en escena, solamente cabe entregarse a la confianza en la labor de los mandantes, es decir, creer en los mensajes de quienes realmente mandan, a la espera de que se alivie la situación con alguna remesa económica foránea o se instalen aquí centros logísticos o especulativos, para que aporten algo más o menos positivo, a cambio de lo que se llevan de esta colonia sus multinacionales. Algo más cercano sería contar con esas remesas habituales de corto recorrido, que se van como el humo, sin resolver la cuestión de fondo. Quedándose con lo que se tiene, la realidad está ahí. En ella solo destaca la especulación imperialista, manifestada por sus empresas de bandera, que viene para captar los ahorros del que los tienen y, por otro lado, a vender cuatro chucherías anticuadas, para estrujar lo que queda en el bolsillo de los demás.
Algo a señalar en el colonialismo vigente es que no todo es explotación y dependencia, como en otro tiempo, en el actual, hay que señalar cierta mejora, porque, a ratos, se dedica a educar y transmitir ilusiones al personal. Para eso utiliza las imágenes de internet entre los cándidos espectadores, a cambio de que generen beneficios para las empresas y para que se luzca algún experto de a pie en ingenuidades visuales. Siguiendo la misma línea, la televisión de por aquí hace lo propio en su terreno, intentando funcionar, aunque luego no funcione, porque casi todo en ella es soporífero y repetitivo, en su mayoría sostenida por el fondo estatal o los que pagan la publicidad. A tal fin, vende noticias prefabricadas de aquí y de allá, sirve programas fiel copia de otros y oferta cine caducado, exportado por empresas del imperio para ilustrar a los espectadores sobre la violencia fílmica, es decir, lo de las armas, los tiros, los puñales, destrozos, peleas, sangre a raudales o sadismo desproporcionado. Todo ello, para que sirva de entretenimiento durante un rato a esas masas entregadas al mercado, contribuyendo a aliviarlas de la pesada carga de una existencia mediocre, que resulta estar totalmente dirigida en la colonia española por intereses mercantiles, políticos y grupales.