Estrechando el cerco

Se puede apreciar sin dificultad que el gran capital no está dispuesto a consentir que la ciudadanía de las sociedades ricas se quede con el dinero que, ya sea como retribución por su trabajo, la inversión, su capacidad especulativa o por eso que se ha llamado fortuna, ha ido acumulando. Cierto que se habla de propiedad privada como derecho, para articular en las constituciones, al objeto de que suenen mejor. Mas en la práctica, la propiedad declina, y toma ventaja la expropiación encubierta, siguiendo distintas vías, todas ellas legales o, al menos, aparentando legalidad, dirigidas a desmontar el ahorro prudente, porque resulta contrario a los intereses del mercado. Lo que quiere decir que, usando de una diversidad de métodos, los dirigentes económicos, con la colaboración de los políticos a su servicio, van estrechando el cerco a ese dinero, fruto del ahorro, que se ha ido quedando en manos de los ciudadanos de a pie.

A todo esto responde, en parte, el montaje actual de la inflación, ya que con ella el gran capital recupera parte del dinero real en circulación, el mercado continúa funcionando y los políticos elevan sus cotas de poder, simplemente mangoneando. El mensaje económico que se ha traslado a las masas con la inflación es que no guarden bajo el colchón sus ahorros, porque solo será más papel, ya que pronto acabará desposeído de todo valor. Sencillamente, la doctrina viene a decir que debe gastarse en el mercado para evitar que esto suceda, porque, tal como se ve, ni en los bancos parece estar seguro, si se decide que algunos deben enfilar la pendiente

No solo contribuye en el proceso el cebo del mercado, que ofrece su atractivo ante los ojos de las gentes, la publicidad de fantasías o el animado mundo virtual, también la política hace su papel. En este último caso, está claro que lo de las izquierdas de nombre, que se han venido promocionando como un producto de progreso social, vienen bien para tales fines, por eso, el capitalismo se muestra complaciente con ellas y las permite que den rienda suelta a sus ocurrencias, de ahí que las sitúe en gobiernos etiquetados como progresistas de pega. Acaso, por aquello de arañar unos votos y conservar vigente un trasnochado principio de justicia social, para justificar su presencia en el escenario, hay que ingeniárselas para sacar la pasta al que la tiene, se dice, que para entregarla a los económicamente desfavorecidos o esa legión de favorecidos por el Estado de Beneficencia. Al objeto de que inmediatamente la retornen al mercado, mientras quedan a la espera de la próxima remesa de dinero bobo.

Flota en el ambiente algo así como un consejo subliminal para que el ciudadano común se entregue resignado al mercado en la medida de las posibilidades, ya sea para adquirir desde simples chucherías de mercadillo al lujo del más alto standing, puesto que tal ocupación requiere menos esfuerzo y, al menos, produce más satisfacción que quedarse sin un chavo sin comerlo ni beberlo. Incluso se dice que hay otras opciones al alcance del ahorrador común para que su dinero no se evapore tan rápido —en el caso del talento y los privilegiados hay alguna más—, aunque acompañado en cada caso de la correspondiente incertidumbre. Se trata de invertirlo de verdad, para que no duerma en los depósitos bancarios o los bonos, sufriendo también los efectos de la inflación que supera a los réditos, por lo que no soluciona nada. Tales opciones están llenas de sobresaltos, este es el caso de las bolsas de valores, en las que solo opera con seguridad el jefe, al que le está permitido subirlas y bajarlas a voluntad para recoger los buenos resultados de su dinero, antes cedido como en precario a los llamados inversores. Lo del ladrillo, como ingente fuente de impuestos a todos los niveles y gastos de mantenimiento continuados, pudiera ser una opción a largo plazo, por el mismo hecho de la inflación, solo en el hipotético caso de que algún día se llegue a materializar la inversión en efectivo metálico; ya que, dedicarlo al alquiler, es un riesgo no asumible. visto el panorama social de los potenciales usuarios y la tolerancia política que les ampara. En cuanto a los metales nobles, los fondos de inversión y el dinero virtual, son poco de fiar, ya que con las comisiones y los correspondientes vaivenes en la cotización ya tienen bastante, y el problema mayor viene cuando se quieren liquidar por necesidad. El arte mercantilizado puede ser buena cosa, pero no admite extraños, por lo que no es infrecuente que el poseedor se quede con una estampita o una estatuilla de barro, para poder contemplar en el lugar que ocupaba del dinero que se evaporó. Cualquier opción para capear el problema de la inflación implica correr el riesgo de quedarse en la estacada.

Por la otra parte, quienes dirigen la orquesta, aunque se crea lo contrario, también tienen sus problemas. El hecho es que, como la avaricia rompe el saco y la prisa es mala consejera, tanto estrechar el cerco sobre las masas consumidoras para sacarles los ahorros a base de crisis continuadas, subidas de tipos para engordar teóricamente a la banca, inflación artificialmente provocada y guerras destinadas a vender armamento a cargo de los que, sin participar, tienen que pagarlo, parece que el plan de la superelite no marcha como se esperaba. Ahora, resulta que la maniobra empieza a tocar al propio capitalismo financiero en algunos de sus bancos en el mismísimo imperio. Lo que se pone en evidencia, es que en ese ambiente de bienestar prefabricado han sonado las alarmas, el descrédito parece que quiere aflorar entre los incautos ciudadanos, lo que no es buen augurio para el negocio de algunos de los oficiantes del capitalismo. Claro está, siempre quedará en pie el viejo principio de la destrucción creativa.

En cualquier caso, inexorablemente el cerco se estrecha para el ahorrador común, y tras darle vueltas en la cabeza a lo de qué hacer con el ahorro, no es muy desacertado concluir que algunos decidan devolvérselo al gran capital, dedicándolo al ocio turístico, en la medida de las posibilidades, para relax personal, evitar trabajo y sobresaltos. Cuando se acabe, les queda la opción de unirse a esa inmensa mayoría de vulnerables de título, declarados insolventes de oficio, que han decido incorporarse a la tendencia, muy extendida hoy, de que trabaje otro y vivir a cuenta de Papá Estado. Todo ello para que el negocio del mercado pueda proseguir a buen ritmo, contribuyendo entonces con esa pequeña parte que les toca del dinero público, objeto de regalo, dada la generosidad de sus administradores.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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