Sin temor a equivocarse en exceso, podría decirse que la política ha sido secuestrada desde sus inicios por las elites. Por otra parte, no es nada nuevo, porque ese parece ser su resignado destino. Vista la historia, resulta que siempre emerge un grupo de espabilados entre las gentes, que en su momento decidieron asociarse, dispuesto a tomar el estandarte que permite que la masa les siga, como borregos al pastor, confiando en que la sumisión les arregle el problema del suministro.
Ha habido intentos, aunque destinados al fracaso, que trataron de subvertir el modelo. Este fue el caso del ensayo democrático clásico de quienes dieron aire a la racionalidad, pero se entregaban a la creencia en los dioses. Cuanto menos, aquello sirvió para dejar en el aire la idea de la posibilidad del gobierno de todos, aunque en el terreno real quedara en nada. No obstante, la semilla se esparció sobre la tierra, pero no llegó a germinar por falta de nutrientes, y hoy continúa a la espera de que llegue su tiempo.
Otra intentona, más calculada, con el propósito de recuperar la política para los asociados, fue guiada por los ilustrados y asistida por los cortacabezas, pero tampoco llegó a buen puerto, puesto que no lo veían apropiado los dueños del dinero. La cosa estaba clara, porque si aquello que llamaban pueblo, tomaba las riendas de su propio destino político, el negocio no iría tan bien como si las elites de pega instaladas en el poder, siguiendo sus instrucciones, conducían el rebaño. Infalible conclusión, que con unos pequeños toques, para no desanimar al auditorio, prosperó.
Hoy, la utopía del gobierno efectivo de las masas sigue viva —aunque muy decaída—, los más optimistas continúan a la espera de que los secuestradores de la política —los que siguen mandando para satisfacer exclusivamente sus intereses personales— bajen del sitial del poder y el pueblo tome su lugar Sin embargo, en tanto la superélite del dinero no lo consienta —y no lo consentirá por razones obvias—, lo del gobierno de todos es una fantasía alimentada por el marketing político. Para sobornar a la razón, basta con que los llamados ciudadanos señalen a los pastores del rebaño, procurando que, si es posible, cambien las caras —aunque muchos no estén por la labor de dejar el cargo, sea con elección o sin ella— , porque así el señalador llega a creer que es su idea política la que rige los destinos de todos. En definitiva, la política prosigue su marcha secuestrada, ahora, a primera vista, por las elites de pega, mientras la función se dirige entre bastidores.
Los asociados asentados en un territorio, del que un día llegaron a sentirse dueños en virtud de la gracia otorgada por la política local —aunque secuestrada por sus elites—, han perdido el sentido de la propiedad de la tierra. Ahora disfrutan en precario de su propia tierra porque ya no les pertenece, sus elites la han cedido al imperialismo, con su sociedad universal, en la que no está prevista la propiedad nacional de la tierra. La política, confiada en otro tiempo a la elite nacional, generosamente la ha cedido en su totalidad a los amos del mercado, ya no pertenece ni a las elites locales ni al pueblo que la habita. Resulta que la han traspasado a quienes dirigen la nueva sociedad universal, ese producto mercantil de variados y vistosos colores, en el que tienen cabida solo los que consumen.
El elitismo político menor de las distintas sociedades, el que siempre tomó el control del rebaño para que no se desperdigara — dada la incapaz de conducirse por si mismo a los buenos terrenos de pasto—, ahora, se conforma con un puesto de inferior categoría en la escala del poder, pero todavía conserva cierta capacidad de mangoneo, con permiso del superior jerárquico. En cuanto a la política, definida en términos mayores, en manos de la superélite directora de las sociedad universal, solo ha cambiado las formas, pero también continúa secuestrada de cara a esa supuesta sociedad universal. La dirigen los nuevos secuestradores, que solo miran por los intereses del mercado. Por si el pueblo sintiera la tentación de despertar, los mandantes se han ocupado de drogar debidamente a las gentes con el potente narcótico del bien-vivir mercantilizado y a sus políticos con un carguillo de lujo para disfrutar del hedonismo del poder durante una temporada.
A nuevos tiempos, nuevos inventos, mientras la política sigue secuestrada. Las gentes, como en el símil del rebaño, se muestran complacientes, en tanto alguien las procure el pienso para existir e ir tirando.