Papel político del progreso

Resulta que el progreso es el motor que mueve la sociedad en la búsqueda de lo mejor como guía de la existencia. En gran medida, la política rectora ha asumido la idea de progreso empujada por la sociedad que reclama avances, movida por la natural aspiración de las personas a una vida mejor. Entregado a la política, resulta ser un proceso dirigido por sus elites, desde la perspectiva de una determinada ideología que sirve de cobertura a las ambiciones personales del político. Actualmente, para sobrevivir, el personaje político tiene que vender ese producto etiquetado como progreso, síntesis de las demandas sociales, que utiliza para encubrir sus aspiraciones personales, con lo que el progreso está contaminado. Quienes venden su paquete político etiquetado como progresista, utilizando el marketing comercial, previamente han comprado el título que les otorga el monopolio de lo que se venía llamando progreso de mercado y lo han adecuado a sus particulares intereses electorales.

Asimismo, el progreso ha sido utilizado como arma de combate entre elites, acusando a las precedentes de conservadurismo, sinónimo de estancamiento, reclamando la marcha hacia algo mejor, respondiendo al sentir social de mejora de las condiciones de vida. Sin embargo siempre acecha el mismo resultado final, los rebeldes defensores del progreso, que en realidad reclaman poder para el grupo promotor de lo que ofertan como novedad, se estancan, y lo del progreso político se manifiesta con su verdadero rostro, es decir, como herramienta moderna para tomar el poder. Lo que acredita que este progreso prefabricado nada tiene que ver con ese otro sentido tradicional de progreso, más allá del que ocupa al mercado, que arranca en la época helenística, pervive a su manera en la época de las creencias, avanza con la Ilustración y se ha mantenido en su sentido materialista hasta tiempos recientes.

En la actualidad, aunque ha sido incapaz de superar las manifestaciones de antiprogreso, entiéndase la salida a la luz de la violencia siempre latente, el progreso político trata de ofertar a toda costa ese bienestar intuitivo que demanda la sociedad de forma natural. Si en gran medida la cuestión se planteó en términos de derechos, libertades y democracia para la ciudadanía, pronto se observó que no era suficiente, porque en el fondo latía una igualdad inconclusa. La llamada de atención la hizo el mercado, en este punto instrumento para iluminar el despertar de las masas consumidoras. Con lo que la política, reincidiendo sobre el tema de los derechos, vino a dar un paso más allá y empezó a alimentar lo de asumir el bienestar de las gentes como fin de la política y desde esta actividad hacerse intérprete de otra idea de progreso social.

No hay que hacerse ilusiones, porque en el fondo de la nueva idea de progreso no entra el amejoramiento social, entendido más allá de los términos de mercado, íntimamente asociado a procurar el bien-vivir de los pudientes. Además, la persona es irrelevante, la individualidad ha sido descartada del progreso, solo interesa trasladar el reflejo del sentido material de la existencia en términos de grupos, fácilmente controlables, que ayudan a la fragmentación, evitando el riesgo de unidad y concertación social. Se trata de atenerse a un principio básico del elitismo, que hace del progreso simplemente un producto para mantener en la escena a sus elites temporales.

Sin embargo, la idea de progreso, reconducido a la mejora material de la existencia, trasciende a las elites conductoras y se desvía al terreno económico, porque está asentado sobre la base del dinero. El progreso pasa a ser la mayor tenencia de dinero en dimensión social, porque es la exigencia del mercado, donde se encuentra la sede del bien-vivir de una minoría que se pretende universalizar. De ahí que se vuelva a los orígenes y se aclare que el nuevo progreso no sea una tarea exclusivamente política, porque simplemente se utiliza para acceder al poder prestado, sino de mercado, y solo sea posible hablar de progreso dentro del cercado del mercado. Por tanto, la política, en su tarea de desarrollo del progreso, es simplemente dependiente, por un lado, de la demanda social, y, por otro, de la jerarquía que rige el mercado.

Hay que tener en cuenta que la viabilidad de este último se ha entregado a la aplicación práctica del conocimiento desarrollado por la ciencia, que se materializa en la práctica a través de la tecnología. Llegado a este punto el progreso se entrega a la innovación tecnológica. De tal manera, que quienes dominan y controlan la tecnología con fines de mercado marcan la marcha del progreso a través de la moda, que pasa a ser la doctrina de quienes en último término dominan el mercado. El progreso que se oferta hoy a las masas solamente es moda comercial, que luego se extrapola conceptualmente al ideario político, pero siguiendo los cánones marcados por el bien-vivir de mercado señalado a las gentes. Desde tal vehículo de conducción, son las elites económicas, mecenas de la tecnología y dueñas del mercado, las que guían a las elites políticas, moviendo a la sociedad a través de la moda mercantil que marca el progreso material. Luego, el producto se utiliza con fines electorales para que la elite política se asiente en el poder, y la que era progresista, ya puesta en el sitial, utilizando ese progreso-moda que le ha llevado hasta allí, pasa a ser conservadora y se olvida del progreso.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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