Hoy el capitalismo globalista, nueva expresión del imperialismo en su carrera expansionista y polarizante, produce y reproduce con eficacia, como pieza clave en sus planes de hegemonía mundial, formas ideológicas y de propaganda, cuyo objetivo es enmascarar la desigualdad entre las clases sociales y las relaciones entre países globalizantes y países globalizados. Pero al mismo tiempo, con sus superpoderes militares aplica la ley de la selva y la cultura de la muerte en la comunidad internacional. Desconoce los principios fundamentales del derecho internacional en los organismos de los cuales forma parte e impone, con grosera arrogancia, sus intereses imperiales violando masivamente los derechos humanos fundamentales con singular hipocresía.
El objetivo que persigue es liquidar la soberanía y la unidad interna de las naciones, apropiándose de todas las empresas públicas o privadas. Surge así un solo Estado soberano, el de los globalizadores. Algo parecido a aquello que representó el Imperio Romano hace más de 2000 años. Sólo que los viejos emperadores justificaban abiertamente y sin tapujos su sociedad esclavista y la propiedad territorial como base de su riqueza. En cambio, los nuevos emperadores manipulan la conciencia colectiva sobre la base de sofisticadas ideologías, apoyadas en las nuevas tecnologías comunicacionales y en complicidad con algunos gobiernos del Norte y de la periferia globalizada. Pero, al mismo tiempo, en ejercicio indiscriminado del terrorismo de Estado el imperio invade pueblos, los saquea, crea campos de concentración y legaliza la tortura ante la cobarde alcahuetería de los organismos internacionales y de la propia Unión Europea que no asume una posición de principios.
Asimismo, con la liquidación del Estado social o de bienestar por el neoliberalismo, se instaura la así denominada flexibilidad laboral y la precarización del trabajo, que se manifiestan en una superexplotación y fragmentación de la clase trabajadora resultado de la imposición del capitalismo neoliberal.
El capitalismo globalista, en fin, es ecológicamente insostenible; en otras palabras, es la muerte del planeta. Primero los negocios, después la vida. Así piensan las economías globalizantes, propietarias de la mayor parte del globo terráqueo que explotan irracionalmente: controlan el acceso a los recursos naturales y materias primas y obligan, de manera por demás cínica, a cubrir los costos que ocasionan en su irreversible carrera al desastre ecológico globalizado.
Los países globalizantes y sus transnacionales, orquestan campañas de desestabilización política contra los países globalizados que no guarden debida obediencia y compostura, es decir, que no se sometan a su inviable proyecto imperial planetario. Con Venezuela se equivocaron. ¡Aquí no pasarán! Como no pasarán en los pueblos del mundo que hoy resisten con heroísmo su maléfica violencia, ahí está la resistencia iraquí haciéndole frente a la potencia militar más agresiva y criminal del mundo.
El proyecto imperial se abre paso con la caída del socialismo burocrático en Europa Central y en la Unión Soviética. Con el sospechoso impacto y explosión de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, Bush lanza su doctrina, que más que doctrina, es una mofa del derecho internacional: la legitima defensa preventiva. Entonces advirtió a los países y pueblos del mundo: “O están con nosotros o están con el terrorismo”. ¿Qué quiso decir el genocida de la Casa Blanca? Que acepten su política imperial o destuye preventivamente al país que se le antoje.
La nueva doctrina imperial, que venía asomándose en los primeros años de la pos-guerra fría con el “Fin de la Historia” (Fukuyama) o supuesto triunfo final del capitalismo sobre el socialismo y el “Choque de Civilizaciones” (Huntintong), podemos resumirla en una sola frase rememorando a James Monroe: el América para los americanos devino en el planeta para los americanos.
Entonces, los pilares del nuevo orden que pretende imponer el imperio lo justifican con la guerra total y preventiva al terrorismo (ataques militares sin declaración previa) y en la diplomacia transformacional, es decir, sus embajadores apoyan o al gobierno sede o a quienes le hacen oposición, según respondan a sus intereses imperialistas.
Con todo lo terrorífico que implica esa superpotencia industrial-militar, hoy puede constatarse que inicia su fase de decaimiento y descomposición, principalmente, por la ilegalidad e ilegitimidad del orden que quiere imponer; pero asimismo, por la heroica resistencia de los pueblos invadidos.
El derrumbe del imperio ha comenzado por su desfachatada violación de principios éticos-jurídicos que construyeron un sistema de valores universalmente compartidos desde la culminación de la segunda guerra mundial, que se concretan en la creación de la ONU y en los Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos. Hoy no existen ni legalidad ni orden internacional. Antes la ONU tenía relativo prestigio, aunque sujeta a las imposiciones de los Estados Unidos, cuyo liderazgo era aceptado, por sus aliados capitalistas. Hoy su liderazgo y credibilidad mundial están en bancarrota.
Así tenemos que, en Asía Central (Afganistán e Irak) están perdiendo la guerra con todo y su supremacía militar. Es una guerra de resistencia de carácter popular o guerra de todo el pueblo contra los invasores imperialistas. La criminal agresión está siendo repudiada por el mundo entero. Medio Oriente, y el problema Palestino, es un polvorín que puede extenderse e incluso convertirse en una guerra atómica. Ahora se suma, la aviesa intensión del imperio de invadir a Irán, lo que no sería más que una aventura que aceleraría la crisis global (política, económica, social, militar y ética) del sistema capitalista que ya está dando señales de agotamiento.
En América Latina, hay una ola de movimientos y gobiernos progresistas, nacionalistas y revolucionarios que encabeza la revolución bolivariana, profundizándose así, las contradicciones Imperio-América Latina. Llegó la hora de la derrota definitiva del imperialismo y para ello, debemos prepararnos. O es hoy o es nunca.
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