Una Ingrid, profundamente oligarca, su más grande aspiración, lo dijo, fue siempre mantenerse en la primera página de los medios del orbe
Esta es una mujer que, nosotros en este sistema capitalista, solemos llamar “con suerte”. Hija de oligarcas, inteligente, ambiciosa, despierta y ágil, llamativa por su vivacidad, agraciada, pero que por su naturaleza, llegó a un punto en que se cansó horriblemente de sí misma, de todo lo que al frente de una vida formal se le ofrecía. Su madre, Yolanda Pulencio, fue una ex reina de belleza que llegó a ser miss Colombia. Su padre, Gabriel, fue ministro de Educación del gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). Se enroló en ciencias políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París, y en los 80 se casó con uno de sus compañeros de aulas, el diplomático francés Fabrice Delloye, padre de sus dos hijos, Melanie y Lorenzo (de los que nunca se ocupó). Típico de los oligarcas como Mario Vargas Llosa, adquirió la nacionalidad francesa, y para sus ratos de ocio y de harto aburrimiento, se dedicaría a jugar a la política colombiana; cuando le llegaban noticias, todos los días, que saltaban por los aires, despedazados, los cuerpos de algún connotado político, ella se angustiaba por no estar en el centro de esos escenarios. Todo lo que hubiese deseado lo habría conseguido, en ese plano de la figuración partidista, incluso la Presidencia de la República que no le parecía suficiente para su necesidad de reafirmación suprema: un reconocimiento global, neto y absoluto. Ella ansiaba algo más contundente, algo más definitivo y que dejara una huella de dolor intensa, de pena y de gloria, al mismo tiempo.
Tras el atentado en 1989, contra el candidato presidencial liberal Luis Carlos Galán (muy amiga de su madre), entró a trabajar como asesora en el ministerio de Hacienda. Desolada y aburrida, decidió postularse a la Cámara de Representantes por Bogotá en los comicios de 1994. En 1996, ya convertida en toda una congresista, comenzó a sentir los primeros anuncios de lo que más anhelaba: recibió una amenaza de muerte y de secuestro, y se preparó para su gran aventura. Lo primero que hizo, fue enviar a sus dos hijos a Nueva Zelandia, donde residía su ex marido. En 1998, elegida senadora, radicaliza su posición, organizando su movimiento político "Oxigeno". Ella quería ir mucho más lejos que su madre y ser la reina de los grupos en armas, y entonces inició ataques muy bien estudiados contra las FARC y contra los paramilitares, al tiempo que concertaba reuniones con dirigentes de ambos grupos. Es decir, se quemaba por los dos cabos. Vivió años tormentosos, porque pese a sus decididas y “valientes” declaraciones, ni la mataban ni la secuestraban. Parece que hay una fuerte superstición entre los grupos de sicarios y asesinos en Colombia, de que matar mujeres trae mala suerte. Con la típica posición de los “hijos papi” que vemos en los partidos de oposición hoy en Venezuela (como “Primero Justicia”), ella junto con otros diputados organizaron un grupo que se autodenominó de "Los Tres Mosqueteros". Decían ser los políticos de relevo, lo de una nueva generación. Cuando vio que ya no tenía chance para ser la Presidenta de los colombianos, porque apenas si consiguió unos 53 mil votos (0,46%) de los 11 millones de votos válidos, lo vio clarísimo: “quiero apartarme de todo, no quiero ver a nadie, deseo auto-excluirme. Por el camino que llevo jamás dejaré de ser lo que soy, una paria política. Odio el silencio, el horror al vacío que significa la no presencia mi ser de manera decidida y estremecedora en el mundo.”
Es totalmente falso que quisiera a sus hijos, casi nunca los veía. Lo tenía también muy claro: cualquier cosa menos ser madre, dedicarse a su hogar le asfixiaba y disminuía, y tuvo razón, por allí jamás hubiera sido lo que es hoy, que hasta el Papa.... Nunca los atendió, nunca les cambió un pañal, nunca les dio un tetero. No tenía tiempo para eso ni lo quería.
El resto de la historia ya es harto conocida de todo el orbe: “La noche del 22 de febrero del 2002, ella llamó por su celular a Néstor León Ramírez, alcalde por “Oxígeno” en San Vicente del Caguán, en el departamento del Caquetá y bastión de las FARC.
"Ella me dijo que estaba conmigo en las buenas y en las malas y que iba a San Vicente a darme apoyo", cuenta Ramírez.
"Le dije que había problemas en el camino, porque la guerrilla estaba haciendo hostigamientos, pero ella era así tajante me dijo que la esperara y que ella iba".
Betancourt junto a su compañera candidata a la vicepresidencia, Clara Rojas, llegó a Florencia, la capital del Caquetá, y se desplazó en una camioneta rumbo a San Vicente cerca del mediodía del 23 de febrero del 2002. Allí fueron secuestradas. Su compañera fue liberada seis años después.
Ahora cuando la vemos tan fresca y tan dulce, tan alegre y dicharachera, cómo se compaginan aquellas expresiones de sus cartas estremecedoras a su madre: “No tengo ganas de nada porque aquí en esta selva la única respuesta a todo es ‘no’… la vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo… no he vuelto a comer, el apetito se me bloqueó, el pelo se me cae en grandes cantidades…” Actuaba, equivocó su verdadera vocación: la de actriz de telenovelas.
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