En el Brasil de Lula: práctica política conservadora y cooptación de base

Las semanas anteriores al 1º de mayo de 1980 en la ciudad de São Paulo, una mercancía comenzó a tornarse escasa en la región metalúrgica del cono urbano conocido como ABC paulista. Cansados de sufrir la represión de la policía militar bajo el mando del entonces gobernador, Paulo Salim Maluf, los peones y trabajadores resolvieron reaccionar. En el acto de Vila Sônia, barrio de la capital del estado de São Paulo, la clase trabajadora fue con todo. El stock de armas de corte – cuchillos, canivetes y dagas – se agotó en el comercio de la ciudad industrial de São Bernardo del Campo y municipios linderos. Desde el 1º de mayo de 1968 que no había tamaña disposición de lucha. En el entonces, ’80, el presidente del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo, Luiz Inácio de Silva, era el referente de estos obreros dispuestos a todo.

El ambiente político entre 1978 y 1980 era propicio para el avance de la izquierda. La última reforma política, llamada de reorganización partidaria, entonó el canto de sirena del sistema capitalista y se tragó las expectativas de lucha de clases y auto-organización de los oprimidos. Jefe de la Casa Civil del gobierno Figueiredo (1979-1985), el general brujo de la dictadura, Golbery del Couto y Silva, articuló de dentro del régimen la posibilidad de una oposición fuera del MDB (partido oficial de oposición). La “izquierda” sería representada en el panorama electoral por un nuevo partido, surgido de los movimientos sociales de la segunda mitad de la década de ’70. De esa oportunidad, surge el Partido de los Trabajadores (PT).

La dictadura se abría por la presión popular y por divergencias dentro de la casta. Los militares habían derrotado la izquierda armada. Ahora, tenían que dar fin al régimen, de modo que el sistema no fuera sacudido. En ese esfuerzo, surge una palabra de orden: “¡Amnistía amplia, general e irrestricta!” La revancha contra asesinos, violadores, desaparecedores, torturadores, mercenarios y sus mandantes estaba liquidada. Suspendía las casaciones políticas, proscritos los procesos políticos y repatriados los que estaban en el exilio. Resultado: amnistía para todos, incluyendo los genocidas. Garantizada la transición, faltaba absorber la energía social que venía dispuesta a cambiar las cosas por todos los medios posibles.

La lucha popular brasileña fue nuevamente traicionada. El año de fundación del PT marcó el auge de la organización popular. El propio Lula declaró diversas veces, incluyendo una entrevista en la respetada revista mensual critica Caros Amigos, que la importancia de la sigla y leyenda electoral, fue canalizar para la disputa democrática (y burguesa) la masa obrera que enfrentaba a patrones, militares, políticos corruptos y la policía del ya corrupto Maluf. El nuevo partido surgía con un discurso y estatuto bastante potable. En él cabían todas las corrientes y agrupaciones. Sería una gran coalición de izquierda popular, anti-stalinista y defensora de la democracia socialista. Tendría un pie en la lucha y otro en la institucionalidad. No podría dar en otro rumbo. La democracia de mercado tiene sus límites y todo discurso legalista tiene su freno en la propia legalidad burguesa.

Es sorprendente en Brasil es ver como opera el sistema de cooptación política. Cualquier militante con un mínimo de experiencia sabe que la fuerza social, la confianza en el pueblo al trazar su camino, la verdad que surge de la lucha y el coraje brotando de la sangre y sudor contra la represión, son las materias primas de una izquierda con intenciones de cambio profundo. Sabemos de eso todos los operadores y analistas políticos, de todas las tiendas. La política real tiene reglas brutales. Los afectos operan como eje de alianza. Miren lo que pasa hoy en Brasil.

La mayoría de las veces, aquel que hoy adhiere al gobierno de forma “crítica”, compartió la esperanza de crear un partido de masas con capacidad de transformación. Este es el primero de los errores conceptuales. Ningún partido electoral puede abandonar la lucha legal. Si lo hace, bueno, o hay condiciones casi insurrecciónales, o entonces cambió de orientación y partió p’al monte. El PT no hizo ni una cosa ni otra. Todo partido de masas sufre con el inmediatismo y peca por ausencia de teoría finalista. O sea, en la cortita, prevalecen las prácticas políticas tomadas prestadas de la derecha. Hay miles de denominaciones para los mismos equívocos de siempre. Basta con mirar la política de alianzas del primero y el segundo gobierno de Lula para verificar los hechos que comprueban los conceptos aquí dichos. Tampoco es algo novedoso en Latinoamérica, una práctica política de derecha – embozada en los mandamientos neoliberales - con un discurso de “izquierda”.

Tampoco es una novedad ver surgir una fuerza política legal e institucionalizada, hegemónica de la lucha popular. Cuando la extrema izquierda es la hegemónica, es porque el pueblo está en un grado de lucha muy avanzado. No era el caso de Brasil de 1980. Pero, había espacio abundante para una o más organizaciones políticas con intenciones finalistas para operar desde la base de la rebelde clase obrera, fruto de la industrialización acelerada por los militares. Pero, la historia no fue esa.

Conforme ya dijimos, el canto de sirena del general Golbery sonó bonito también a los arrepentidos de la lucha armada. Nada más seductor que la política pública y legalista, forzando por dentro la institucionalidad. La mentalidad de contestación pacífica y no acumular fuerzas desde lo social, llevó al abandono de las posiciones transformadoras. Infelizmente, a lo largo de los ’80, se perdió junto la energía de lucha directa y auto-organización de sectores populares enteros. Mucha gente buena, decenas de miles de militantes, volvieron su rutina hacia la vida privada y abandonaron cualquier idea de socialización política como eje de la existencia.

Pasados 22 años de fundación del mayor partido electoral de Brasil, a través de las urnas, una nueva fracción de clase dirigente pasó a ocupar una parcela del poder burgués desde 1º de enero de 2003. Como es sabido, ninguna de las prácticas de corrupción deflagradas en el Congreso por los aliados de Lula en 2005 fue innovación pura. El llamado “Mensalão” -mensualidad paga para que diputados votaran con el gobierno- hizo escuela en la década anterior, cuando la nueva elite aprendió a corromper y ser corrompida en administraciones municipales. La disciplina partidaria, ganancia política y capacitación técnica, operan milagros. En la ausencia de mística y orientación transformadora, un buen discurso ya fundamenta el “asalto al Estado”.

En el comienzo, el recurso iba para el partido. Después de un tiempo, el cajero era la banca de las campañas electorales. En un tercer momento, la corrupción corrompe a los corrompedores. Todos los bienes de consumo del capitalismo estaban al alcance de la mano. En la Unión Soviética, la nomenklatura tenía privilegios, como las Dachas (casas quintas para la alta burocracia del PCUS). En Brasil, las operaciones son de fondo financiero. Recién estalló una investigación federal dando pruebas de que el mayor financista de Brasil, el banquero Daniel Dantas, operó con el gobierno de Cardoso (1995-2002) y con Lula. O sea, desde acá se manda dinero sucio para las Islas Cayman. En la base, en la mente de los obreros que fueron armados el 1º de mayo de 1980, quedó el mal ejemplo. En menos de 15 años, Golbery sonreía en el infierno.

Equivocados, corrompidos, arrepentidos de los tiros que dieron contra la dictadura, sindicalistas más que cautelosos, “igrejeros” que siquiera hablaban de Camillo Torres y otros tipos de militantes “responsables” transformaron su trayectoria política en una vergüenza para la clase oprimida. El peor de los ejemplos es José Dirceu, pero no es el único. El ex-militante del Movimiento de Liberación Popular (Molip), una fractura del ALN que fue la organización de combate a la dictadura donde cayó la militante paraguaya Soledad Barret (en Recife, 1973) hoy factura más de R$ 3 millones por mes como lobysta y operador de negocios del Estado. Un cliente de José Dirceu es la odiosa EBX, minera que pertenece al empresario Eike Batista y ganó la medalla de oro en destrucción del medio ambiente en Bolivia. Para su “labor” Dirceu aplica los criterios conspirativos para actuar dentro de las entrañas del sistema. Un hombre así, es como un Rodolfo Galimberti brasileño (el argentino que fue un montonero legendario y después se hizo menemista), o sea, es parte del vientre del poder en Brasil.

Infelizmente Dirceu no es un caso aislado, al revés, como dirigente político, hizo escuela. La vía de la urna y de la burocracia llevó a la mayoría de los sindicalistas “auténticos” de la segunda mitad de los ’70 y los ’80 a ser poco más que una copia de las prácticas políticas de la derecha nacional. Ejemplo de lo que digo son sindicalistas como Vicentinho (metalúrgico, hoy diputado federal), Luiz Marinho (metalúrgico, fue ministro de Trabajo y de la Providencia Social), Ricardo Berzoini (líder bancario, fue ministro y hoy es diputado), Lula (metalúrgico, presidente que gobierna con miembros de la Banca internacional), Paulo Okamotto (metalúrgico, presidente del servicio de apoyo al pequeño negocio, tesorero de las cuentas privadas de Lula), Paulo Bernardo (sindicato de la enseñanza, ministro de la Planificación, aplica las recetas neoliberales), Jair Meneghelli (metalúrgico, ya fue diputado federal, hoy trabaja en un servicio de apoyo a la industria); hay docenas de otros ejemplos y nombres conocidos en todos los estados. Si ellos fueran argentinos, serían una patota más de sindicaleros. En Brasil, el ambiente político es más conservador y discreto, pero igualmente malo.

En función de esto, la inmensa gravitación política de la derecha del PT, sus corrientes más a la “izquierda” se ven con poco espacio de maniobra. Muy acercada al gobierno de Lula, son los que se acercan de la derecha tradicional. Así, sin un modelo y sin ejemplos, es imposible hacer política.

Este artículo tiene la intención de ir más allá de las denuncias. Esto porque comprendo que sin una sólida teoría como modelo explicativo, las denuncias ya no dan para más. Es la práctica política la que transforma hábitos y costumbres en ideología. Y, es la suma de motivación ideológica con solidez teórica lúcida la que puede abrir una posibilidad de acumulación de fuerzas con miras a un proyecto de poder popular. Por eso, cuando la militancia es una forma de movilidad social hacia arriba, se construye una escuela del quehacer antipolítico.

Esto porque la otra derecha, nacionalmente representada por el PSDB y el Demócratas (PFL), solamente disputa una parcela de poder burgués con el gobierno Lula. No hay pelea por proyecto. Las fuerzas son parecidas en muchas cosas, menos en la forma de cooptación. Durante los ocho años de FHC, los programas de auxilio social eran fragmentados, divididos entre ministerios. Así, varios aliados de los tucanos (PSDB) podían hacer proselitismo con aquel presupuesto. Lula, un talentoso conductor de masas, tomó una decisión diferente. Repitió en su gobierno la medida tomada por el gobierno socialdemócrata de Suecia, uno de los primeros del mundo, elegido en 1931. Para no alimentar la lucha de clases y aun así garantizar la permanencia en el poder, los dirigentes suecos crearon una forma de renta mínima vinculada al coeficiente electoral. Resultó efectivo para ellos.

Perciban. No estamos diciendo que la renta mínima no sea importante para las familias en condición de miseria. Lejos de eso afirmamos sí, que es el tipo de medida que no crea política pública, mantiene a las personas dependientes de un jefe político o de un régimen de turno. Crea una mentalidad de adhesión al presidente que concede el “beneficio”. Así, un derecho se hace un favor. Y, como se sabe, el brasileño no es “mal agradecido”. Con los movimientos populares, acontece la misma cosa.

Todo militante social sabe de la importancia de las conquistas, su papel pedagógico, la escuela que esto genera. La verdad que surge en la lucha es lo inverso de la política de convenios y proyectos. No hay problema en arrancar dinero del Estado, quitando una parte de la fortuna que va para los banqueros diariamente. El problema es tener una relación de “asociación y clientela” con el Estado a través del régimen de turno. Lula no cayó, durante la crisis política de 2005, en función de estas dos políticas. Lo “Bolsa Familia” (canasta familiar en dinero) por un lado y la relación de clientelismo con los movimientos por otro, mantuvieron el ex-metalúrgico en el poder. Sin el apoyo popular, ni sus amigos banqueros capitaneados por el tucano Henrique Meirelles (ex presidente mundial del Bank of Boston y presidente del Banco Central de Brasil desde el primer día del gobierno de PT) se habría garantizado la sentencia del gobierno acusado, de hechos terribles y verídicos de corrupción sistemática.

No es exagero al decir que la otra derecha, tan derecha como la que está en el gobierno, sabía de eso y no se arriesgó. Los políticos paulistas (naturales de San Pablo, estado que corresponde a 40% del PIB del país) decían que era una meta factible comprobar los gastos personales de la primera dama, la esposa de Lula, doña Marisa Leticia. Pero, más allá de generar más escándalo y denuncias, el PSDB preguntaba quien está dispuesto a “Marchar con Dios por la Democracia como la reacción convocada para el golpe militar de 1964. ¿O el PFL (Demócratas, sigla de una fractura del partido de apoyo a la dictadura) creyó que el solito, heredero de la golpista UDN, iba a derrumbar un gobierno electo con voto popular y casado con el sistema financiero?” El realismo político llamó Lula a convocar gente del partido de Fernando Enrique Cardoso y sus aliados para componer su gobierno de. Un ejemplo es el actual ministro de Defensa, Nelson Jobim, ¡qué también fue presidente de la Suprema Corte (STF) con Lula y ministro de Justicia de Cardoso!

Para romper este tipo de vínculo nocivo y la promiscuidad no hay otra forma que promover otros modelos de participación política. Entiendo que no hay salida por fuera de la dirección colectiva y el fortalecimiento de la concepción de que el pueblo en sus más diversas formas organizativas sea protagonista de su propio destino, donde la conquista material inmediata marcha hombro con hombro hacia un horizonte de ideas transformador. Esto, sumado a la misma disposición de lucha del 1º de mayo de 1980, abriría una posibilidad real y concreta de un proyecto de largo plazo

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Bruno Lima Rocha

Politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales

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