La enorme dependencia de la economía mexicana respecto de la de los Estados Unidos determina que la crisis de la matriz se refleje, querámoslo o no, en la sucursal, incluso con mayor virulencia. Es verdaderamente criminal la irresponsabilidad con la que el régimen del fraude encara tan grave circunstancia. Si no fuera por el drama que implica, sería de dar risa la respuesta del que dice ser secretario de economía a la pregunta de los periodistas respecto de las medidas que se adoptarán ante la crisis; sin el más mínimo asomo de vergüenza dice que habrá que esperar a que la crisis llegue para ver qué se hace. Igual que el que cobra como secretario del trabajo, que con la misma carencia de escrúpulos responde que estamos preparados para recibir a los paisanos que tengan que regresar, como resultado del desempleo que se registra del otro lado de la frontera. Por su parte, el Interventor en Jefe del Banco Mundial y el FMI en México, que cobra como secretario de hacienda, sigue a pie juntillas el recetario de su abuelita, añejo y empolvado, para formular un proyecto de presupuesto asfixiantemente restrictivo y peligrosamente represor; dentro del estrecho margen programable se prioriza el gasto en seguridad y se restringe el de educación, salud y desarrollo social. Me queda claro: lo que en todo el mundo ha fracasado no tiene por qué fracasar en México: aquí somos muy machos y nos sostenemos firmes ante la tormenta; además, nos damos el lujo de burlarnos de la gente y sus preocupaciones infundadas. Ya lo dijo el tal Calderón: él disfruta de los grandes retos; el único que prefiere no afrontar es el reto de la terca realidad. Esa terca realidad dice, a gritos, que hay que abandonar el modelo; el propio Banco Mundial reconoce que es preciso que cada país recupere su soberanía para hacer frente a la crisis; anuncia que el comercio internacional irá a la baja y que ya no puede ser el soporte de los países emergentes. Europa, América Latina y Asia se emancipan de las recetas económicas del Consenso de Washington. Sólo México se mantiene ciegamente en la ortodoxia neoliberal mercantilista.
El país necesita un profundo cambio en la actitud de sus gobernantes o, en su defecto, un cambio de gobernantes. El estado, aunque no les guste a los tecnócratas trasnochados que dicen gobernarnos, debe reasumir su papel de detonador de la inversión privada que ante la crisis se muestra timorata. Es preciso soltar amarras a la inversión pública en infraestructura y en los grandes proyectos productivos; léase refinerías, ductos, petroquímica, fertilizantes, carreteras, presas, ferrocarriles, astilleros, vialidades, comunicaciones, etc. Todo ello condicionado a un alto porcentaje de integración nacional, de suerte de propiciar la inversión y la producción doméstica de los bienes y servicios demandados. Se acabó el argumento de que el Banco Mundial y los compromisos adquiridos prohiben tales proyectos; o que no hay dinero para hacerlo; la crisis de los Estados Unidos sirve precisamente para mandar al caño tales compromisos, incluidos el de mantener subvencionada a la banca extranjera con los pagarés FOBAPROA o improductivas las reservas del Banco de México. Todos esos compromisos, además de corruptos, se dieron en un marco que hoy ya no existe, que fracasó rotundamente y que, además, nadie está en condiciones de exigir su cumplimiento, menos aún, sus mismos creadores.
Bastaría con recuperar la capacidad de producción de granos del campesino mexicano (no de los grandes consorcios aerocomerciales) para reincorporar a más de veinte millones de mexicanos a la economía, para producir y consumir. Sería suficiente con volver a arrancar el motor de las industrias petrolera y petroquímica, para recuperar la planta industrial desmantelada y, con ello, los miles de puestos de trabajo perdidos. El Instituto Mexicano del Seguro Social recuperaría su salud financiera mediante las cuotas obrero-patronales, de manera de rescatar el ahorro previsional para destinarlo al financiamiento eficiente de los proyectos nacionales. Entonces sí estaríamos listos para reincorporar a los paisanos que regresen; entonces sí estaríamos hablando de un real combate a la delincuencia y, por cierto, de manera mucho más económica.
Se trata de soltar las amarras a las fuerzas productivas del país, como es la propuesta del Proyecto Alternativo de Nación que, en la medida de sus limitadas facultades, los gobiernos progresistas del Distrito Federal han puesto en práctica. Cárdenas, López Obrador, Encinas y Ebrard han hecho más obra pública que el resto del país en su conjunto. La ciudad está vuelta de cabeza con tanta obra, pero hay empleo y desarrollo para la industria mexicana de la construcción y sus materiales. La diferencia fundamental es la actitud del gobernante ante el compromiso con el bienestar de la población, por encima de compromisos con el gran capital financiero internacional. Es en este punto donde la supuesta valentía de Calderón muestra su verdadero rostro dependiente y entreguista. ¿Podremos olvidar el fraude electoral? ¿Alguien puede quedarse tranquilo y pedirle a López Obrador que asuma la derrota? Queda claro que el fraude no fue simplemente evitar que AMLO llegara a la presidencia; de lo que se trató fue de cancelar de raíz la oportunidad de revitalizar al país y así lo están haciendo. Yo no lo puedo olvidar y, mucho menos, perdonar. ¿Usted sí?
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