El 1º de diciembre nació en México el Movimiento Nuestra América, iniciativa de destacamentos sociales representativos del magisterio democrático, el movimiento urbano-popular, redes cristianas comprometidas con la justicia social y la solidaridad y organizaciones de latinoamericanos residentes. Con exergo de José Martí su manifiesto fundacional afirma que “es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes… para que no pase el gigante de las siete leguas” y declara la voluntad de sumar a la solidaridad con los pueblos de América Latina y el Caribe a todas las fuerzas populares y progresistas mexicanas porque “una sola es la lucha del río Bravo a la Patagonia”. Evoca la historia común emancipadora contra el colonialismo, el imperialismo y el capitalismo y el estímulo del ejemplo de Cuba a la acción de los movimientos sociales contra las políticas neoliberales. Destaca la emergencia de nuevos actores, como los pueblos indígenas y afrodescendientes en procura de su autonomía, que junto a la brega de la clase obrera y otros sectores tradicionalmente explotados y la creciente masa de marginados han propiciado el surgimiento de líderes y gobiernos más independientes de Estados Unidos y conseguido un cambio en la relación de fuerzas en la región a favor de los pueblos. Asume como propia la lucha de todos los pueblos por un mundo mejor, incluido el de Estados Unidos, valora la importante contribución a la lucha antimperialista de la resistencia de Irak y Palestina y expresa su solidaridad con quienes luchan en cualquier lugar del planeta contra la explotación capitalista, el racismo y la agresión imperialista, y con la independencia de Puerto Rico y de todos los vestigios coloniales. Exige poner fin a los instrumentos de militarización como el Plan Colombia y otros semejantes, y a la reinstalación de la IV Flota y de todas las bases militares extranjeras en la región.
La constitución del Movimiento de Solidaridad Nuestra América en México cobra mayor pertinencia cuando se configura una contrarrevolución a escala latinoamericana dirigida por Washington. Con el concurso de sectores europeos de poder, las serviles elites locales y la jauría mediática pretende aplastar, preferiblemente antes de nacer, cualquier intento de reforma democrática, no importa si radical o moderado.
Como se confirma nítidamente ante los procesos revolucionarios de Venezuela, Bolivia y Ecuador pero también en Nicaragua y Argentina y en la represión creciente a la protesta social en la región, el imperio y las oligarquías locales no dudan en recurrir a métodos fascistas, mientras continúa el bloqueo genocida contra Cuba. Es reflejo de su temor y odio a los esperanzadores logros de los pueblos latinoamericanos citados por el manifiesto de Nuestra América. Que ahora coinciden con una agudización inusitada de la lucha de clases a escala internacional, incentivada por las catastróficas consecuencias para la humanidad de la magna crisis capitalista y la decisión de las potencias imperialistas de descargar sus consecuencias sobre las grandes mayorías y aprovecharla para acrecentar sus privilegios. También, con la clara tendencia estadunidense a conservar su maltrecha hegemonía mundial, usando el chantaje de la fuerza militar, la superioridad de su arsenal nuclear y la ventaja que le confiere una economía mundial todavía dolarizada.
Los movimientos populares latinoamericanos están llamados, más que nunca, a empuñar firmemente la bandera de la solidaridad con los procesos de cambio en la región. En particular, la revolución bolivariana lo necesitará mucho en los próximos meses. Dado el importantísimo papel que desempeña en la consolidación de esos procesos, la suerte que corra es crucial para mantener el vigor actual de la lucha antimperialista y por la unidad de nuestra América. Son evidentes los planes de asesinar o derrocar al presidente Hugo Chávez a que Washington apuesta todas sus cartas pues sabe que nadie está en capacidad como él de encabezar victoriosamente aquella revolución. De allí la necesidad de convertir en una causa nuestroamericana el triunfo bolivariano en el referendo constitucional de fines de febrero de 2009 sobre la reelección indefinida.