Desde los días en que a bombazo limpio el Santos y Barito decidieron acabar con el canciller de la FARC en tierras del Ecuador, no habíamos escuchado de nuevo los tambores de una guerra, por ahora de palabras, entre los gobiernos de Venezuela y Colombia. Dice un proverbio sueco que “la sabiduría inútil sólo se diferencia de la tontería en que da mucho más trabajo”; de manera que las acusaciones guapetonas y apoyadas por el pentágono, y este congelamiento anunciado por el camarada Chávez, deben tomar en cuenta el trabajo que ya están comenzando a pasar los que viven de aquel y de este lado de la frontera.
Los que habitamos por estos lados de los mojones divisorios, sabemos que no sólo vallenatos y barranquilleras hermosas se dejan correr para acá. Son millones y millones de dólares, en partes automotrices y en vehículos, con lo que los empresarios colombianos invaden el esmirriado mercado interno. En materia de textiles y alimentos de primera necesidad, los altos porcentajes de importación de estos rubros, son las municiones que disparan los productores cachacos, caleños y los que merodean sus valles, las que en parte mantienen a flote esta economía de puerto cada vez más asfixiante que padecemos los de la raya pá acá.
Ha debido Uribe esperar la repuesta del Gobierno Bolivariano en torno al supuesto armamento incautado a sus insurrectos compatriotas, porque a fin de cuentas la premura del pronunciamiento en nada disminuirá un conflicto que lleva más de cincuenta años y que en lo absoluto sus vecinos han tenido que ver. Bien por los paramilitares, el ejercito o los propios alzados en armas; lo del Ecuador bombardeado en nada se diferencia con el asalto y captura de armamento, que también colombianos realizaron en nuestras fronteras allá en Cararabo; ambas manifestaciones de la violencia son consecuencias de un conflicto que mantiene implosionado a sus nacionales y de forma permanente sus fogonazos se sienten por estos lados.
Ha debido el canciller Maduro responder de forma contundente a las infundadas aseveraciones en torno al pertrecho militar incautado hace casi un año, a los que en Colombia asumieron la lucha armada como su actividad política fundamental y no pedir ¡time! para “cuando sea el momento oportuno”; salvo que entre otras medidas nuestro Presidente, actuando en su calidad de Comandante en Jefe de las FANB y fundamentándose en lo que establece la Ley Orgánica que la rige, le haya ordenado a su Contralor General, conforme a lo dispuesto en el Articulo 2 del Reglamento de la Contraloría General de las Fuerza Armada Bolivariana, una auditoria inmediata de las operaciones, logística, bienes y parques militares, con el objeto de determinar si de verdad esos seriales del armamento en cuestión, pertenecen o no al Estado Venezolano.
Así las cosas y con la contundencia de quien debería presentar pruebas irrefutables ante semejantes infundios, nuestro vergatario Chávez, le quitaría de una vez por todas, esas berraqueras que a cada rato agarra Alvarito Uribe Vélez y de paso le demostraría al mundo y a quienes vendieron esas armas en el siglo pasado, que ante estas denuncias no nos vamos ni podemos hacernos los suecos
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