Es increíble cómo los hechos de la vida real superan con creces toda la basura que nos ha vendido Hollywood y su nunca bien ponderada “industria del entretetinimiento”. Repasando las crónicas sobre el lamentable final que llevó a un ex policía a secuestrar el autobús lleno de turistas en Filipinas para exigir su reenganche laboral, caemos en cuenta de que ya Hollywood ha “inventado” estos hechos, llevándolos a la gran pantalla con un jugoso producto de taquilla. De modo que no sabemos quién se copia de quién.
La mañana de este lunes nos desayunamos con las imágenes de CNN en español, que transmitía con lujo de detalles el suceso en pleno desarrollo “en vivo y directo” “en exclusiva”, y peor aún: “imágenes SIN editar”, avisándonos que a partir de allí se puede ver cualquier cosa aderezado con cuñas de computadoras, detergentes y vehículos de lujo. Un buen plano para el camarógrafo y nosotros desde el calor de nuestro hogar, dando gracias a Dios por estar protegidos y aún tibios por el reciente despertar, fuimos testigos, una vez más de otra tragedia humana.
Igual ocurrió con los atentados a las Torres Gemelas. Más de un desprevenido que vio aquellas imágenes por los televisores en comercios de electrodomésticos, pensó que se trataba de la última película de Spielberg sobre otra loquera del imperio. Aquella vez la realidad superó a la ficción pero ya Hollywood había hecho suya la destrucción de edificios públicos, el drama de las calles neoyorquinas o de cualquier ciudad de los Estados Unidos, donde de pronto un loco comienza a disparar contra la gente, o se cuela en un colegio, mata a decenas de niños y luego se suicida. La industria del entretenimiento se ha nutrido de la tragedia humana, cosa que estaba reservada hasta hace poco sólo al cine pero que ahora, gracias a la tecnología, vemos en primera fila, nos hacen partícipes, meros espectadores de una realidad, cotufas incluidas, sin hacer nada por salvar a nadie.
Las grotescas imágenes del suceso de Filipinas nos recordaron el film “Mad City”, donde John Travolta interpreta a un guardia de seguridad de un museo que había sido despedido por reducción de personal. Enloquecido decide secuestrar unos niños que visitaban el lugar y a su directora. Un periodista de TV sin escrúpulos (Dustin Hoffman), de esos que buscan permanentemente ser la noticia, se entera fortuitamente del suceso y lo hace “suyo” montando un verdadero espectáculo que le significó a su “network” la más alta sintonía…
Una de las primeras tragedias seguidas por TV fue la de Armero, en Colombia, a raíz de la erupción del volcán Nevado del Ruíz en 1985 y un lahar que provocó 25 mil muertos. Pudimos ver “en vivo”, paso a paso, las 60 horas de agonía de una niña, Omaira, hundida en el lodo. Decía el escritor y periodista Gabriel García Márquez que para que en el viejo mundo los españoles pudiesen ver esas imágenes, se necesitaban cables, piezas de ingeniería, cámaras, satélites y muchos otros artefactos, pero no fue posible llevar al sito una motobomba para liberarla de su prisión de muerte. Omaira quiso dar un mensaje a su madre y desde detrás de la cámara el reportero le dijo: “Sí, habla, te está viendo todo el mundo”.
La globalización de las comunicaciones ha generado toda una polémica sobre el rol del periodista y de los medios en esos hechos, lo que es noticia y lo que no, lo que es publicable y lo que no. Lo demás cae en un manual de estilo y es un problema moral. Con esos parámetros nos estamos acostumbrando a ver por TV la vida misma, sin mucha conciencia de que no hay maquillajes, ni utilerías, ni actores ni actrices de reparto ni mucho menos dobles. La muerte es ya un hecho que perdió toda privacidad desde el mismo momento en que vimos a Omaira morir en Armero, y a docenas de personas lanzarse al vacío desde las Torres Gemelas en llamas. Presenciamos también el desastre policial del Urológico San Román en Caracas, en 1995 y luego el de Terrazas del Ávila en 1996, donde el periodista y el medio eran los protagonistas, o el de Cúa, donde Iván Simonovis dio un tiro certero a la cabeza del secuestrador. Más recientemente vimos “en vivo y en directo” el golpe de Estado en Honduras y el secuestro del Presidente Zelaya (tema que ya perdió interés en nuestros medios de comunicación). Hemos visto en vivo directo paso a paso, el lento rescate de los 33 mineros tapiados en una mina de Chile donde las autoridades han tenido que cuidar lo que se dice y lo que se muestra para preservar especialmente a las familias de los afectados.
No pudimos ver “en vivo y en directo” ni la Primera ni la Segunda Guerra Mundial (por eso en Estados Unidos inventaron el Nuevo Periodismo y el Periodismo Interpretativo), tampoco el horror de la las bombas arrojadas por Estados Unidos a Hiroshima y Nagassaky, o Vietnam con todos los crímenes de guerra cometidos por el Imperio. Nos hemos acostumbrado a que Estados Unidos gana todas las guerras en el cine y hasta somos capaces de reconocer y adoptar sus mismos “héroes” y “anti-héroes”. Todo eso ha podido ser recreado en versiones cinematográficas que acaso no se parecen en nada a la realidad.
¿Podremos ver la tercera guerra mundial de la misma manera que vimos el bombardeo a Bagdag en 1991?. ¡Claro que sí!. Siempre y cuando las cámaras de TV no sean aplastadas por las bombas estadounidenses que suelen “equivocarse” de objetivos como en los juegos de guerra.
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