Leía el artículo 15 de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia, y me detuve en los conceptos de violencia simbólica y violencia mediática, ambos relativos a la representación social que se hace de la mujer tanto en los Medios Masivos de Difusión como en la calle, y me puse a reflexionar sobre cuál es la situación de la sexo-género diversidad en esa área.
Como sabemos, el imaginario del homosexual que promueven los Medios Masivos de Difusión es, en síntesis, el de un peluquero. En el caso de las telenovelas, caracterizado por ser chismoso, y solo relevante porque es confidente de una mujer que a la vez es su clienta. En el humor, el peluquero suele ser más pintoresco, escandaloso, y el chiste va en torno a su cacería permanente de los hombres invitados al programa que por sus reacciones se asume son heterosexuales. Sin embargo, en el humor es más frecuente ver a un personaje travesti que resulta “obligatoriamente gracioso”. También puede ocurrir la combinación de todos los anteriores, es decir, que en una producción dramática, el peluquero, que está medio travestido, sea el personaje que robe las risas en medio de la tensión. Fuera de eso, no hay nada. No hay novelas ni series juveniles con historias románticas entre dos chicos o dos chicas, ni existe la posibilidad que un personaje sienta atracción por una chica y más adelante por un chico.
De igual modo, son contadas las canciones comerciales que sugieran una relación homosexual, y con garantía ninguna de patente venezolana. Por el contrario, muchos cantantes hombres y homosexuales (de closet) interpretan baladas de amor y desamor hacia una mujer, o reguetones donde la mujer es objeto de su fantasía erótica de adolescente tardío. En consecuencia, tanto en la música como en la televisión, y por recomendación de sus productores, las vidas privadas de actores, actrices y cantantes homosexuales, que realmente son públicas como exigencia del negocio de ese mundo llamado farándula, deben ajustarse a la ficción que significan sus interpretaciones.
En el cine, donde ciertamente Cheila, una casa pa’ maita y Azul y no tan rosa han roto un prolongado silencio en la cinematografía venezolana, sigue siendo la excepción pensar que sea de interés general conocer los dramas que vivencian quienes sienten placer, deseo y amor fuera de la imposición hombre-mujer. En cambio, es norma que toda historia de acción, ficción e incluso horror tenga una tensión sexual o una historia de amor entre el héroe (rara vez heroína) y su objeto del triunfo: la doncella, princesa, asistente, compañera o cualquiera de las representaciones de la mujer que debe ser rescatada. El cine occidental, y particularmente el gringo, es en su mayoría un remake permanente de Ulises en su Odisea griega. Así, está casi negado ver un filme donde la tensión sexual entre dos mujeres esté presente y no sea el eje de la trama. Esa sería una forma de naturalizarlo pasivamente escandalosa, porque si se relata una relación homosexual debe quedar claro que es tortuosa, difícil, conflictiva o insostenible.
La literatura, en especial la renacestista europea y la greco-romana, es quizá el mayor reservorio de representaciones homo y trans. Pero cuando vemos la literatura venezolana, la producción en esta materia es ínfima, y la excepción, que siempre la hay, tiene carácter investigativo, e investigativo-cualitativo porque difícilmente algún ente desembolse el dinero necesario para un análisis masivo que arroje datos cuantitativos referenciales (que por cierto, son urgentes).
En la lucha que actualmente se libra desde la Revolución Bolivariana por romper con la hegemonía de la industria cultural privada que reproduce el ideal burgués donde las telenovelas no hacen más que criollizar las producciones de Hollywood y Disney, aún es débil la intensión por visibilizar y naturalizar las relaciones homosexuales, bisexuales o las identidades trans. De hecho, pareciera tener eco en lo cultural lo que sucede en el imaginario político-partidista, donde develar, sospechar o insinuar la homosexualidad de alguien automáticamente implica un descrédito.
Entonces pienso que la violencia simbólica y mediática para este caso sería fundamentalmente por omisión. Están vetados los productos culturales que sinceren nuestra matizada y cambiante sexualidad humana. Mientras, hay una evidente promoción del romance heterosexual que entre comiquitas, novelas, canciones y películas han de conducir a la aspiración permanente de la vida en pareja, hecho que frustra a quien no la consigue o no la sostiene de manera armónica (es decir, a casi todo el mundo).
Para la emancipación real que pretendemos desde la Revolución Bolivariana, es necesario que rompamos con el yugo de la imposición del ideal burgués, donde el romance homérico tiene un gran porcentaje. Hacen falta canciones, videos, películas y novelas que nos hablen de esas otras historias de amor y/o deseo, así como productos culturales que reflejen las muchas otras historias de drama que no tienen un romance por eje, como los conflictos laborales y las desventuras de una militancia revolucionaria con la responsabilidad histórica de asumir la burocracia, o la complejidad en términos de tensiones humanas y egos que implica asumir la construcción de la comuna o de cualquier proyecto colectivo. Posibilidades hay muchas, así que nos toca, como pueblo organizado, ponerlas a andar.
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