Entre ufanarse y lucrarse no hay mucha distancia. Sobre todo si se toma en cuenta que ambos “valores” son inherentes al egoísmo capitalista como cosmovisión.
Ufanarse o lucrarse por producir y vender libros como cualquier otra mercancía, a fin de cuentas, es lo mismo. Quienes pretenden desprestigiar al Estado venezolano porque, en Revolución Bolivariana y Chavista, supuestamente su producción editorial estuvo destinada a procurar “ufanarse” y “diez años después” ya no lo consigue, pese a que en “2015 los entes adscritos al Ministerio de Cultura siguieron las mismas directrices de “procurar el bienestar social y combatir el capitalismo”, pero en letra escrita las páginas se quedaron cortas”, están bien equivocados o, una vez más, quieren sumar a su acostumbrado terrorismo mediático las “críticas” que hacen desde su ámbito de pensamiento único.
La burguesía, y quienes difunden su manera de mirar y concebir al mundo, aún cuando se trate de unos empleados asalariados a tales fines, jamás podrán entender que existen libros –y producción masiva de ellos- fuera de su cosificación; alejada de convertirlos en moneda o valores de cambio. Una sociedad no capitalista o la prefiguración de la misma, capaz de producir sus bienes sin explotación ni destinada a la acumulación y reproducción de capital, va a generar bienes o valores de uso, sin tener que circular en esa odiosa esfera que solamente puede alcanzar a mirar la literatura, la narrativa o la poesía (también todas las formas artísticas o productos de los sentidos), como fuentes de ingresos monetarios o “sostenibles“, como indica una supuesta “experta académica” en el tema.
Es imposible que, quienes hacen terrorismo mediático, en vez de periodismo, para complacer a sus amos, consigan hablar bajo los mismos códigos de producción con fines sociales, sino que, hasta los productos, originalmente espirituales, en un momento y “para siempre”, se convierten en mercancías, o dejan de existir.
Una revolución auténtica –y la Revolución Bolivariana y Chavista lo es- decide producir masivamente libros y, para ello, diseña una estructura de producción, distribución y consumo, no para competir o aplastar al llamado “sector privado”, sino para que el valor de uso, el valor espiritual llamado libro, deje de ser privilegio en manos de pocos y se convierta en riqueza de igual acceso para todas y todos, no por lo que “cuesta”, sino por lo que es y por las necesidades auténticas que es capaz de satisfacer.
Y, a propósito del Quijote masivo, repartido en todas las plazas Bolívar del país, con prólogo especial de José Saramago y en versión reducida… Allí está Sancho, convencido de que “los perros ladran. Significa que cabalgamos”.